Refugios antiaéreos de la Guerra Civil, un patrimonio oculto en el subsuelo de Palma

Tomeu Fiol compendia en un libro un centenar de instalaciones excavadas por iniciativa pública durante el conflicto con abundante material fotográfico y documental

Lamenta el estado de abandono en el que se encuentran la mayoría de ellos y el poco interés de las administraciones por recuperarlos

Fiol, ante la entrada del refugio excavado en la muralla.

Fiol, ante la entrada del refugio excavado en la muralla. / J.B.

Jaume Bauzà

Jaume Bauzà

Durante la Guerra Civil se excavaron en Palma alrededor de 130 refugios por iniciativa pública para proteger a la población civil de los bombardeos de la aviación republicana. Cumplida su misión y terminado el conflicto, se cerraron y cayeron en el olvido.

Bartoneu Fiol los ha estudiado —y recorrido— durante 25 años, más de dos décadas de trabajo de campo y de archivo que ha compendiado en el Atles dels refugis antiaeris de Palma, una ambiciosa obra editada por el Ayuntamiento que incluye abundante materia fotográfico, fuentes documentales y planos para arrojar luz sobre unas desconocidas construcciones que recorren el subsuelo de la ciudad y que entre 1937 y 1939 protegieron de las bombas a miles de palmesanos.

Fiol, profesor de electricidad, ha puesto el foco en los refugios cuyas entradas se ubicaban en la vía pública y en aquellos que se excavaron en edificios de la administración, centros escolares, cuarteles militares, hospitales y fábricas. La mayoría de estas instalaciones, alrededor de 600, se construyeron por iniciativa privada debajo de casas particulares. Sin embargo, el libro se refiere a ellos de manera tangencial porque la mayoría han desaparecido o son inaccesibles.

Fiol, profesor de electricidad, ha puesto el foco en los refugios cuyas entradas se ubicaban en la vía pública y en aquellos que se excavaron en edificios de la administración, centros escolares, cuarteles militares, hospitales y fábricas. La mayoría de estas instalaciones, alrededor de 600, se construyeron por iniciativa privada debajo de casas particulares. Sin embargo, el libro se refiere a ellos de manera tangencial porque la mayoría han desaparecido o son inaccesibles.

Dos décadas de investigación

«Tengo un interés por este tema que viene muy de atrás», explica el autor del volumen. En 2019 Fiol abordó por primera vez este patrimonio oculto en el subsuelo de la ciudad con la publicación de Els refugis antiaeris de Palma i la defensa passiva a Mallorca durant la Guerra Civil, un libro en el que se centró en el contexto histórico. «En esta ocasión he compendiado los refugios públicos de los que he tenido conocimiento y a los que he podido acceder, con fotos y un plano de cada uno de ellos para ilustrar en qué calles estaban los accesos. Siempre había al menos dos para que los ciudadanos pudieran salir al exterior en caso de que una de las entradas quedara sellada durante el bombardeo», destaca Fiol.

El Atles se nutre de un intenso trabajo de campo visitando refugios a menudo poco accesibles. «Los he recorrido siempre que me ha sido posible para fotografiarlos, describirlos y elaborar un plano. Cuando no ha sido posible, me he basado en fuentes documentales. El centenar de refugios de iniciativa pública que aparecen en el libro son una muestra, no están todos los que se construyeron porque faltan fuentes documentales que nos den pistas de su existencia. Seguro que en los próximos años aparecen más», subraya Fiol.

Estas construcciones en el subsuelo de Palma fueron iniciativa de la Jefatura de la Defensa Pasiva Antiaérea de Baleares, que organizó las brigadas de trabajadores que los excavaron a pico y pala, a veces utilizando dinamita. Mallorca cayó pronto del lado sublevado y fue objetivo de la aviación republicana. Tres bombardeos sobre la ciudad casi consecutivos a finales de mayo de 1937 que se saldaron con víctimas mortales aceleraron los esfuerzos para construir estas instalaciones.

«No hay noticia de refugios públicos que se hundiera por una explosión. Pese a la urgencia y las limitaciones técnicas, se construyeron a conciencia, habitualmente a partir de seis metros de profundidad. Para que fueran más seguros lo habitual era que se diseñaran en zig zag. De este modo, en caso de una explosión en el exterior la metralla no podría proyectarse a lo largo de la galería y herir a quienes se resguardaban en el interior», valora este experto.

El libro incluye planos, como este del refugio de Banc de s’Oli. | T. FIOL

El libro incluye planos, como este del refugio de Banc de s’Oli. | T. FIOL / Jaume Bauzà

Suenan las sirenas

La capacidad de estas instalaciones variaba en función de la población que había en una determinada zona. De este modo, el refugio excavado en el subsuelo de la actual Porta de Sant Antoni, destruida parcialmente por un bombardeo en diciembre de 1937, tenía una aforo para 791 personas. Se trataba de una galería que atravesaba Alexandre Rosselló hasta la calle Manacor y disponía de siete entradas. Hubo otros más modestos como el situado en la plaza Quadrado, para 168 personas.

«No estaban pensados para la comodidad de las personas, sino para protegerlas. Cuando sonaban las sirenas que avisaban de que se aproximaban aviones, los ciudadanos bajaban rápidamente al refugio que tenían asignado y se alineaban de pie esperando que el peligro pasara. Podía ser media hora o más. Hay que imaginarse la tensión y el miedo que debían pasar, pensando en qué les sucedería a los familiares que se habían quedado en la superficie o si las bombas derribarían sus casas», destaca el autor del Atles dels refugis antiaeris de Palma.

Fiol también refiere refugios que no ha podido visitar, como el que comunicaba la Costa de la Sang y la plaza de l'Hospital. La entrada se encuentra entre una fuente y las escaleras que suben a la plaza de l'Hospital, una puerta metálica ignorada por la mayoría de ciudadanos y ahora cubierta de grafitis. «Después de diversas consultas, nadie del Ayuntamiento ni de EMAYA puede proporcionar información sobre esta puerta, ni sabe quién tiene las llaves», escribe el autor en el Atles.

El volumen también dedica un generoso capítulo a los refugios excavados en los centros escolares. De hecho, las autoridades decidieron que ninguna escuela abriría el curso 1937/38 si no tenía una de estas instalaciones para que alumnos y maestros se resguardaran en caso de bombardeos.

Uno de los más importantes se excavó en el subsuelo del IES Ramon Llull, con capacidad para 1.086 personas. Tenía forma cuadrada y estaba en el centro de un conjunto de edificios incluyendo el instituto, la Escuela de Comercio y la Escuela de Artes y Oficios.

También el cercano IES Joan Alcover, antiguamente la Escuela Normal de Maestros, oculta un refugio que Fiol pudo visitar después de que la dirección del centro limpiara los materiales de obra que obstaculizaban el paso.

Visitas

El recorrido de Fiol por muchas de estas instalaciones no ha sido fácil. El autor lamenta «el estado de abandono» en el que se encuentra este patrimonio, y las escasas iniciativas de las administraciones públicas para recuperarlos y organizar visitas. En casos como el refugio excavado en la muralla de la Seu, junta a las escaleras, bastaría con derribar una pared que se levantó años después de la guerra para tapiarlo.

Fiol ha guiado a grupos de ciudadanos por algunos de ellos, como el que se encuentra en el Baluard de Sant Pere y por el que se accede a través de una puerta metálica que siempre permanece cerrada. O el que se excavó bajo la que hoy es la sede del Consell de Mallorca, entonces la Diputación Provincial de Baleares, uno de los pocos bien conservados.

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