Lletra menuda: Entre fiesta normal y excepcional

Llorenç Riera

Llorenç Riera

Las fiestas regeneradas de forma rápida y como remedio de la carencia de referentes colectivos son una eclosión de entusiasmo, una sobredimensión lúdica que corre el peligro de asfixiarse en su propio éxito. Algo de esto está ocurriendo con la fiesta del dimoni, también llamada Sant Antoni, que ha servido a Manacor para evolucionar desde la celebración payesa residual al colapso de masas. Manacor volvió a vibrar anoche con el primer ball. Magnífico. Un reclamo, el de Sant Antoni manacorí, que aún sería más auténtico si se desprendiera de su lastre de egocentrismo local y una vana rivalidad vecinal. La igualdad de género sería más real si no se crearan dimonies como quien toca el cielo o no se exagerara la singularidad de nuevas vestimentas. La contrapartida está en Muro. Es la ventaja de haber mantenido la tradición estable que ahora permite a todo vecino, sin distinción de sexo, probar suerte como dimoni desde el anonimato de la urna y sin estridencias. Otro ejemplo: Manacor no sabe qué hacer con sus Completes invadidas en templo insuficiente y Muro las reinventa sin más en forma de nuevo canto en el claustro.

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