Más que un bar normal (II)
Joan Pizá, el hombre del café en el bar Tony en Palma: "No voy a cambiar nada, el Tony se va a quedar siempre así"
El dueño y su mujer Conchi Humanes están al frente de uno de los bares más populares del centro de la ciudad, en plena plaza Santa Eulàlia
Su especialidad son los llonguets de embutido casero
Palma hoy poco tiene que ver con la ciudad que era hace unos años. Aún hay quien recuerda el olor a comida que salía de las cocinas de muchas casas y el corretear de los niños al salir del colegio. La masificación turística ha transformado las calles del centro en un escaparate para visitantes extranjeros, donde los precios se disparan y la esencia local se diluye en un mar de cafés con espuma y aguacates. En este contexto, el Bar Tony (plaza Santa Eulàlia, número 4) se alza como un bastión de resistencia, un refugio para los palmesanos que buscan un espacio donde reencontrarse con su propia identidad, aunque sea mediante un llonguet con tomate de ramallet. La gastronomía nos reconcilia con nosotros mismos. Nuestra magdalena de Proust.
Un viaje a la Palma de siempre
Al traspasar sus puertas, uno se siente transportado a una época más sencilla. La decoración, con sus cuadros, "regalos de esos pintores que se quedaban aquí a hacer tertulia", evoca una atmósfera familiar y acogedora. Entre sus paredes, se respira la historia del bar -fundado en 1954 por los abuelos de Joan Pizà-, testigo de las tertulias de artistas e intelectuales, de las reuniones de la asociación taurina, e incluso de las confidencias de los agentes de la comisaría que se encontraba al lado. "Aquí se ha vivido de todo, y siempre con un café con leche en vaso de cristal y un buen llonguet en la mano", asegura Joan. "Aunque en según qué épocas es posible que se hablara poco de política", sostiene. "Y más con la policía aquí al lado".
Un refugio para los que se sienten fuera de lugar
El Tony es un lugar de encuentro para los mallorquines que se sienten desplazados en su propia ciudad. Un espacio donde el afecto se esconde en la familiaridad de las miradas y los gestos. Un lugar donde al cliente de siempre le conocen por su nombre y ya le están sirviendo el cortado de siempre antes de pedirlo. Entre los parroquianos más asiduos se encuentran funcionarios, que aprovechan la cercanía del bar a la administración pública para tomar un café y leer el diario con el fin de comentar los últimos escándalos estampados negro sobre blanco en las portadas de los periódicos. Porque estos bares de viejo son también el último bastión de la prensa en papel. Y uno de los pocos contactos con la calle que muchos políticos tienen a lo largo del día cuando salen de sus despachos y salas de plenos por la necesidad de hacerse un café decente.
Un futuro incierto
El futuro del Tony, como el de tantos otros bares "normales", es incierto. La presión turística y la subida de los alquileres amenazan con convertir estos espacios en una rareza. Sin embargo, mientras Joan Pizà y Conchi Humanes sigan al frente, el Tony seguirá siendo un refugio para los mallorquines que buscan un lugar donde sentirse como en casa, un oasis de normalidad en una Palma cada vez más descafeinada. "Yo no voy a cambiar nada", promete Joan. "El Tony se queda como está, gran parte del bar es exactamente igual a como estaba en los años 60".
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