Más que un bar normal (IV)

Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy en Palma: “El panecillo de 'trempó' ya lo hacía mi padre, pero desaparecerá conmigo”

El tabernero del local de la Costa de'n Brossa, abierto desde 1961, hace los mejores bocadillos del barrio de Sant Nicolau

Su tortilla de patatas es leyenda, si tienes la suerte de que aún quede algún pincho cuando entres por la puerta

La esencia de Mallorca está en la conversación y en el modo de hacer las cosas de Joan, y también en Agustina

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy

M. Elena Vallés / Bernardo Arzayus

M. Elena Vallés

M. Elena Vallés

Si José Luis Alvite llamaba Savoy a su bar de ficción en Almas del nueve largo, “un sitio en el que la muerte se considera vida social”, es que el padre de Joan Gomila acertó en el bautismo de este pequeño local ubicado en la Costa de’n Brossa número 6 de Palma. 

El Savoy es un bar normal, sin muertos ni gánsteres, pero con mucha vida social a la hora de desayunar. Uno se pone en la boca la huerta de sa Pobla en el bocadillo matutino. El padre del actual propietario, Toni, pobler pura sangre, puso sobre el pan una cucharada de trempó, la refrescante ensalada mallorquina, en lugar de restregar el tomate sobre su superficie (aunque también lo hacen si el cliente lo pide). “He heredado esta manera de hacer los bocadillos y funciona, no quiero complicaciones, a la gente le gusta y parece que es un éxito”, asegura.

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy / Bernardo Arzayus

En una vitrina expone las conservas que tan bien casan con el trempó cortado en daditos: atún en aceite, boquerones en vinagre y filetes de anchoa. Un bodegón de buenas marcas de enlatados. Aunque también hay queso, jamón o camaiot. Nadie podrá sonsacarle nunca al tabernero dónde compra el pan. Secreto a la tumba.

Joan está tras la barra junto a su mujer Agustina. Ella, eficaz, parca en palabras. Tras la hora punta y con clientes entrando a cuentagotas, se sienta a merendar medio bocadillo con una naranja. Su imagen pelando la fruta totalmente en silencio es como una foto antigua. Sobriedad mallorquina.

La tortilla de patatas es leyenda

Él es quien da palique a la parroquia, también hace bocadillos y cafés, en vaso de cristal. La tortilla de patatas -quien la ha probado dice que sabe a gloria - es un manjar reservado para los más madrugadores. Vuela. Hay quien jamás ha llegado a probarla, lo que agranda su leyenda.

Toni Gomila abrió el Savoy en 1961. El padre de Joan fue uno de los últimos tranviarios de Palma. “Después estuvo un año de albañil y al año siguiente ya cogió un local de hostelería. El primero fue el bar Serpins, en la calle Pizà, el carreró del pixum. Luego se estableció aquí y abrió el Savoy, antes era una perfumería donde vendían colonia a granel”. 

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy / Bernardo Arzayus

El Savoy ha sido y es cueva de parroquianos de distinto pelaje: funcionarios de diversas administraciones, trabajadores de comercios cercanos, personal de Correos, “antes de Telefónica también, pues la oficina estaba por aquí”, periodistas, jueces progresistas (los de la otra ideología comparten mesa en otro local), abogados, pintores de galerías y estudios cercanos, como Alceu Ribeiro o Jorge Pombo, o trabajadores de la península que se hospedaban en el hostal Céntrico. Los primeros murcianos que vinieron a Palma a trabajar venían aquí. Los domingos pedían para comer tomates y se bebían algunas cerveza”, evoca Gomila. “También recuerdo ver merendar a Jorge Sepúlveda, aquel que cantaba Mirando al mar”, comenta.

El pasado del Savoy

Templo del café y la partida de truc cuando las jornadas de trabajo eran partidas, la llegada del primer televisor revolucionó el local. “Mucho vecindario no tenía y bajaba aquí a mirarla, era todo muy familiar. Los 70 y los 80 también fueron una época muy bonita en el bar”, recapitula.

Los padres de Joan se jubilaron en 1993. Joan y Agustina cogieron el relevo. “Antes había una pequeña cocina, hacíamos frit, ensaladilla… Pero con los cambios de normativa ya no pudimos continuar y nos quedamos con los cafés y los bocadillos”.

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy

Bares normales de Palma | Joan Gomila, la sonrisa bonachona del bar Savoy / Bernardo Arzayus

La gente mayor se ha ido

Lo que peor lleva Joan es que el barrio donde se ubica el Savoy (cerca de Sant Nicolau) ya no es tal. “Yo me he criado en la plaza, nos juntábamos los chavales, nos conocíamos los vecinos. Ahora ya no conozco a nadie, todos son extranjeros, se ha ido toda la gente mayor”, cuenta entristecido.

Los centroeuropeos y escandinavos no ven demasiado atractivo en el bar Savoy. “No viene ninguno y tampoco quiero. Al principio, cuando llegaron los primeros a Palma, sí se acercaba alguno, tenían más conciencia de integración, ahora no, hacen guetos”, lamenta. 

El Savoy se llama Savoy por una cuestión de azar. “Mi padre no sabía qué nombre ponerle y lo vio en una revista y le gustó. Sé que hay otros locales con este nombre, algún cliente me ha traído pósters de sitios que se llaman así, y creo que en Cala Bona o Cala Millor había otro Savoy porque un día llamaron aquí pensando que contactaban con ellos”, recuerda divertido.

Jubilación y cierre de Savoy

El Savoy cerrará con Agustina. “Yo tengo 65 y medio, haré 66. He de esperar a los 67 para jubilarme. Mi mujer es más joven. No tenemos relevo, da pena, pero las cosas tienen un principio y un final”, acepta.

En el Savoy hay un muro de las vergüenzas de Mallorca, una pared con recortes de periódico ilustrativos del devenir de la isla: Masificación turística, contaminación, pobreza, acumulación de riqueza en pocas manos, urbanismo depredador. Todo va a peor. Empecé a colgar cosas aquí, ahora hace tiempo que no lo hago”, explica algo desanimado. “Me siento desplazado en Palma, es como si no fuera mi casa, soy un raro”, confiesa Joan Gomila, catalinero de raíces pobleres. “Me iría a vivir a un pueblo, necesito tocar la tierra, sentir lo que era Mallorca”. Acaso regresar a la huerta que da los frutos del trempó que cada mañana sirve con los bocadillos del desayuno.