Vecina de Palma denuncia a un karaoke por "torturarla" y pide acción al Ayuntamiento: "Tienen mi informe médico"

La salud de Luisa del Valle ha empeorado desde que no duerme por culpa del local que tiene debajo de su piso en la Avenida Argentina de la capital balear

Maraya Meseguer lleva dos años esperando que el Ayuntamiento le responda sobre su denuncia contra otro bar en Santa Catalina

VÍDEO | Violencia acústica en Palma: La tortura de vivir encima de un karaoke o un club nocturno

Manu Mielniezuk / B. Ramon

M. Elena Vallés

M. Elena Vallés

Luisa del Valle no concilia el sueño los fines de semana y vísperas de festivo. Su problema no es el estrés o el típico desvelo de a quien le cuesta alcanzar el sueño profundo ante el ruido de una mosca. No. Lo de Luisa no tiene nombre. Esta mujer vecina de Palma no duerme por culpa del karaoke que tiene debajo de casa. «No está insonorizado y me suben todos los decibelios de la música y de la gente que canta y grita», cuenta desesperada. A modo de prueba, muestra un vídeo que acaba de publicar la Associació Barri Cívic de Santa Catalina grabado en su domicilio. En el metraje, sobre un fondo negro, un reloj marca las horas mientras suena a toda pastilla Torero de Chayanne, coreado por varias personas y acompañado por un bum-bum que retumba. «Es una tortura», repite una y otra vez. «Aunque no lo creáis eso es lo que se escucha en mi casa». Luisa padece una neuropatía y ha perdido peso. «El médico me ha dicho que he empeorado por lo que sufro con el ruido, que me ha roto el ciclo del sueño. Entre semana me encuentro que ya no puedo descansar más allá de las 4 de la madrugada», detalla.

LUISA DEL VALLE, UNA VECINA DE AVENIDA ARGENTINA QUE PADECE EL RUIDO DE UN KARAOKE DE DEBAJO DE SU CASA.

LUISA DEL VALLE, UNA VECINA DE AVENIDA ARGENTINA QUE PADECE EL RUIDO DE UN KARAOKE DE DEBAJO DE SU CASA. / B. Ramon

Esta vecina, también orfebre de larga y reputada trayectoria profesional, ha intentado alquilar el piso para poder irse a otra vivienda, «pero no he podido, nadie quiere vivir con esta molestia, o me comentan que se quedarían con la casa solo con la condición de pagarme muy poco», apunta. «De hecho, tuve un inquilino que me dejó a deber varios meses por esta tortura», lamenta.

Edificio de más de 75 años

El edificio donde reside tiene más de 75 años, «la música atraviesa la estructura». «Un policía vino a hacer una medición de los decibelios y me confirmó que sobrepasaba los límites», comenta. «Además, el local tiene una barrera corredera que cuando se cierra provoca un estruendo», añade. «Al menos, gracias a la Associació Barri Cívic, a quienes pedí ayuda, conseguimos que retiraran de delante de mi ventana los contenedores».

Cuando llega el fin de semana, Luisa se echa a temblar. «Me pongo los tapones, pero incluso así se oye y además me llega la vibración, que hace retumbar la habitación».

«Soy propietaria, vivo aquí, pago mis impuestos, pero no tengo derecho a descansar. La casa de uno debería ser un lugar sagrado, su refugio, pero yo me siento desamparada en este sentido», denuncia impotente.

Numerosas llamadas a la Policía Local

Las llamadas a la Policía Local han sido numerosas, «pero siempre te dicen que están ocupados, que cuando haya alguien disponible vendrá. Un día que estaba al límite les contesté: ‘Un día bajaré y haré un desastre, les estoy avisando, y será culpa suya’».

Los problemas con el local no vienen de ahora, «tiene licencia de bar musical desde hace 40 años, pero no de karaoke», advierte. «Mi madre vivía aquí con una tía mía, pero ésta no lo soportó más y se marchó. Yo ya vivía en Barcelona, acababa de regresar de EE UU, y venía a Palma algún fin de semana para verlas y ya no podía dormir», evoca.

Luisa se estableció definitivamente en Palma hace siete años. «Vivía en el Port de Valldemossa, en casa de unos amigos, pero quería venir a la ciudad, aunque sabía que regresar a este piso iba a ser difícil, por lo que alquilé otro en Paseo Mallorca», relata. «Viví allí hasta que los propietarios me dijeron que lo necesitaban para ellos y entonces decidí regresar al piso de mi madre, que ya había fallecido, y enfrentarme y reflotar esta injusta situación», comenta.

"El propietario se lava las manos"

La mudanza tuvo lugar en junio de 2023. «Desde entonces ha sido una pesadilla. He intentado hablar con el propietario, pero se lava las manos. He ido de buena fe. Yo no quiero que cierre, sino que insonorice bien y lo deje en condiciones para que los vecinos podamos descansar, pero no hay manera».

El pasado mes de julio Luisa se presentó en Cort para denunciar los hechos. «Vinieron a hacer la medición en agosto y no he vuelto a saber nada más. Recibí una carta sobre la apertura del caso y ya está. He puesto más denuncias, incluso he entregado al Ayuntamiento un informe médico sobre mi empeoramiento de salud, pero como parte interesada no me han contestado ni dado más información sobre el procedimiento pese a que están obligados», indica. La Associació Barri Cívic también ha interpuesto denuncias contra este mismo local, la última esta misma semana. «Este establecimiento debe acumular ya unas siete u ocho».

MARAYA MESEGUER, VECINA AFECTADA POR LOS RUIDOS EN SANTA CATALINA.

MARAYA MESEGUER, VECINA AFECTADA POR LOS RUIDOS EN SANTA CATALINA. / Manu Mielniezuk

El caso de Maraya Meseguer

Maraya Meseguer lleva ya una década luchando contra el ruido en su piso. Reside en Santa Catalina, en la confluencia de las calles Cotoner y Dameto. Describe la violencia acústica que muchos vecinos de Palma padecen como «maltrato y abuso de poder». «Hay mucha impunidad».

Maraya se mudó hace diez años a la ciudad, antes vivía en la tranquilidad de Establiments. Hizo obra en el piso de Santa Catalina: aisló los techos y las ventanas con doble acristalamiento. Pero no fue suficiente. Nada le incomunica del temblor que le llega del local de abajo, «con licencia de bar musical pero que funciona como discoteca». «Los edificios de pisos no están preparados para tener en los bajos una sala de fiestas, además hay que sumar los gritos de la gente en la calle de madrugada cuando salen del local. Van en grupo y meten escándalo y da miedo decirles algo, te insultan… En Galicia un hombre acaba de recibir puñaladas por pedir silencio a un grupo ruidoso en la calle. ¿Nadie ve que los vecinos estamos en peligro?», se pregunta.

Esta residente catalinera hubo de cambiar de lugar su dormitorio en el interior de la vivienda, pues daba a la calle. «Ahora está dentro, pero el problema no está solucionado», subraya. En estos años ha ido celebrando pequeños logros. «A base de denuncias conseguí que insonorizaran el local y sé que hay un limitador dentro, pero no es suficiente. La escalera de emergencia la usan como almacén de bebidas, y puedo oír perfectamente como entran y salen constantemente para ir a cogerlas», relata.

"Duermo con tapones y tomo somníferos"

«Duermo con tapones y tomo somníferos, no me queda otra», dice resignada. Ahora que llega la temporada alta, sabe que todo empeorará. «Este establecimiento ya está en marcha desde el martes y así hasta el sábado. Cierran a las 4.45 horas, pero la gente está en la calle hablando hasta las 6 de la mañana. Y ve a decirles algo: te llaman hija de puta, te vomitan en la puerta. Casualmente mi bicicleta ha aparecido destrozada… Evito pasar por esa esquina, me miran mal».

65 decibelios en el dormitorio

Las denuncias que ha presentado son numerosas. Ha pagado dos valoraciones de los decibelios con sonómetros, una en 2016 y otra este año. «En mi dormitorio se midieron 65 decibelios, cuando lo normal es que en la calle haya 55 y 35 en la habitación», calcula. «Tengo todo el caso en manos de un abogado. Hemos solicitado todo el informe sobre este local al Ayuntamiento y nada. Hemos pedido el tipo de obras que ha hecho, la licencia que tiene y ha tenido, etc. Como parte interesada es nuestro derecho, pero nada, llevamos dos años esperando sin respuesta», protesta. El siguiente paso, según el letrado, podría pasar por denunciar a Cort, pero es algo que debería tratarse con la Associació Barri Cívic, a la que pertenece y en la que ha encontrado todo el apoyo. La entidad también ha presentado denuncias contra el problemático establecimiento. «Es una lucha de todos», asegura Maraya, quien reconoce que procura pasar menos tiempo en la isla por el problema del ruido; incluso ha estudiado la posibilidad de cambiarse de piso, "pero sé que así no se arreglan los problemas, además nunca sabes cuándo te puede tocar, todos estamos expuestos a la violencia acústica”, asume.