El reto de encontrar un bar normal
Me pasó por primera vez de manera intensa -casi como una revelación- este verano paseando por las calles de un bonito municipio mallorquín y, desde entonces, no puedo evitar una cierta sensación de desasosiego cuando, por ejemplo, camino por el turístico centro de algunas grandes ciudades. Buscábamos, entonces, un bar para tomarnos un café con leche de los de toda la vida y una tostada con tomate o aceite. I prou. Nada más. Suficiente. Con eso éramos felices. Un bar normal.
Tras recorrer las céntricas calles de dicha localidad, lo obvio se desplegó ante nosotros con una contundencia irrebatible: no había bares normales. Es decir, podías tomar mil millones de tipos de donuts multicolor, bagels, healthy toasts (con el omnipresente aguacate), english breakfast y un Frühstück alemán que quitaba la respiración. Pero ni un bar normal a precios moderados, de esos de buen café de máquina y su mostrador con sus magdalenas procesadas, su tortilla de patatas, albóndigas, sepia y longanizas del terreno, por hablar de elementos comunes gástricos. Si querías un bar normal te tocaba -nos tocó- peregrinar hasta las afueras donde, ahí sí, hallamos nuestro objeto de deseo. «Si algún día monto un bar en alguna zona turística» le comenté a mi pareja «te juro que le llamaré Bar Normal».
En aquel momento se me disparó la alarma y ahora he de confesar que me he obsesionado: cuando voy a las principales ciudades españolas busco bares normales por sus centros históricos. Con sus sillas y mesas metálicas y sus servilletas de papel que coges una y te llevas diez. Ahora, en esta época navideña además, me emociono con aquellos que colocan guirnaldas que parecen serpientes encima de las botellas antiguas de ron o de la televisión. Dicen los expertos que ya no están de moda.
Lo dicho, busco bares normales e interrogo, inquieta, a los residentes de los barrios que los han perdido ya. ‘A ver, no, aquí no hay. Bueno, hay uno que me cobra 2’5 euros por un café con leche y una tostada con jamón pero ya es saliendo del barrio’, me confesaba una amiga que se ha comprado hace poco un piso en un turístico barrio de Valencia. El resto, reconoció muy a su pesar, brunch de tostada con aguacate en cafeterías y franquicias muy modernas y monas que no bajaban de los 7 euros.
Súmense a mi equipo, lectores. Reivindiquemos un bar normal, para nuestros momentos normales, que para nuestros momentos postizos ya tenemos todo un océano de plástico en pleno centro de la ciudad.
Suscríbete para seguir leyendo
- Álvaro Bilbao, neuropsicólogo: «Hemos olvidado que a los niños hay que educarlos y que necesitan normas»
- El Ayuntamiento de Palma sugiere a las personas que viven en caravanas que vayan a los servicios sociales
- La Policía Nacional y Vigilancia Aduanera devuelven al propietario un inmueble okupado por el clan del Pablo para cultivar marihuana
- Una aurora boreal en el cielo de Mallorca 86 años después
- La aurora boreal puede repetirse este sábado en Mallorca
- ¿Por qué asesinaron los padres de Asunta a su hija? Las teorías alternativas tras 10 años del crimen
- Desahucian a cuatro familias con menores de la antigua nave de Cemex en Palma: "Dormiremos en el camión con los niños
- Hallan el cadáver de una mujer desaparecida el martes en Mallorca