Cuando los molinos traían el agua a Palma

El investigador Pere Galiana publica un libro en el que explica cómo la ciudad se abastecía para el consumo humano y el riego hasta bien entrado el siglo XX

Pere Galiana Veiret, ayer en la biblioteca de Cort.

Pere Galiana Veiret, ayer en la biblioteca de Cort. / Enrique Calvo

Jaume Bauzà

Jaume Bauzà

Pere Galiana Veiret aborda en L’aigua a Palma. Síquies, sínies i molins cómo la ciudad se abastecía de agua antes de que aparecieran los modernos sistemas de transporte que conocemos desde el siglo XX. El origen de esta nueva investigación se remonta a dos ponencias que ofreció hace unos años sobre las norias y los molinos que existían en la en es Coll d'en Rebassa. Impulsado por su curiosidad, Galiana recogió un importante caudal de información que ha convertido en un libro editado por EMAYA y Lleonard Editor y que presentó ayer en la biblioteca de Cort.

El volumen aborda cómo Palma se abasteció de agua, tanto para el consumo humano como para el riego, y quiénes levantaron los primeros molinos de agua, algunos de los cuales sobreviven todavía en Ciutat. «Existían la horta de Dalt, en la parte de Son Sardina y la Real, que se nutría de las fuentes de la Vila, d’en Baster y de Mestre Pere; y la horta Baixa, en el Molinar y el Coll d’en Rebassa, que contaba con acequias y molinos para extraer el agua del subsuelo», explica Galiana.

El investigador rescata la figura de Damià Raxach, que en la segunda mitad del siglo XIX construyó los primeros molinos de agua. También la de Bernat Rigo, que a comienzos del siglo XX levantó en el Coll d’en Rebassa los primeros molinos de hierro, más seguros y estables. En Can Pastilla, a mediados del XIX, Paul Bouvy instaló el primer molino elevador de agua. «Lo hizo con motivo de las obras de desecación del Prat de Sant Jordi para acabar con la malaria y ampliar la zona de cultivo. Desde entonces se convirtió en el Pla de Sant Jordi», argumenta Galiana.

Viento y agua

Capítulo aparte merece el funcionamiento de los molinos: de viento en la horta Baixa, hidráulicos en la de Dalt para aprovechar la fuerza del caudal de agua de las fuentes de la Vila y d’en Baster hasta que llegaba a Palma. En todo caso, necesitaban un caudal suficiente para poder funcionar y en época de sequía no era posible. Este problema se resolvió con la construcción de molinos de viento, especialmente entre los siglos XVII y XVIII.

Hoy perduran algunos de aquellos molinos de viento en Es Jonquet y en la calle Industria.

Los molinos de agua, por su parte, supusieron la decadencia de las antiguas norias a mediados del XIX. Pero un siglo más tarde también aquellas construcciones vivieron su propio ocaso. Muchos payeses cambiaron el campo por la naciente industria turística, buena parte de los huertos desaparecieron bajo el aeropuerto y la autopista, y los avances tecnológicos los convirtieron en elementos obsoletos.

Un trabajo «peligroso»

«Suerte que hay propietarios que son conscientes de su riqueza patrimonial, los conservan y los restauran. Y algunos incluso se dedican a la producción de electricidad con un alto rendimiento», celebra Galiana.

El investigador también habla de los carpinteros y herreros que los construían y reparaban, «con unas puntas de trabajo importantes después de cada ventada», y de «lo difícil y peligroso» que resultaba aquella responsabilidad.

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