Opinión | Entrebancs

Ambientes preelectorales

El mapa político actual y futuro es plural y diverso. El bipartidismo de momento es historia pasada; los frentes tienden a polarizarse y radicalizarse; la gestión política es de día en día más compleja

Pere Aragones firma el decreto de elecciones en Catalunya.

Pere Aragones firma el decreto de elecciones en Catalunya. / LAP

Hay quienes sostienen que en las actuales democracias no hay apenas diferencias entre momentos electorales y los propios de la «política normal». Dado nuestro modelo territorial, esto es inevitable que ocurra, siempre hay alguna elección a la vista. Pero lo que ahora está en juego, casi todo el reparto de los puestos de poder, nos introduce en una situación bien diferente.

El mapa político actual y futuro es plural y diverso. El bipartidismo de momento es historia pasada; los frentes tienden a polarizarse y radicalizarse; la gestión política es de día en día más compleja, el liderazgo político (Autoritas) es falible. El 21 de abril elecciones en Euskadi; el 12 de mayo en Catalunya; y el 9 de junio en el Parlamento Europeo.

Sin embargo, una cosa es lo que cabe esperar, y otra lo que deberíamos exigir. Lo primero lo sabemos de sobra, un aumento del ruido, proliferación de las encuestas y un protagonismo todavía mayor de los expertos en comunicación política, que aplican a rajatabla su clásico manual de campaña. Son incapaces de salirse del modelo del «político maniqueo». Lo que deberíamos exigir es un modelo distinto. No el que apela a las emociones primarias que subyacen detrás de las cómodas e interesadas distinciones entre el «nosotros» y el «ellos»; sino el que apela a la razón, el que se dirige a los ciudadanos como mayores de edad con capacidad de discernimiento, con capacidad para evaluar las cosas, no como sujetos pasivos a los que encandilar con eslóganes u otros trucos dialécticos electoralistas. Esto no garantiza una eliminación de la confrontación, desde luego, la política casi siempre es conflicto, pero es la forma mejor de estar en desacuerdo. El que se ve obligado a aportar razones, aunque no convenzan, al menos respeta implícitamente al interlocutor, lo incorpora al diálogo. Y esto es algo bien distinto a sentirse un mero conejillo de indias de espurias estrategias de engatusamiento partidista. Todas esas proclamas y aspavientos que tan bien conocemos. Puede que aquí resida una de las causas de la desconfianza hacia la clase política, que desprecia la inteligencia del ciudadano.

¿Por qué no aprovechar este período para hacer un pausado balance de lo ocurrido? Y, de paso, mirar de cara a los retos del futuro inmediato. Ya sé que es (casi) inútil exigir autocrítica. Pero sí podemos demandar que se nos presenten al menos proyectos y propuestas que afecten al presente y al futuro. Al final, lo que más descorazona y asusta no es que ganen unos u otros, sino no saber lo que podemos esperar una vez que estén al mando.

Desde las diferentes alternativas electorales, no todas son iguales, ¿es posible crear un clímax de confianza ciudadana que posibilite y facilite la reconciliación entre la economía de mercado, el progreso social y la democracia plural?

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