Opinión

Limón & vinagre | Pedro Sánchez: El presidente dirigirá su autopsia

Pedro Sánchez, ayer, durante su comparecencia.

Pedro Sánchez, ayer, durante su comparecencia. / S. Fernández

«Buenas tardes», anuncia el presidente intermitente a las once de la mañana, porque le alcanza el poder bíblico de Josué de detener el Sol durante cinco días o de acelerarlo a voluntad, para ganar su batalla. «Mi mujer y yo», prosigue el samurai que se hizo el harakiri por carta, aunque en las listas electorales del 23J no figuraba Begoña Gómez. «He decidido seguir», indica con la falta de convicción del cuñado que anuncia su comparecencia a la barbacoa del fin de semana. Todo ello pronunciado con la salmodia del Rey, la figura que aspira secretamente a suplantar y la institución que también pone en peligro con sus zigzagueos. Y francamente, una querella de Manos Limpias no puede ser más dura que gobernar con Podemos.

El presidente que reflexionaba demasiado dirigirá su propia autopsia, su torpe explicación de la continuidad equivale a pedir que lo entierren con el rostro vuelto hacia el enemigo. Dando la cara, ya que no la palabra. Ha estrujado su carta y la ha arrojado a la papelera, porque solo «mi mujer y yo» pueden responder al «¿merece la pena?» Cabe imaginar la desolación de María Jesús Montero y de Óscar Puente, hay que solidarizarse con estos precandidatos que el sábado expusieron un borrador de sus discursos de investidura. El Gobierno es insignificante para su presidente, según demuestra el nomenclátor ausente de ministros de la autohagiografía Tierra Firme. Su mujer y él. Perdón, él y su mujer.

Sostiene Sánchez que este incorregible país no se ha enmendado, durante el largo fin de semana sin su liderazgo providencial. Pese a ello, se reincorpora, su débil agradecimiento a los funerales del sábado en Ferraz confirma que ningún partido ha tratado a Sánchez con tanta saña como el PSOE. Para fango, el que le han arrojado González, Guerra o Leguina. El presidente resucita a cada entierro de los suyos.

La mayor sorpresa de la alocución es que no nombrara a Isabel Díaz Ayuso, cuando se ha remitido obsesivamente a la presidenta madrileña desde el «me gusta la fruta». Justificar la suspensión arbitraria de la presidencia de Sánchez obliga a determinar cuál es el límite temporal de las vacaciones que se impuso, ¿cinco, diez, veinte, cuarenta días?, ¿tal vez seis lapsos de cinco días a lo largo del año?

Hay que desengañarse, la mayoría de presidentes dejan de gobernar en su segundo mandato, Aznar desplazándose en helicóptero al campo de golf o González reconvertido en ministro europeo de Asuntos Exteriores y presunto autor de la frase «estoy hasta los cojones de los españoles». Cita conveniente, cuando Sánchez ha reconfirmado que el pueblo siempre insolente no responde a su labor pedagógica.

«Mi mujer y yo», la carta caducada no era tanto una misiva de amor en cuanto homenaje a la amada, sino un esfuerzo lacrimógeno para recuperarla. Ahora le llaman Los Sánchez, expone innecesariamente a su familia. Cuanto más se sabe de Begoña Gómez, el crimen no ha estado en quienes la colocan bajo los focos, sino en quienes hemos menospreciado su papel trascendental durante una década.

Sánchez ha comprobado que España no está a su altura, por lo que ha decidido gobernar para «mi mujer y yo». La implicación conyugal obliga también a precisar el grado de consanguinidad que concede el carácter de inviolable, y que puede extenderse a nietos y primos carnales, pero que tal vez debe extinguirse en el rango de compañeros de curso. El presidente dinástico ha instaurado la política de clan, por encima de su propio partido.

Sánchez no ha vuelto, ha vuelto a contradecirse. No le basta con hacer lo contrario de lo que esperan los demás, tiene que desmentirse a sí mismo. En el monólogo en que hace de la virtud necesidad, al exigir un comportamiento virtuoso a su pueblo, el «he decidido seguir» también viola el núcleo de su exposición abandonista. No se queda para, se queda contra. La voltereta se incluye en una biografía donde todos los logros pertenecen al ámbito del funambulismo. La primera investidura por moción de censura, el primer Gobierno de coalición, la audacia de quedarse en la Moncloa con solo 121 diputados, y ahora el triunfal «proceso de reflexión personal».

Sánchez vive y gobierna para «mi mujer y yo». Al margen de su discurso, Feijóo también respira aliviado porque prefiere una crisis menos traumática para garantizarse un ascenso sosegado a La Moncloa. Y solo quien piense que la última estratagema presidencial sofoca la crispación, estará en condiciones de emocionarse con la lacrimógena carta de despedida de Sánchez y el comienzo de su autopsia pública.

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