Opinión

Sánchez remueve las aguas

Pedro Sánchez decide continuar al frente del Gobierno

Pedro Sánchez decide continuar al frente del Gobierno / Borja Puig de la Bellacasa

Era muy difícil de creer que Sánchez se diera por vencido tras unas agresiones al prestigio de su esposa, que coronan una oposición injuriante y excesiva que traspasó todos los límites de la educación, de la razonabilidad y del sentimiento de respeto que ha de acoger la ceremonia pública en un sistema democrático. La noticia, verosímil, de que la ‘policía patriótica’ escrutó en tiempos de Rajoy el pasado del padre de Sánchez para tratar de hallar algún elemento vergonzante con el que perjudicar a su hijo da la medida de unas insidias que no son tolerables, y que han llegado de nuevo al paroxismo con la investigación abierta a Begoña Gómez tras una denuncia de una organización ultra, inexplicablemente redimida por el Tribunal Supremo tras una dura condena de la Audiencia Nacional, que aportó como «pruebas» unos recortes de periódicos y panfletos desacreditados. A pesar de que el Tribunal Supremo, consciente del daño que se causa a un ciudadano al imputarle, prohibió hace tiempo la admisión a trámite de querellas que no vengan fundadas en indicios suficientes para presumir alguna infracción.

No es difícil relacionar este abuso judicial que hizo estallar la paciencia del jefe del Ejecutivo con la situación en que el PP mantiene al Consejo General del Poder Judicial. El lawfare no es ya una hipótesis. La utilización política y torticera de la justicia con fines claramente sectarios es un hecho objetivo, que sin duda avergüenza a la inmensa mayoría de miembros de la carrera judicial, gente honrada y cabal, que ven cómo ambiciones inconfesables deterioran su crédito y su imagen.

La indignación de Sánchez ante quienes, sin escrúpulos, han arremetido contra su esposa, con declaraciones que han llegado a afear incluso que la compañera del primer ministro tenga una vida profesional porque ello puede empañar la del esposo -ya se sabe: la mujer en casa y con la pata quebrada-, es perfectamente comprensible y ha servido para remover las aguas de lo público. Tiene que ser desgarrador padecer esta agresión que ataca al entorno familiar del agredido, tramada e impulsada por una organización conservadora, cuyo líder actual mantuvo una estrecha relación personal de años con un conocido narcotraficante. Y nada tiene de insólito ni de extraño que quien ha de padecer a diario este acoso dé alguna vez un resonante puñetazo sobre la mesa.

Infortunadamente, el clima político está tan enrarecido que nadie puede pensar ni por un segundo que esta campanada sonora de Pedro Sánchez cambie el panorama, mitigue las estridencias y estimule un avance hacia una mayor morigeración. Pero deberían tentarse la ropa los insidiosos: la respuesta de la ciudadanía a la indignada reclamación de Sánchez ha sido muy expresiva, y no sólo en el ámbito del partido socialista. Mucha gente de diversas filiaciones ideológicas cree que la discusión política ha ido demasiado lejos; que hemos perdido el respeto que se deben entre sí los antagonistas, los discrepantes, los que protagonizan el sagrado pluralismo, que es la sal de la tierra y la expresión más viva de la democracia.

Como primera medida, sería ahora más urgente que nunca restaurar la indemnidad del poder judicial, sin trampas. Es decir, sin mantener la tesis de que hay que cambiar el sistema de elección para que en el futuro el CGPJ sea sistemáticamente conservador como pretende el PP (esta es la realidad, aunque la vista de ropajes exóticos). Este guirigay indecoroso en que se ha convertido el órgano de gobierno de los jueces debilita grandemente la capacidad del tercer poder del Estado de restaurar determinados equilibrios perdidos, y no solo en el terreno penal.

Por último, todas las formaciones políticas deben analizar con cuidado el cúmulo de reacciones de estos días, en la calle, en los medios, en las redes sociales. Si la observación se hace de buena fe, se verá que mucha gente, de todas las edades, considera que lo ocurrido es la consecuencia de una inflamación patológica de la política. Y antes de seguir discutiendo, deliberando, controlando y debatiendo, será necesario curar la lesión, desinflamar los músculos, reforzar las reglas de juego para evitar excesos que no son tolerables. También el debate público ha de tener límites, y ha de ser expulsado de la plazuela pública quien no sepa respetarlos.

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