Opinión

El futuro de los trabajadores

Manifestación del 1 de mayo en Palma

Manifestación del 1 de mayo en Palma / G. Bosch

Los medios han resumido las reivindicaciones sindicales del pasado 1 de mayo en una exigencia de mejora de las condiciones laborales de la clase trabajadora. Como es lógico y como siempre ha sido desde la generación de la conciencia de clase, las demandas se centran en conseguir un mayor salario y una menor jornada laboral. No cabe duda de que la lucha obrera ha rendido frutos, aunque probablemente más despacio de lo que hubieran deseado sus promotores, y en la práctica, los países desarrollados como el nuestro han generado una amplia clase media que, con dificultades pero sin angustias, sobrevive con cierta dignidad, aunque muy lejos todavía de las condiciones de equidad que parecerían lógicas.

La economía clásica explica que la producción de bienes requiere la concurrencia de tres factores: la tierra, el capital y el trabajo. Más allá de las producciones agropecuarias, que en un tiempo fueron las esenciales para la supervivencia de la especie, en el día de hoy el proceso productivo requiere la conjunción del capital y del trabajo. Los bienes producidos constituyen la oferta, que se lleva al mercado para que la demanda la absorba a un precio determinado, que depende de la posición relativa de ambos flujos, oferta y demanda. En el modelo capitalista, que ya nadie discute por el desastroso fracaso del antagónico colectivismo, los intereses de los trabajadores son defendidos colectivamente por los sindicatos, encargados de negociar con el capital la distribución de los retornos. Sin embargo, los términos de esta negociación son confusos, como lo prueba la existencia de grandes acumulaciones de capital en manos de conocidos empresarios, que se enriquecen hasta extremos inabarcables, en tanto su (hoy) insustituible mano de obra sobrevive con escasez y no participa en absoluto del éxito descomunal del patrón. Todo el mundo tiene en la mente ejemplos que sugieren que quien logra fortunas tan exorbitantes lo ha hecho a costa de no retribuir suficientemente a sus trabajadores. Por no recurrir a ejemplos españoles, que son abundantes, parece claro que si el dueño de Tesla acumula una fortuna inconmensurable es porque sus equipos de trabajo han participado del éxito en una mínima cantidad.

La vieja dualidad entre capital y trabajo, que persiste institucionalmente y que, como en los otros países democráticos, ha sido incluso constitucionalizada, está a punto de desmoronarse por la irrupción en el escenario de la inteligencia artificial, de robots que harán las veces de «trabajadores» de carne y hueso, pero que ni cobrarán salario, ni plantearán reivindicaciones, ni generarán interrogantes morales en torno al proceso productivo y a la distribución de las plusvalías.

En este escenario, la dualidad capital-trabajo se complica, ya que el segundo término se desdobla en un binomio trabajo humano-inteligencia artificial. En numerosas actividades (cadenas de montaje, conducción de vehículos, diagnósticos médicos, trabajo de minería, diseño de obras públicas, etc.), el trabajo humano podrá ser sustituido casi íntegramente por herramientas de inteligencia artificial. En esta situación, la negociación capital-trabajo se desvirtuará completamente ya que la empresa podrá prescindir del concurso de la mayor parte de los trabajadores, lo que conducirá a un modelo social en el que solo una pequeña parte de los individuos podrá aspirar a ganarse la vida mediante la realización de una tarea retribuida.

A medida que esta cruda realidad vaya imponiéndose, se hará evidente el cambio radical de modelo. El sistema económico, que incrementará geométricamente su productividad, será capaz de generar una gran riqueza, que, además de retribuir al capital, deberá servir para mantener dignamente a toda la población. La renta básica universal ya no será una opción sino una necesidad imperiosa, que, por añadidura, no podrá reducirse a facilitar la mera subsistencia sino que deberá proporcionar unos niveles de bienestar general que formen parte del consenso social.

Llegados a este punto, que no está muy alejado del presente, los viejos equilibrios deberán revisarse y habrá que improvisar un mundo nuevo. Un panorama diferente en que el trabajo tendrá más valor psicológico que material y en que la vida ya no estará necesariamente marcada por el castigo bíblico que nos hicieron creer.

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