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Dos colosos ante sa Llotja

Ante sa Llotja han instalado dos estructuras de hierro.

Ante sa Llotja han instalado dos estructuras de hierro. / por Àngels Fermoselle Paterna

Àngels Fermoselle Paterna

Àngels Fermoselle Paterna

Julia y Joshua, de unos 12 metros de altura, han sido plantados ante sa Llotja sobre pedestales de hormigón que sirven para que los niños trepen y los turistas se sienten a dar buena cuenta de los cucuruchos que acaban de comprar. También consultan sus teléfonos móviles o simplemente descansan. Es sábado sobre las cuatro de la tarde.

En el interior del edificio, entre las imponentes columnas de piedra, hay ahora 12 esculturas como parte de una instalación artística en nuestra ciudad.

Un grupo de unos siete hombres centroeuropeos más o menos de mi edad entran en la sede del antiguo Colegio de Mercaderes, obra del siglo XV, joya del gótico civil del Mediterráneo. Uno de ellos se tambalea por efecto del alcohol. Otro, lanza unos gorgoritos a pleno pulmón, asombrado por la grandiosidad del espacio y dispuesto a compartir con el resto de las personas su vozarrón desafinado. Los miro y mi estupor se transforma en triunfo cuando veo que hacia ellos se dirige una mujer con uniforme, responsable de la vigilancia, que los amonesta con efectividad. Me siento, más que agradecida, admirada de su profesionalidad.

Durante el escaso tiempo que permanecí allí, pude verla en acción en más ocasiones. Impedía la entrada de quienes comían helados o bebían latas de cerveza. Por lo que vi, le bastaban un par de gestos y celeridad en sus movimientos; en todos los casos fue obedecida de inmediato. Algunos decían: sorry. El adolescente que se había tumbado sobre el asiento de piedra de uno de los históricos ventanales, se levantó como movido por un resorte cuando ella gesticuló con los brazos. Yo me había acercado a saludarla y a darle las gracias por su trabajo, y fue entonces cuando mirando al muchacho tumbado y moviendo los brazos hacia él me preguntó «Te pareix normal?». Parecía que tenía una varita mágica aquella mujer, porque al incorporarse el chico también musitó algo para excusarse.

Los visitantes, otros días, no siempre atienden las indicaciones. A veces hacen como que no entienden, o las ignoran, pero Rosa no se amilana porque no es capaz de eludir su responsabilidad. Sí, Rosa, me dijo que se llamaba y también me explicó que sa Llotja siempre tenía muchos visitantes, haya o no intervenciones artísticas en su interior. La llaman, con cariño «na Rosa, sa madona de sa Llotja», y conoce la historia del edificio al dedillo. Me despedí de ella y descendí las escaleras del Portal de l’Àngel admirada como siempre de la arquitectura, y aquel día en especial de la vigilante.

Caminé por el Passeig Sagrera y el Born, y fui al Solleric a completar el recorrido de la exposición de Julian Opie.

No conocía a este artista británico nacido en 1958. Y me gusta. Sé poco de arte contemporáneo y lo figurativo me es más atractivo. La pantalla instalada en la ventana del Solleric te permite jugar entre sus imágenes de personas esquemáticas dirigiéndose a algún sitio y las reales que pasan en un sentido y en el otro justo delante. Se pueden obtener fotos chulas.

El caballo que trota en Sagrera no me conmueve pero las esculturas de caminantes sí, aunque preferiría que me sorprendieran en la calle, como hicieron cuando una exposición similar fue a Valencia.

Ahora bien, que un artista guste o incluso que sea excelente y queramos disfrutarlo en nuestra ciudad, no debería ser a costa de alterar la percepción visual de elementos arquitectónicos excepcionales y que desnudos son bellísimos.

Sa Llotja no se puede convertir en sala de exposiciones temporales a no ser que sean muy esporádicas y de muy poca duración. Si el edificio gótico civil más admirado de la ciudad ha de albergar una exposición tras otra, no le daremos el trato que merece. Los artistas saldrán ganando, pero nuestro patrimonio histórico no.

Joshua y Julia, dos colosos simpáticos, van a estar hasta septiembre impidiendo una fotografía limpia de uno de nuestros principales monumentos. Ellos mismos quedarían más favorecidos si sus siluetas se recortaran contra el cielo y en otra ubicación.

VÍDEO | La Llotja de Palma se prepara para la exposición del artista londinense Julian Opie

Guillem Bosch

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