Opinión | PENSAMIENTOS

Los ejercicios espirituales de Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. / Borja Puig de la Bellacasa

Pedro Sánchez no se va, para disgusto y cabreo de la mitad del país. Pero el presidente del Gobierno ha querido someter a todos los españoles a unos ejercicios espirituales para mostrarnos, una vez más, «el camino hacia la salvación».

El líder socialista ha actuado como director de estos cinco días de retiro y reflexión que han tenido a España en un puño. El problema es que todo el misterio, el tsunami de conjeturas, los apoyos peronistas de sus compañeros de partido y el terror de los políticos profesionales con cargo a perder la poltrona no han servido, ni valdrán, para nada.

Sánchez va de mártir, pero no ha querido sacrificarse para librar a la sociedad de lo que define como «el fango».

Si hubiese renunciado al poder tampoco habría conseguido nada. Lo máximo que hubiese podido lograr es el estatus de víctima, algo efímero con lo que no se va ninguna parte.

La jurisprudencia española mantiene que los personajes públicos tienen un derecho a la intimidad y a la propia imagen más limitado que el de los ciudadanos de a pie. El derecho a la información y la libertad de expresión priman sobre el malestar o dolor que las críticas corrosivas puedan causar en los políticos. Eso ya se sabe al empezar la carrera.

Por otro lado, existe la independencia judicial. Los jueces pueden (y deben) abrir diligencias si ven indicios delictivos. Hay un eficaz sistema de instancias superiores para modular o matizar las decisiones de los magistrados de instrucción. Son las reglas del juego. No puede haber espacios de impunidad para las clases dirigentes y sus familiares. La única excepción es el Rey, protegido por una casi total inviolabilidad.

Muy probablemente las acusaciones penales vertidas contra Begoña Gómez quedarán en agua de borrajas. Sin embargo, la mujer del todavía presidente debería haber abstenido de tontear con las grandes empresas en busca de donativos para una cátedra superflua. Es inadecuado que una persona de su posición se relacione con compañías que consiguen millonarios contratos públicos o cuantiosas ayudas de la Administración. Hay mil cometidos distintos en los que ocuparse.

Pedro Sánchez denuncia un clima asfixiante de insultos, bulos y desprecios en torno a la política española. Tiene razón, pero él y sus correligionarios contribuyen también a esa peligrosa contaminación.

Siguiendo con el símil religioso, «¿cuáles son los enemigos del alma?»: «el mundo, el demonio y la carne», decía el catecismo.

«¿Cuáles son los enemigos de la democracia?»: «las calumnias, las campañas insidiosas y el no respetar la presunción de inocencia», afirma el no dimisionario.

El dirigente socialdemócrata predica que el remedio a una simple plaga de opinión es la movilización social. Se equivoca. Tolerancia, buena educación, honestidad, empatía y acatamiento de los principios democráticos serían más eficaces que las concentraciones ante la sede de Ferraz.

Hay cosas mucho más dañinas para la sociedad (como la emergencia habitacional, la no renovación del Consejo General del Poder Judicial y el deterioro de la sanidad pública) que los dimes y diretes sobre la mujer del presidente. Mayoría de gobierno y oposición harían mejor en ocuparse de los problemas reales y dejar de tirarse los trastos a la cabeza.

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