Opinión | En aquel tiempo

La configuración de la memoria

José María Gironella

José María Gironella / FOTO EFE

Araíz de una revisión de mi biblioteca personal, para expurgarla y dejar solamente lo que la edad requiere, me encuentro con un volumen que coordiné en 1977 y cuyo título es La cultura española durante el franquismo, elaborado por el cuerpo de redacción de la Revista Reseña de Literatura, Arte y Espectáculo. Fue, en aquel momento, un auténtico desafío porque se trataba de reunir una producción casi infinita de textos visuales y escritos intentando reflejar todos ellos como producto objetivo de una época aparentemente frágil en su dimensión cultural. El resultado fue mucho mejor de cuanto esperábamos: en todos los vectores culturales y junto a una producción benévola con el Régimen imperante, surgían obras y autores que componían un fresco deslumbrante en extensión y profundidad.

Los casi treinta críticos que trabajamos el volumen quedamos exhaustos pero también satisfechos de poner ante el consumidor cultural un panorama en general juzgado deficiente, cuando para nada era así. En aquellos años tan complejos como difíciles, la cultura española de todo tipo había sabido sortear censuras y limitaciones para mostrar una España soterrada pero vigorosa. Sería estupendo reeditar el volumen para caer en la cuenta de tanta maravilla. El texto abarca desde 1939 hasta 1975. Posteriormente, el mismo equipo de Reseña, elaboraría un segundo volumen titulado Doce años de cultura española 1976-1987, que extendía el análisis durante la llamada Transición, abriéndonos los ojos ante una explosión, ahora en libertad, que recogía, para envidia de muchos, nuestra cultura en todos los ámbitos posibles.

Explico este descubrimiento bibliotecario porque al tenerlo en mis manos y volver a hojearlo, caía en la cuenta de que España no fue un país pisoteado absolutamente por la bota militar en su cultura más variada, antes bien, los españoles contaron con otros españoles que supieron narrar, visualizar, erigir, poematizar, ensayar, y, en fin, pensar cuanto estaba sucediendo en un gran ejercicio de inteligencia y riesgo. Trasladar a las jóvenes generaciones una visión de una España del todo desarticulada solamente conduce a la admisión de que una dictadura consiguió su propósito: eliminar toda presencia del espíritu libre mientras sociológicamente era una realidad la imposición de un «pensamiento único». No fue así, y desde Buñuel hasta Buero Vallejo, desde Delibes a Cela, desde Genovés hasta Saura, entre tantos otros y otras, España consiguió obras probablemente de más hondura que las posteriores porque sus autores trabajaban desde la soledad, el límite y, en fin, la no claudicación. Y eran leídos y eran vistos, tal vez en círculos minoritarios pero que ponían la base de un futuro del que más tarde hemos gozado y gozamos. Las jóvenes generaciones harían bien en conocer este excelente conjunto, pero todo depende de los caminos que adopte la educación en nuestra España, tan dicotómica de nuevo.

Y precisamente en los mismos estantes bibliófilos, descubría los tres tomos de una obra casi galdosiana, que en sus respectivos momentos leí y me permitieron conocer mejor esa clase media española que se preparó para la guerra incivil, que vivió en sus carnes esa misma guerra y que más tarde apechugó con una pretendida paz, tantas veces paz de cementerios. Me refiero a Los cipreses creen en Dios (1953), Un millón de muertos (1961) y Ha estallado la paz (1973), esa trilogía antológica del catalán José María Gironella. Un hombre más conservador que de derechas, elegante a la británica, con una documentación casi exagerada de cada momento, llevó a cabo un fresco llamativo de casi cuarenta años de nuestro pasado más explosivo, a lomos de esa familia Alvear, en la que se dan cita las mejores virtudes y las peores limitaciones de un grupo que contenía casi todos los elementos del gran grupo que siendo inicialmente conservador, no pudo o no quiso superar las imposiciones de la historia. Pero que la vivió con una dignidad personal y grupal digna, tal vez, de mejor causa.

Es decir, Gironella, así lo pensaba hace pocos días, puso el telón de fondo social e histórico para comprender mejor cuanto los escritores, poetas, directores, escultores y, en fin, autores cultos de ese mismo momento intentan plasmar en sus creaciones admirables. Pienso, aunque sea políticamente incorrecto escribirlo, que Gironella nos hizo un servicio necesario, y es una lástima que hayamos prescindido de sus tres novelas en aras de aniquilar todo cuanto aconteciera, incluso de positivo, en una época dictatorial. Quienes hemos sido lectores de Almudena Grandes sabemos muy bien que Ginorella permite atemperar las narraciones abruptas de la recientemente fallecida. En ocasiones, nos falta equilibrio cultural a la hora de enfrentar la realidad histórica.

Acabo estas letras con una manifestación tal vez extraña. Cuando, siguiendo un ritual lector, reviso anualmente Moby Dick, del alucinante Herman Melville, pienso, y cada vez más, que cada español pasa la vida luchando contra su correspondiente ballena blanca, con un afán destructor apasionante. Y está claro, en esa lucha cae él mismo, el conjunto de sus compatriotas y España entera. Lo llevamos en el ADN. Como los franceses llevan «la grandeur». Ya es hora de corregirnos.

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