Javier García Martínez: «La ciencia no puede ser la nueva Inquisición que te dice que todo lo que haces es malo»

García sostiene que la creatividad científica y tecnológica posibilitan afrontar la crisis climática garantizando calidad de vida «para todos»

Javier García Martínez: "Ninguna tecnología es una bala de plata; tienen sus aspectos positivos y negativos"

G. Bosch

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

¿Cómo es esa ‘nueva química’ que usted defiende?

Tenemos una relación tóxica con el planeta y tenemos que reinventar toda nuestra industria de producción y transformación para compaginar crecimiento económico y calidad de vida con la sostenibilidad del planeta. Hoy la química es una ciencia y una industria lineal: tomamos cosas del planeta, las transformamos y las vendemos como productos a un valor más alto. Y eso ha sido un éxito que nos ha ayudado a doblar nuestra esperanza de vida, generar un montón de empleo... pero con un impacto enorme. La nueva química tiene que ser circular: cuando diseñemos cualquier molécula o proceso hemos de pensar en la reutilización.

Ante la crisis medioambiental algunos proponen decrecer y usted propone... química.

El decrecimiento no es una propuesta realista para la mayor parte del planeta que vive en la miseria. Hay miles de millones de personas que viven en la pobreza. Es cierto que tenemos que cambiar nuestras formas de consumo, pensar que el hecho de que haya cosas que sean baratas, por ejemplo el agua, no quiere decir que tengamos que malgastarlas, los bienes naturales no solo tienen un precio, también tienen un valor. La química, y la ciencia en general, puede generar soluciones para tener más con menos, como energía abundante y barata y sin impacto medioambiental.

La etiqueta ‘libre de química’ es hoy un reclamo publicitario, ¿por qué esa mala imagen de la química?

Los que quieren vivir en un mundo sin química lo tienen fácil, pueden ir a los países sin química: sin agua potable, sin fertilizantes, sin analgésicos, sin vacunas... que experimenten cómo era la vida aquí hace 200 años. Ahora, es cierto que no todo se soluciona con química y como digo hace falta una química más circular, ser creativo e intentar hacer compatible nuestra calidad de vida (la de todos, no solo la de los privilegiados) con un impacto medioambiental más bajo. ¿El reto? Es urgente. Tenemos tecnologías listas que podrían tener un enorme impacto y la ONU nos pide que la compartamos con aquellos que no la tienen, nos hace falta un poco de visión global. Sigue habiendo millones de personas sin acceso al agua potable, por ejemplo. Hace dos semanas el secretario general de la ONU dijo, refiriéndose a la emergencia climática, que la humanidad ha abierto las puertas del infierno. Los líderes mundiales asintieron y se comprometieron con los objetivos de desarrollo sostenible, pero al poco de volver a sus países, la semana pasada, decidieron que los retos de descarbonización que nos habíamos dado ahora no corren tanta prisa. La ciencia y la tecnología puede hacer muchas cosas pero también hace falta voluntad individual y cambiar nuestra forma de consumo, y por supuesto voluntad política.

¿Y empresarial, no?

Para eso tenemos la regulación. Los ciudadanos a través de nuestros representantes podemos obligar a los que responden ante el Consejo de Administración a tomar medidas. A la industria no le gusta que le pongan objetivos cortos que le exigen una inversión y que les cambien las reglas, pero a ninguna empresa le interesa ir contra el planeta porque sin planeta no hay negocio.

¿Esto es lo que transmite cuando acude al Foro de Davos?

Pertenezco al comité de expertos que todos los años selecciona y presenta en el Foro Económico Mundial, a los gobernantes y a los líderes de las grandes empresas, diez tecnologías de impacto, para mostrarles que son posibles. Por ejemplo, nosotros identificamos el ARN mensajero, que ha sido la base de la lucha contra el covid, años antes. Ponemos la ciencia y la tecnología encima de la mesa para que estas soluciones puedan implementarse y podamos debatir sobre ellas ya que ninguna tecnología es una bala de plata.

Desde enero de 2022 preside la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada, la sociedad científica más grande del mundo. Ha sido el primer español en hacerlo y el más joven. ¿Qué balance hace?

Es la organización que gobierna la química mundial. Mis tres objetivos fundamentales, que creo que estoy consiguiendo, eran cambiar la estructura, que era un poco elefantiásica, y hacerla más ágil; crear todo un nuevo lenguaje químico para las máquinas, para que podamos acelerar la implementación de inteligencia artificial al descubrimiento científico; y rejuvenecer la asociación. Asimismo, otro logro ha sido la traducción de los textos más importantes de la química al español en una sola obra completamente gratuita en Internet.

Ustedes son los que deciden qué nuevos elementos entran en la tabla periódica y les ponen nombre. Ahora hay muchos más elementos que cuando yo la estudié...

La tabla periódica es el icono más potente de la ciencia. No hay imagen que contenga más información. Ahora hay 118 elementos y puede seguir creciendo. Ahora hay 90 elementos que son los naturales y eso no cambia ni cambiará. Pero los seres humanos no somos tan creativos que nos hemos inventado, con nuestra tecnología, 28 elementos que no existen de forma natural pero que se pueden fabricar. Cuando un organismo o laboratorio que sintetiza un elemento nos avisa y tres laboratorios independientes tienen que verificarlo. Nuestros expertos ven que los datos son consistentes y el descubridor hace una propuesta de nombre y símbolo. Nosotros lo miramos, a veces lo cambiamos y luego lo ratifica nuestra asamblea general, que son todos los países. Yo estoy involucrado en ponerle nombre a seis elementos y es increíble, muy divertido

¿España, país de servicios y turismo, aún está a tiempo de convertirse en potencia científica o asumimos que ese tren ya pasó?

Si nos resignamos a ser los camareros de Europa nuestros sueldos no van a llegar para pagar las casas en nuestras propias ciudades. No queremos ese modelo. España es un gran país de ciencia, podríamos decir que somos el país número diez por número de publicaciones, citas, importancia de todo lo que publicamos... somos un país en la primera división de la ciencia con presupuestos de Segunda B. Por eso siempre estamos como pidiendo dinero, nos duele el alma ver la buena cantera que tenemos y hacer más por falta de recursos. Aquí falla la transferencia, no es algo que hayamos hecho en el pasado y eso necesita de un ecosistema, de un montón de actores. Esto está empezando a pasar, pero vamos tarde.

Usted acaba de recibir el Premio Nacional de Investigación precisamente por Transferencia. ¿Cuál es la clave?

Tenemos que aprender de los mejores, mi experiencia y mi esperanza son aquellos jóvenes que, como pude hacer yo, estudian fuera gracias al sistema de becas que tiene nuestro país . Aprendes cosas fuera y cuando vuelves puedes ayudar a que esa transición ocurra más rápido.

Con la emergencia climática, y con la pandemia, se están extendiendo mensajes que reniegan de la ciencia, emitidos incluso por personas con cargos públicos. ¿Cómo combatir eso?

La ciencia hace tiempo que sustituyó a la religión como forma de explicar el mundo y últimamente también nos está dando nuestro código moral. Mucha gente ya no va a la religión para ver cómo tiene que comportarse y la ciencia está llenando ese vacío: te dice qué hay que comer y qué no, que no hay que viajar, cómo consumir... muchas veces la ciencia se convierte en una nueva Inquisición que te dice ‘no hagas esto porque es malo para ti, malo para los demás o malo para el planeta’. Se crea una disyuntiva peligrosa entre ciencia y libertad y nos creamos muchos enemigos, porque la gente elige libertad. Ahí hay partidos políticos, sobre todo de ultraderecha, que encuentran un caldo de cultivo. Necesitamos una nueva narrativa y explicar mejor qué ofrece la ciencia y qué significa un mundo sin ciencia y sin conocimiento. No creo que debamos convertirnos en la nueva Inquisición.

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