Así vive Bárbara Frau, vecina de Mallorca sin ascensor: «Si desaparece este servicio para los mayores, iré a hablar con el alcalde de Palma»

Bárbara Frau da pasos con el caminador, pero cada vez tiene más dificultades para bajar a pie y con una muleta la escalera de su casa

Es usuaria del programa 'Baixem al carrer' de Cruz Roja

M. Elena Vallés

M. Elena Vallés

Willmer Blanco y Juan Miguel Lidueña llegan en la furgoneta adaptada para personas con movilidad reducida de la Cruz Roja. Aparcan frente a la farmacia de la plaza del Obelisco. Van a buscar a Bárbara Frau (87 años), que reside en la típica finca del Eixample palmesano, de pisos amplios y buenas calidades, aunque sin ascensor. El portal da a la calle Arxiduc. «Vive sola, es viuda y no tiene hijos. Con Bárbara también hacemos el servicio de acompañamiento», avanza Will mientras alcanza el tercer piso y el portal de la usuaria.

Cuando la puerta se abre, una señora rubia, bien vestida y risueña saluda con alegría. «Buenos días. Antes que nada, quería decir que estas personas son muy buenas y profesionales, yo les pondría una medalla», les lisonjea. La escalera es estrecha, hay que maniobrar un poco en los giros, pero pasados diez minutos Bárbara llega al zaguán. Tiene el caminador preparado para salir a la calle. Con él puede dar pasos lentos, «en casa también me muevo con él por las estancias grandes», explica.

Bárbara Frau tomando un café con los voluntarios en Palma.

Bárbara Frau tomando un café con los voluntarios en Palma. / Guillem Bosch

Lucha contra la soledad

El carácter de Bárbara es jovial, lucha por mantener lejos la depresión y la sensación de soledad. «Soy muy fuerte, me siento autosuficiente y procuro mantenerme siempre ocupada. Vivo en un piso grande, de cuatro habitaciones, que da mucho trabajo. También tengo mucha ropa, plantas... Siempre tengo cosas que hacer. También me hago la comida todos los días», relata en la terraza de un bar cercano.

Asegura no sentirse sola, aunque a veces es inevitable echar de menos al que fue su marido. «Tengo amigas que me llaman por teléfono y por las noche me telefonea una señora de la parroquia de la Encarnación para saber cómo estoy. Los jueves viene otra voluntaria de Cruz Roja con la que vamos a hacer alguna compra y damos otro paseo», comenta. «Pero cada vez me cuesta más subir y bajar las escaleras con la muleta, hoy lo he hecho y ya no podía más», confiesa. «Mi hermana tampoco puede venir a verme a casa porque no puede subir todas estas escaleras, tiene artrosis y ahora se ha caído», lamenta.

Operación de hernia discal

Los problemas de movilidad empezaron en 2010, cuando operaron a Bárbara de una hernia discal. «No sé si me tocaron un nervio, pero mi pierna izquierda ya no volvió a ser la misma después de la intervención» asegura. «Hay días que me duele mucho».

Esta usuaria de la Cruz Roja es una gran conversadora y tiene facilidad de palabra. «Era maestra en una escuela de infantil y primaria, en el Colegio Manjón de Palma, pero cuando mi marido empezó a trabajar en Iberia y ganaba bien, me propuso que dejara de trabajar. Ahora lo pienso y aquello fue machista», asevera. «Mi trabajo se me daba bien, recuerdo que también daba clases particulares a una niña de 20 años que no sabía leer y escribir, y al poco aprendió», comenta.

En casa, mira la televisión, está muy al día de la actualidad política -«pon que Pedro Sánchez no tiene derecho a gobernar cuatro años más y que lo que ha firmado con Puigdemont es una vergüenza»- y además es una seguidora de Pasapalabra, «porque me instruye». No abandonarse ante el paso de los años, ha mantenido a Bárbara «con la cabeza muy bien amueblada».

Al enterarse de que el servicio de Cruz Roja se ha quedado sin subvención por parte de Cort, se subleva: «Por favor, qué vergüenza de país, me voy al Ayuntamiento y hablo con el alcalde si hace falta. Este servicio es necesario para muchas personas. Yo nunca llamo para pedirlo, sé que hay gente que está peor que yo. Lo que hago en mi caso es esperar mi turno y a que ellos me avisen de que pasarán. Hay que darse cuenta de que este tipo de asistencia para las personas mayores es una cuestión humanitaria. Ellos [se refiere a los políticos] también se harán mayores algún día», concluye.

Bárbara Frau cruza con el andador y un voluntario un paso de peatones en Palma.

Bárbara Frau cruza con el andador y un voluntario un paso de peatones en Palma. / Guillem Bosch

Los voluntarios Will (Luis para Bárbara) y Juan ya han terminado el servicio del día, «éste es el que más nos llena de los que hacemos, porque sabemos que estamos ayudando muchísimo. Hemos llegado a hacer alguno en domingo porque nos lo han pedido», comentan. Entre los más complejos, recuerdan el día que bajaron a un señor parapléjico en Sóller «de casi dos metros y cien kilos». «Casi no hablaba y empatizamos con él, empezó a conversar con nosotros», relatan. Tampoco se les olvidará nunca el rostro de una señora de la Colònia de Sant Jordi a la que atendieron «después de haber estado cinco años sin salir de casa».