Soledad y aislamiento de la 'gent gran' en Baleares
Esta es la vida de Elisa García, persona mayor sin ascensor en Mallorca: «Llevo dos meses encerrada en casa: gracias por venir y sacarme, me dais la vida»
Elisa García, vecina de Son Roca, vive en un tercer piso sin ascensor y se desplaza en silla de ruedas. Es usuaria del servicio 'Baixem al carrer' de Cruz Roja
«No quiere ir a una residencia, les tiene pánico»
Cuando abre la puerta de casa y ve a Willmer Blanco y a Juan Miguel Lidueña con el chaleco rojo de Cruz Roja, Elisa García (88 años) se emociona: «Llevo dos meses sin salir de casa, gracias por venir», le tiembla la voz. Como acompañante está también su hijo José Francisco León. La silla colorada con la que descenderá Elisa las escaleras -reside en un tercer piso en el barrio palmesano de Son Roca- está motorizada, es como si se deslizara por encima de los escalones con una base rodante, aunque necesita de la destreza conductora de un técnico para los giros y otros obstáculos. Elisa baja concentrada, mirando cada escalón, mientras Will y Juan la distraen dándole conversación y una oportunidad para expresarse y alejar temores. «Se ha puesto guapa para bajar a la calle», le alaban. Se han fijado en las horquillas brillantes de su cabello.
«Mi madre tiene artrosis, descalcificación y hace cuatro años sufrió un accidente en el autobús. Se cayó y tuvo que estar escayolada durante cuatro o cinco meses, pero fue a peor», relata a este periódico su hijo.
La covid, un duro golpe
La covid supuso un golpe duro para esta leonesa que vino a vivir a Mallorca con su marido por cuestiones laborales. La escasa movilidad durante la pandemia afectó en negativo a su ya maltrecho cuerpo. «Ahora tiene un 70% de discapacidad y también la dependencia reconocida. Necesita la silla de ruedas y en casa se mueve muy poco, agarrándose a todas partes», relata José Francisco.
Cuanto toca la acera, Elisa rompe en lágrimas. Vuelve a sentir el aire de la calle en su rostro. La luz del día se ve distinta cuando el techo es el cielo. La hora aproximada que tiene para pasear hasta que regresen los voluntarios de Cruz Roja para retornarla a casa la pasa con Diario de Mallorca. Primero toca un breve paseo, hasta llegar a la terraza de un bar conocido en el barrio. Mucha gente aún saluda a Elisa. Pide un descafeinado con leche. «Tengo mucho dolor por las noches, me cuesta mucho dormir seguido», cuenta. «Ahora paso las horas viendo la televisión, también hago dibujos en un libro que me regalaron y leo revistas». Su hijo le compra todas las semanas Diez Minutos, «es el BOE para ella», bromea.
Sacar adelante a siete hijos
Elisa, ya viuda, iba antes de excursión y a clases de baile en el casal de la asociación de vecinos. Era una mujer muy activa. «Trabajaba mucho. Limpiaba casas, teníamos que sacar adelante a siete hijos», cuenta.
En el piso, vive con uno de sus hijos, que es el actual propietario. José Francisco reside en una de las fincas de enfrente con su familia. «Le llevo tuppers de comida, sobre todo platos de cuchara, que le gustan», comenta. El resto de sus hijos la visitan con menor frecuencia, explican madre e hijo, «por su situación, no residen en la ciudad».
Cuando se le pregunta por sus amigas, a Elisa le embarga la tristeza. «A la última la metieron en una residencia y al poco murió. Tiene pánico a acabar en una», confiesa su hijo. «Lo cierto es que tiene una vecina muy buena que la ayuda si necesita algo y está pendiente de ella», agradece.
Estos dos meses sin salir a la calle han sido largos. «En mi habitación tengo una ventana que da a un bosque y miro siempre desde ella. Cuando hace bueno, salgo al balcón, desde donde saludo a los vecinos que sacan al perro y a veces hablo un poco con ellos», refiere Elisa.
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