Oblicuidad

Elemental, querido Pérez-Reverte

El protagonista de ‘El problema final’ vuelve a ser Pérez-Reverte.

El protagonista de ‘El problema final’ vuelve a ser Pérez-Reverte. / A. VIGARAY

Matías Vallés

Matías Vallés

Una novela detectivesca debe funcionar como una orquesta bien temperada. Arturo Pérez-Reverte cumple religiosamente con este mandamiento en El problema final, donde la sombra de Sherlock Holmes aparece impresionada desde la misma portada. Ante la lluvia de las proverbiales muertes violentas, los huéspedes confinados en un hotel mediterráneo en el verano de 1960, al estilo de Maldad bajo el sol de Agatha Christie, no llaman en su auxilio a un detective famoso, como en las notables y seriadas encarnaciones de Hercule Poirot a cargo de Kenneth Branagh. Los clientes y trabajadores aterrorizados deberán conformarse con un actor crepuscular, que ha interpretado las obras completas de Arthur Conan Doyle hasta confundirse con su fetiche.

Olviden las divagaciones anteriores, y El problema final abunda en inofensiva erudipausia, para recordar que el protagonista de las obras de Pérez-Reverte es siempre su autor, apenas disimulado. El guiño explícito se dirige aquí desde la dedicatoria a Basil Rathbone, pero el escritor teme que su devoción naufrague en la actual ignorancia enciclopédica. De ahí que el improvisado detective Ormond Basil sea fácil de equiparar al Falcó que protagoniza una acertada trilogía bajo la misma firma.

El medio centenar de obras completas de Pérez-Reverte componen una venganza, el escritor prefiere la palabra «ejecución», contra los literatos que menospreciaron sus debutantes y espléndidas El húsar o El maestro de esgrima. La reacción troglodítica puede sintetizarse en Baltasar Porcel hablando de «tebeos». El ansia de contrarrestar los embates desde la disertación se nutre de errores ocasionales, como en la censura a las «películas aburridísimas, por cierto, las del tal Godard y los otros, pero que en esa época hacían furor».

La primera película del director francosuizo, que dejó al cine Sin aliento, se estrenó en París durante el mismo 1960 en que transcurre la acción de El problema final, por lo que sobran el plural y la generalización a un estado de opinión concretado. En honor de Pérez-Reverte, brilla incluso cuando suena a Wikipedia. En cuanto a la resolución de los crímenes que se van amontonando según exige el género, el autor se comporta como un prestidigitador que reta constantemente a su lector a descubrir el truco. Hasta proponerse incluso como candidato a culpable. El asesinato de Roger Ackroyd, siempre la tía Agatha.

El «elemental, querido Pérez-Reverte» establece que la victoria absoluta sobre el crimen es inalcanzable. También aquí se somete El problema final a la doctrina relativista de los tres grandes maestros contemporáneos del género, Michael Connelly, Mick Herron y Jo Nesbo por este orden. En fin, no sería una novela del autor de Alatriste si contuviera sexo explícito. Sus personajes abundan en la promiscuidad dilapidada, pero siempre la ejercieron antes de que empezara la novela.

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