Minuto 91

La opinión de Sebastià Adrover: Después de Mestalla, llegó Elche

El mallorquinismo que ahora llora la derrota en La Cartuja debe mantener la esperanza de que le llegará otra oportunidad en el futuro, como a los que cayeron de forma tan cruel en la Copa del Rey de Valencia en 1998

Omar Mascarell consuela a Dani Rodríguez en La Cartuja.

Omar Mascarell consuela a Dani Rodríguez en La Cartuja. / MANU MIELNIEZUK

Sebastià Adrover

Sebastià Adrover

Las finales se juegan para ganarlas. Esta frase tan manida forma parte del fútbol y está cargada de razón, pero hay realidades que la matizan. Porque los que ahora lloran desconsoladamente por la dolorosa derrota del Mallorca en La Cartuja, sobre todo los más jóvenes, con el tiempo se darán cuenta de que lo vivido fue un regalo. Se perdió una gran oportunidad, pero lo bueno es que llegarán más, seguro. Los de la generación del que suscribe estas líneas tuvieron que soportar las decepciones en las finales del Bernabéu (1991), Mestalla (1998) y Birmingham (1999). El título en Elche en 2003 no sirvió para olvidar aquellas frustraciones, pero sí para aliviarlas. No es un gran consuelo, pero ayuda.

Inolvidable. No hace falta ganar para ser eternos. Este Mallorca de Javier Aguirre ya se queda para siempre en la retina de los miles de hinchas que acudieron en masa a Sevilla y de los que se quedaron animando desde casa. La ilusión que ha generado esta Copa del Rey ha sido una bendición para un club que sigue dando pasos agigantados en su crecimiento en todos los aspectos posibles. Consolidado en Primera División, aunque todavía debe certificarlo este curso, con más abonados que nunca, un estadio nuevo y un futuro prometedor alimentan a una hinchada cada vez más joven y que ni vivió los años dorados del club en Europa y en la elite del fútbol nacional. Y eso es lo bueno. Hay que reconocerle a esta propiedad el gran mérito que tiene mantener un club saneado y que ambiciona seguir mirando hacia arriba.

Preguntas que debe responder. Todo esto no significa que toda su gestión sea perfecta. El mallorquinismo se merece respuestas a algunas cuestión que fueron difíciles de entender en Sevilla. ¿Por qué hubo tantos hinchas del Athletic en la parte superior del fondo bermellón? ¿Por qué las entradas de la Federación Española acabaron en manos de los vascos? ¿Por qué no se podían comprar entradas en grupos superiores de seis personas y después se vieron peñas de los rojiblancos juntas en las gradas? Por supuesto que hay decisiones que no dependen de Son Moix, pero haría muy bien Alfonso Díaz en preguntar a Madrid qué sucedió para contárselo a sus abonados. Se merecen una explicación.

Buenos modales. La Cartuja ya es un lugar común para siempre entre los mallorquines y ‘barralets’, que demostraron su buena educación en las calles de Sevilla. Es una afición ejemplar que volvió a dar una lección de saber estar lejos de la isla. Estaba en una abrumadora minoría respecto a los ‘athleticzales’ en la capital hispalense, pero lució con orgullo el escudo demostrando que estaba a la altura, una vez más. Qué bonito fue todo lo que se vivió y qué duro fue el final, pero valió la pena.