Lletra menuda: Secuelas y costes del silencio
Callar suele ser signo de prudencia y templanza, de capacidad objetiva de interpretar la situación. Pero no siempre. Quien calla, otorga, asevera también la sentencia popular. La sociedad mallorquina sabe mucho de silencios, va con su propia naturaleza. Sabe leer en el vacío de la palabra y percibe, cuando se da el caso, que hay mutismos más elocuentes y estridentes que el discurso brillante.
El prior y el coordinador de Lluc comparecen en el juzgado de Inca en calidad de investigados sobre el más antiguo caso de presunto acoso laboral que les afecta. Al ser interpelados por los periodistas callan y rechazan la mirada rayando la descortesía. Las acusaciones son graves y, en función del cargo que ocupan, van mucho más allá de su persona. Silencio, del mismo modo en que el sigilo ha sido una de las condiciones impuestas para saldar, en el umbral del juicio, los pleitos anteriores idénticos al que ahora se dirime. Las acusaciones son graves pero no pregunten. Si lo hacen pueden ser anatemizados por una Iglesia, una jerarquía mejor, que se siente incomprendida y perseguida cuando le piden cuentas. Vayan a Lluc, disfruten de la naturaleza y del sosiego del templo, pero callen, implíquense si quieren en su financiación, pero no muevan la alfombra. Puede haber sorpresas.
No se ha querido entender que la paz del entorno y el silencio del templo acogedor deben estar protegidos y garantizados por la elocuencia de la transparencia en la gestión y el discurso. La casa pairal no puede tener habitáculos secretos.
Los pleitos laborales en Lluc deben ser esclarecidos más allá de los tribunales. La diócesis ha hecho una decida apuesta por el ahora santuario-seminario. Actuar a oscuras va en perjuicio de todos, incluidos los implicados directos.
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