Gent de Ciutat

Llúcia Ramis: «Palma trata mejor a los turistas que a los residentes»

Nació en Ciutat y vivió en la capital hasta que empezó los estudios universitarios

Reside en Barcelona, donde trabaja como periodista y escritora

Ha visto, desde fuera, cómo ha cambiado su ciudad, a la que vuelve cuando el trabajo se lo permite

Llúcia Ramis

Llúcia Ramis / Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Parafraseando el título de uno de sus libros: ¿Palma es una gran «possessió»?

(Sonríe). No, no lo creo. Pero Mallorca sí. Mallorca, como conjunto, es comparable a una gran possessió, por el hecho de ser una isla, cosa que demarca mucho los límites. Y, además, lo poco que tenemos podemos perderlo rápidamente. Cada parcela que vendemos, la perdemos para siempre. Antes nos vendíamos nuestras casas entre nosotros, ahora las vendemos a los de fuera. Y eso es irreversible.

¿Cómo se ve Palma desde Barcelona?

La veo como una ciudad complicada, que nunca me ha gustado demasiado. Pero tampoco no me gusta Barcelona. Y es que en realidad no me gustan las ciudades. En el fondo vivo una contradicción: no me gustan las ciudades y siempre he vivido en alguna. Y todavía más contradictorio es el hecho que, cuando poco tiempo después de trasladarme a Cataluña, descubrí Girona, me sentí atrapada por ella, por lo que me recordaba a Palma. Me enamoré de Girona pero sigo sin amar a Palma. Sí, soy contradictoria. Por otra parte, hace cuatro años que no paseo por Palma, por tanto, no sé exactamente cómo es ahora.

¿Por qué estudió periodismo?

Si he de ser sincera le diré que estudié periodismo para salir de Mallorca. En la solicitud de estudios, al terminar el bachillerato puse como primera opción periodismo, como segunda arqueología y como tercera biblioteconomía. Tres carreras que no podían cursarse en Palma, pues lo que quería era salir. No tenía ninguna vocación por el periodismo. Si bien me gustaba escribir, ser periodista no era mi objetivo.

¿Volvería a vivir a Palma?

No, de manera fija o continuada, rotundamente no. Y si a eso le añadimos que la Palma de hoy no es la que viví de pequeña, pues menos ganas tengo de volver. Nací y viví en el barrio de Santa Pagesa, fui a la por entonces llamada Escuela de prácticas y luego al Instituo Joan Alcover, así que mi vida se movía en esa zona, la de la plaza París, que aún conserva cierto encanto de barriada, con la vendedora de periódicos de toda la vida y la panadería de siempre. Allí también vivían mis amigos, entre ellos Carles Rebassa con el que establecí una gran relación de amistad y con quien me comunicaba a través de cartas que ambos depositábamos en el mismo buzón. Era como un juego. Un juego epistolar que continué con una primera pareja que tuve y con alguna otra amiga. Escribir siempre me ha gustado.

¿Qué es lo que no le gusta de Palma?

Sobre todo las Avenidas. No me gustan en absoluto. No son más que una autopista en el centro de la ciudad. Palma es una ciudad pensada para los coches. Y Barcelona igual. Ambas tienen un grave problema de autoestima. Yo peatonizaría muchas calles, como en la mayoría de ciudades europeas. Palma trata mejor a los turistas que a los residentes y eso no es ser cosmopolita. Mantener un modelo de ciudad que no tiene en cuenta la realidad del cambio climático, es un problema.

En sus escritos y en sus libros no le importa dar a conocer algunos aspectos de su personalidad, incluso íntimos.

Seguramente es así, en parte, por esa afición epistolar que, desde adolescente, mantenía con esos compañeros a los que contaba cosas propias que otros no conocían.

En Les Possessions se nota claramente esta manera de escribir.

Sí, en ese libro hay un cierto destape emocional. Escrito en primera persona me permitió hacer una especie de crónica de la crisis que vivimos los de mi generación, una crisis económica, laboral y de vivienda, que nos llevó, a los treinta años, a no poder estabilizarnos cuando parecía que debíamos hacerlo por edad. De hecho, la crisis, en todas sus modalidades, está en todas mis novelas.

Ha citado la edad de treinta años, que también aparece en alguno de sus libros.

Los de mi generación somos los últimos analógicos, los que vienen después han nacido con la digitalización. Sobre los treinta años, los que fuimos educados con materiales analógicos, tuvimos que reciclarnos hacia el mundo digital. Y eso marca. Y a todo esto debemos sumarle el hecho que los de mi edad debemos tener más de un trabajo; pocos pueden salir adelante con un solo contrato que les permita vivir dignamente. Eso es de otra época.

Y ¿dónde metemos al joven periodista?

Buena pregunta. Todo eso que he comentado de mi generación nos permitía tener claro lo que era real y lo que no; escribíamos a partir de un pasado y creyendo que lo nuestro iba a perdurar. Ahora no es así, la inmediatez es lo que importa. Así que dudo que los jóvenes sepan distinguir entre lo cierto y lo falso, pues la realidad virtual elimina las pistas de lo que es verdad o mentira, lo que es irónico de lo que no lo es, no entienden el sentido metafórico de una frase… en definitiva, no conocen, ni les importan, las fórmulas narrativas. Y eso suprime la literalización, que es la manera de sublimar la realidad. El periodismo bebe de la literatura, exige escribir bien, cosa que ahora importa menos que sea así. Nadie invierte en periodismo y el amor a lo que significa explicar las cosas bien, desaparecerá. Desaparecerá también el seguir a una u otra firma. Ahora se sigue a influencers y no a columnistas. Dar valor a un texto escrito poco a poco dejará de existir, igual que dar valor a las humanidades, que cada vez tienen menos espacio en los planes de estudio. Si una materia no está destinada a la producción y el consumo, se elimina.

Hablando de metáforas, ¿de qué es metáfora el título de su libro Egosurfing?

De que como más elementos de búsqueda tenemos en Internet y a través de las redes, más solos nos sentimos. Somos egocéntricos y, de cada vez más, no nos mueven los motivos sociales, solamente nos importa el ego.

Ser periodista ¿ha sido lo que esperaba que sería?

Estudiando la licenciatura ya me di cuenta que la cosa me gustaba y al final sí, me ha encantado ejercer como tal. Y el hecho que me haya dedicado al ámbito cultural, ha reforzado mi interés hacia la profesión. Ya desde segundo de carrera, durante los veranos, trabajé en las secciones de cultura de algunos periódicos, entre ellos el Diario de Mallorca. Pero claro, el periodismo ha cambiado mucho. Ahora cualquiera puede comentar una noticia que aparece en el digital, muchas veces sin conocimiento del tema, con lo cual se dan situaciones de falta de respeto hacia la profesión, infravalorando el trabajo de los buenos periodistas, poniendo en un mismo saco los verdaderos profesionales y los que no lo son.

Yo creo aún en las cabeceras. ¿Soy un romántico?

No, en absoluto. Las cabeceras aún tienen valor, pues pueden verificar lo que publican, aunque la figura del editor haya casi desaparecido. Lo que ocurre es que muchos de los que afirman que «tal o cual diario miente» o que «tal o cual periodista dice lo que su jefe le obliga a decir», luego se dedican a clicar y reproducir cualquier cosa sin verificar si es o no cierta. Con eso no quiero decir que todo se haya hecho bien en el periodismo, pero Twiter y las redes sociales han hecho mucho daño.

Escribir una columna en un periódico ¿es periodismo o literatura?

Para mí, las dos cosas son lo mismo, me tomo cada columna como si fuera una pieza literaria, mi nivel de exigencia es el mismo. Aunque claro, una columna semanal no es lo mismo que escribir un libro, que se publica cada tres o cuatro años.

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