Aquel 23F tan oscuro todavía

Domingo Sanz

Se me quitan las ganas de recordar el 23 F de 1981 pues ya son tres las investiduras para las que Sánchez ha necesitado el favor de escaños no controlados por su partido y ninguno de sus titulares ha decidido condicionar su voto a la derogación de esa Ley de Secretos Oficiales que sigue ocultando lo que realmente sucedió en torno a la «dimisión» de quien había ganado al PSOE en dos urnas consecutivas y con más de dos millones de votos de ventaja, algo que resultó muy difícil de soportar para la pareja González/Guerra. Ya está bien de tanto Aeropuerto de Madrid Barajas Adolfo Suárez, pues debería ser el propio presidente del gobierno quien encendiera esa luz, aunque solo sea porque sabemos que en 1995 Suárez, sin duda para no llevárselo a la tumba, le contó a Prego que había salvado la monarquía haciendo trampas en el referéndum de 1976 porque sabía que los españoles queríamos República gracias a unas encuestas que conserva el Gobierno actual pero que se niega a publicar, por mucho 60 aniversario que haya cumplido el CIS de Tezanos y por mucha gente que le pida a Sánchez que las enseñe.

 Es imposible saber si aciertan, pero puedo comprender que esa ley de 1968 les importe un bledo a unos diputados vascos, catalanes y gallegos que preferirían venir a Madrid solo para hacer turismo fuera de sus fronteras. Quizás juegan, y a eso tienen derecho porque no sería delito, a la estrategia de que se pudra una España que es incapaz de enseñar un pasado del que no quedarían libres de pecado ni los que entonces no podían votar, a la vista de las decisiones que adoptan ahora que son mayores de edad. Pero que desde diciembre de 2015 no hayan exigido esa derogación los diputados de Podemos/Sumar es algo que demuestra lo mucho que a todos envenena en España la simple expectativa de tocar poder, incluso aunque no se consiga ni un escaño.

Mientras no se derogue esa ley franquista mi palabra vale tanto como cualquier otra si afirmo que el rey anterior no se habría puesto a intrigar con militares de su confianza y golpistas contra Suárez sin contar con la inacción, o incluso con un apoyo que no podía hacerse público, de Felipe González, cuyo nombre figuraba en la lista del gobierno de concentración presidido por Armada que el propio Tejero rechazó cuando creyó que solo él y sus guardias civiles en el Congreso podían salvar España. Y también por lo muy bien que se llevaron Juan Carlos I y Felipe González sabiendo, como todos sabemos hoy porque lo confiesan importantes como Narcís Serra, que su Gobierno lo sabía todo del despreciable comportamiento del padre de Felipe VI durante su reinado.