Opinión

Desaparece la vacuna de AstraZeneca

La retirada del producto asociado con casos de trombosis no es un triunfo de los negacionistas, sino una derrota de los afirmacionistas y su fe en la ciencia, términos incompatibles

Astrazeneca

Astrazeneca

Pedro Sánchez suspiraría por ser tratado mediáticamente con la misma suavidad que acoge a los gigantes farmacéuticos cuando retiran del mercado un producto polémico. Véase la vacuna contra la covid de AstraZeneca, que ha comprometido a la universidad de Oxford. «Un descenso de la demanda», «voluntariamente» , «ya no es indispensable», todavía hay clases incluso en el fango periodístico. A cambio, se esquiva por inconveniente la palabra «trombosis», o se le adjunta el adjetivo «rarísimos», donde hasta el superlativo suena insuficiente. Son los beneficios de pedir la intercesión de una buena CRO u Organización de Investigación por Contrato. Según detalla el catedrático de Farmacología Joan-Ramon Laporte en Crónica de una sociedad intoxicada, la contratación se produjo «para ‘trabajar’ los medios de comunicación a fin de calmar los ánimos cuando aparecieron los primeros efectos adversos de su vacuna».

Frente a tanta prosopopeya, la página oficial de la Unión Europea que describe a la vacuna Vaxzevria de AstraZeneca está tachada por un abrumador letrero en diagonal de tipografía impresionante, «Producto medicinal que ya no está autorizado». La empresa y sus patrocinadores aseguran que este medicamento «ha salvado seis millones y medio de vidas», donde asombra la meticulosa precisión en el «y medio». Solo falta adjuntar los nombres, apellidos y nacionalidad de los agraciados con una prórroga vital.

La abrupta retirada de la vacuna de AstraZeneca conlleva la lógica suspicacia, entre quienes recibieron la noticia de que recibían esa marca con la jeringuilla ya clavada en el hombro, y al grito de «me ha tocado la mala». Sobre todo, porque sus amigos de la clase médica habían maniobrado para esquivar dicho producto, mientras las autoridades sanitarias introducían un laberinto de edades más o menos recomendables para sustraerse a las posibles responsabilidades.

En atención a la obsesión con la covid que caracteriza a los años veinte, la desaparición de AstraZeneca merecería una repercusión equivalente a Puigdemont, o a la clasificación del Madrid sobre el Bayern para la final de la Champions. Sin embargo, la extinción vacunal ha pasado desapercibida. Sobre todo, por comparación con los aleluyas que recibió el preparado a su llegada gloriosa. Un escéptico radical se asombrará de que se hayan necesitado tres años para determinar «un desplazamiento en el cálculo de los riesgos», la valoración descafeinada de científicos sin el coraje de Laporte.

Ante el silencio sepulcral, nadie se atrevería a especular sobre una sospechosa connivencia con una empresa con activos por valor de cien mil millones de euros. Simplemente, la covid ha pasado de moda, con independencia de las muertes que provoque o de los cientos de millones de vidas salvadas por los políticos y las farmacéuticas. Como efecto secundario adverso, la ausencia de debate en el orbe serio, que el benemérito Sánchez pugna por preservar, ha desterrado la retirada de uno de los productos cruciales de la pandemia a las soflamas de los antivacunas.

Antes de ser incluidos en alguna secta irracional, cabe destacar que la retirada del producto asociado con casos de trombosis no es un triunfo de los negacionistas, sino una derrota de los afirmacionistas, postulantes de la fe en la ciencia aunque ambos términos son irreconciliables. Pese a ello, el oxímoron describe a la perfección el clima de la pandemia, cuando se decretó una observancia religiosa revestida de pamplinas científicas. Conviene recordar que hay personas que en España ingresaron en prisión por el crimen aberrante de pasear a solas por una ciudad. Y que la China de Xi Jinping copiada sin reservas por Occidente retiró abruptamente el confinamiento, bajo el argumento epidemiológico de que la rebelión popular contra la medida amenazaba la estabilidad del país.

La retirada de AstraZeneca es una noticia de primer orden, y no solo porque cambia la percepción del doctor Laporte, asaeteado tras declarar ante el Congreso que la vacunación contra la covid era el mayor experimento de la historia de la humanidad. La imagen icónica del impacto psicológico de la covid muestra a un hombre con mascarilla en un coche, donde es el único pasajero. La estampa se ha utilizado como arma contra las restricciones, pero en realidad describe la solidaridad que caracterizó la aceptación popular de la pandemia. El argumento fundamental para permitir una inyección de AstraZeneca por duplicado no era médico, sino sociológico. Se aceptaba el riesgo porque otras personas estaban sufriendo. En la resaca, procede otra cita de Crónica de una sociedad intoxicada. «Aparte de las acciones que se nos anuncian, los fármacos que usamos habitualmente tienen muy probablemente otros que no nos han sido presentados, y que a menudo son mal conocidos».

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