Opinión

El segundo destierro de Puigdemont

El independentista napoleónico no ha recibido la acogida imperial que esperaba en Cataluña, superado con amplitud por un candidato socialista sin leyenda

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont. / David Borrat

La Esquerra Republicana exánime no oculta el techo de Junts, con el pujolismo incapaz de cosechar los frutos del hundimiento estrepitoso de su vecino, y empantanado desde hace cuatro elecciones en la treintena de diputados al Parlament. Pese a sus ínfulas de figura histórica de concentración nacional, Puigdemont sufre su segundo destierro, dentro de la lógica napoleónica fijada por su asentamiento en el campo de batalla de Waterloo. El francés fue confinado en Elba, desde donde regresó a Francia para una aventura equinoccial que acabó con sus huesos en otra isla fuera de los mapas. También el expresident de Cataluña se debate aislado, como único resistente del independentismo que ya solo reconoce Feijóo, porque necesita un pelele para propulsarse a La Moncloa.

La clave no está en perder, sino en determinar frente a quién se pierde. Puigdemont ha gozado durante siete años de la estatura de protagonista en la esfera internacional. Su regreso a casa preamnistiado debía enmarcar los honores que reciben los generales victoriosos, identificados con los supervivientes. Sin embargo, el independentista napoleónico no ha recibido la acogida imperial que esperaba de Cataluña. Sobre todo, ha sido superado con creces por un candidato socialista sin leyenda, un vulgar ministro de Sanidad, un Salvador Illa improvisado porque tiene vocación de número dos. Hurgando en la herida, uno de esos políticos átonos que alineaba el PSC, para que fueran aniquilados por la maquinaria imbatible de Jordi Pujol.

Los análisis postelectorales del voto masculino, femenino o por franjas de edad superan en esterilidad a los sondeos preelectorales, que no percibieron la magnitud de la debacle de ERC. Los escrutadores de vísceras atribuyen la primera plaza que no victoria de Illa a su condición de catalán tranquilo. La etiqueta sirve frente al levantisco Puigdemont, pero no respecto del apaciguado Pere Aragonès. Esta interpretación psicológica posee el mismo valor que adjudicar la preeminencia del PSC a la mayor estatura física de su candidato, o a que atesora la mejor marca de todos los aspirantes en la semimaratón.

Al igual que sucede con todos los movimientos políticos, la independencia no se juzga como aspiración, sino una vez conquistada. El independentismo ha fracasado porque no ha materializado ninguna de las promesas que planteó. Se retiró antes de ser reprimido, no ha funcionado, los ingleses poseen el verbo mágico «deliver». La fe sola no obra milagros, ni en Cataluña ni en Siria o Ucrania, donde se registran migraciones en masa cuando llega la hora defender a su país. Los catalanes no han traicionado la idea napoleónica de Puigdemont, sino que han recuperado su acentuada identidad mercantil, otro bofetón a quienes niegan el valor de las esencias identitarias.

La medalla de plata electoral no es el golpe más duro recibido por Puigdemont. Ha perdido el papel de referente, su venganza consiste en aspirar a la Generalitat a lomos del PSOE pero sin que se note. El líder del partido unipersonal Junts compara su resultado del pasado domingo con el segundo puesto obtenido por Sánchez frente a Feijóo el 23J. Olvida que el socialista ya estaba en la Moncloa, lo cual facilitaba sus transacciones. Por no hablar de que la derrota del expresident catalán se ha producido ante un simple Illa. Sin mencionar que el líder independentista utiliza unas elecciones españolas como referente para reclamar su recompensa.

No todo ha sido negativo en las elecciones catalanas para Puigdemont. El hundimiento independentista que no catalanista, por algo se llama PSC, desnuda los medios muy limitados con los que operaba una trama que los castizos siguen apellidando de golpista. Los medios eran tan exiguos que se desvanecen las comparaciones con los ejércitos napoleónicos. El Estado tuvo que desenfundar el arma nuclear judicial para desactivar a un abigarrado reducto con una onda expansiva muy superior a su fortaleza real. No se canta la heroicidad del rebelde en jefe, sino su desfachatez, ha movilizado a millones de personas jugando de farol.

Las urnas chinas del referéndum perseguido a golpes consagraron a Puigdemont, otras urnas más sobrias de rango autonómica le devuelven a la realidad de que Cataluña no lo reclama como salvador. En su dimensión regional, comparte la frustración napoleónica ante el desinterés de Francia. Tras haber sido derrotado por el neutro Illa, votado porque no huele a conflicto, el hombre orquesta de Junts sube la apuesta y desafía a Sánchez en persona. El duelo está desequilibrado jerárquicamente, pero se iguala por la forma de funcionar de ambos gobernantes. Antes de romper con los socialistas, el expresident debe garantizar el perdón socialista a los independentistas anónimos que se vieron arrastrados por la corriente a un protagonismo penal. Creyeron a ciegas en una misión histórica que se ha desvanecido, una ensoñación.

Suscríbete para seguir leyendo