Opinión

Sánchez: de presidente espiado… ¿a la UE?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / EP

Pedro Sánchez ha decidido continuar el mandato como Presidente del Gobierno de España. Encomendado hace menos de un año en nombre de la ciudadanía española por las Cortes Españolas. Detalle el último importante: no se debe olvidar que en gran parte de los países de la OCDE se sigue el mismo sistema —la mayoría parlamentaria— para elegir al Jefe del Ejecutivo. Ergo: no asume el poder quien más votos populares recibe, sino quien más apoyos camerales tenga ante una sesión de investidura.

Para unos, el veredicto no deja de ser un alivio: la dimisión hubiera sido una claudicación ante la guerra del dossier y el teléfono pinchado. También levanta los alicaídos ánimos de la militancia progresista en su conjunto. Ahora más animada tras la nueva consigna: el enemigo del progreso en España es el «fango», el juego sucio. La misma que la utilizada por Carles Puigdemont o Pere Aragonès cuando se refieren a la Fiscalía. Más concretamente, a su método para la obtención de pruebas de cara a los diferentes procesos contra independentistas catalanes. Curiosa paradoja.

Para otros, un mayor calvario: el asalto al poder —milimétricamente planificado, entre otros, por el comisario Villarejo, uno de los personajes más turbios de la historia reciente de España— parece haber entrado en stand-by. Por ahora. Porque una cosa parece evidente: tanto Núñez Feijoo como Santiago Abascal no cejarán en su empeño de desalojar de La Moncloa al Presidente antes de 2027, fecha prevista para las próximas elecciones legislativas. Les va mucho en el envite. Quizás su supervivencia política.

Salvando las distancias, parece que se hayan retornado a los tiempos de Javier de la Rosa, el coronel Perote, Mario Conde y algún que otro ilustre periodista más en su acoso y derribo a Felipe González. Como dijo Luis María Ansón, otro de los entonces confabulados: «quizás se pusieron en peligro las estructuras del Estado de Derecho, pero lo importante era echar al Presidente». Edificante. Por cierto: la guerra sucia existe hasta en los ámbitos más piadosos: Vicenç Lozano (periodista de TV3 destacado 35 años en el Vaticano) rememora una jugosa anécdota en su recomendable Vaticangate. Un cardenal de la Curia Vaticana lo citó en un hotel de lujo romano para realizar una entrevista. Mientras desayunaban, el purpurado descubrió un minúsculo micrófono al lado de su plato. Montó en cólera, aplastando el aparato de un puñetazo. Nunca se supo el autor del espionaje.

Prueba de que la invasión de los más ámbitos más privados de la vida de los políticos españoles puede ser imparable son las palabras de Miguel Bernad (secretario general de Manos Limpias, sindicato de marcada tendencia ultraderechista) tras darse a conocer la rueda de prensa de Sánchez desde La Zarzuela: «tenemos más pruebas, y ahora implican al Presidente». Desalojar a Sánchez, ésa es la consigna. Cueste lo que cueste: por lo que parece, a algunos les es indiferente que los fondos NextGen —arduamente negociados, un balón de oxígeno para administraciones y empresas— puedan decaer por no ser gestionados ante la parálisis gubernamental producida por unas nuevas elecciones legislativas. Por lo que parece, esas cuestiones pueden ser ahora secundarias. La cuestión es expulsar de La Moncloa a quien se atrevió a plantear una moción de censura a un gobierno del Partido Popular… y ganarla.

A su vez, el propio Presidente debería pensar que su acto, si bien puede crearle simpatías inmediatas en las elecciones catalanas, lo deja tocado. Enric Juliana —sesudo corresponsal del Grupo Godó en Madrid, gran conocedor de los entresijos capitalinos— asegura que los últimos cinco días de abril han convertido a Sánchez en el nuevo «pato cojo» de la política nacional. Un activo amortizado. Las razones para su no dimisión pueden encontrarse, entre otras, por sus aspiraciones europeas: este julio se elige nuevo Consejo Europeo. El bávaro Manfred Weber (presidente del Partido Popular Europeo) impediría al madrileño optar a un puesto de bambalinas llegando dimitido. Otra cosa es como Presidente en ejercicio. Quizás tenga razón. El tiempo lo dirá.

Momento complejo, ciertamente. Muchos deberían reflexionar: España necesita solidez en estos momentos. Un Gobierno que dé imagen de unidad. Y que lo sea. Ahora bien: con un profundo respeto hacia los principios democráticos. Que deben regir las actuaciones parlamentarias. Tanto de los partidos aliados en la gobernanza nacional como en la de los opositores.

En todo caso, alguien debería tomar aire. Y recapacitar.

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