Lo de Bisbal
La teoría de que el diablo está en los detalles no corresponde -que yo sepa- a ninguna corriente religiosa. Se trata de un refrán anglosajón que subraya cómo las pequeñas cosas, las que parecen más triviales o anecdóticas, mueven los engranajes de cualquier actividad humana. Esas pequeñas cosas pueden provocar desde la emoción de llorar, como en la canción de Serrat, hasta el desahogo de reírse cuando un niño nos descoloca con su espontaneidad; pasando por el agradecimiento sincero, simplemente porque alguien nos cede el paso. ¿Son chorradas? No, yo creo que son fundamentos de vida sana. Y el espontáneo saludo de David Bisbal a un grupo de fans, que el otro día le esperaban a la salida de un concierto para pedirle fotos, se enmarca en esa categoría. El artista almeriense se ha convertido en carne de memes y su frase -«¿Cómo están los máquinas?…»- ha corrido por los grupos de Whatsapp al nivel del legendario «¡Ni que fuera yo Bin Laden!», que soltó Belén Esteban; o de aquel «Hola, soy Edu, feliz Navidad», que anticipó hace años la brasa que nos darían las operadoras de telefonía móvil.
Pero el gesto de Bisbal no esconde ningún reclamo publicitario ni responde a un -¿calculado?- ataque de ira en mitad de un reality. Expresa un gran respeto al otro, desde la naturalidad; y también agradecimiento, porque sin esos chavales que se mueren por una «fotillo» tampoco él estaría donde está. Conocí a Bisbal hace años, cuando ya militaba en esa etérea categoría que denominamos «famosos», y la verdad es que su simpatía, honesta, me convenció. Además, para desmontar los numerosos prejuicios que podemos fabricarnos en la cabeza, nos sorprendió a todos por su profundo conocimiento de la historia del Antiguo Egipto.
Ignoro si sigue conservando esa pasión, pero celebro que mantenga en su vocabulario dos de las expresiones más valiosas que existen: «por favor» y «gracias». No sé si con ellas se puede llegar al fin del mundo, como decía mi madre, pero al menos alejan el peligro de convertirte en un gilipollas.
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