No es país para ‘patos’

Aracely R. Robustillo

Aracely R. Robustillo

En la historia de la humanidad ha habido gente muy chunga que ha dejado bien patente que podemos ser ‘amaestrados’, como cualquier otro animal. Ya sea en creencias religiosas, políticas, costumbres, afectos, comportamientos o gustos estéticos. En nuestra cultura, por ejemplo, aprendemos desde pequeños que si no nos convertimos en cisnes, y simplemente nos quedamos en pato, el cuento no tiene final feliz. Y si el pato encima no es delgado, la historia puede convertirse en pesadilla. La de Berta Vázquez empezó en la última gala de los Premios Goya. La guapa actriz apareció en el evento para entregar un premio y dejó ojiplático al respetable porque ha aumentado de peso.

Un escándalo, al parecer, sobre el que se han vertido ríos de críticas, memes y minutos televisivos; aunque también haya habido, todo hay que decirlo, defensores y merecidos piropos para ella. Lo paradójico es que la situación a la inversa hubiera dado para una ‘película’ totalmente distinta. Si una chica preciosa, pero metidita en carnes, como diría mi madre, hubiera reaparecido en la alfombra azul de Sevilla hecha una sílfide, se hubiese convertido en la Cenicienta de la noche. Entonces los kilos (de menos) sí habrían sido motivo de aplausos y hasta de alguna lágrima. Una historia de superación, que hubiese cuadrado con el guión y los prototipos que las últimas décadas de adoctrinamiento han grabado a fuego en nuestro cerebro. Le lloverían los papeles y los contratos. Porque este tipo de tramas son las que mejor venden.

Que se lo digan a los responsables de marketing de Los Bridgerton, que llevan meses cebando la tercera entrega de la saga, utilizando como principal gancho la pérdida de peso del personaje de Penélope, que sin duda con ello conseguirá su final feliz con su adorado Colin. Hay cientos de obras en la literatura y en la pequeña y gran pantalla de todas esas mujeres, que para poder enamorar al príncipe, o triunfar en la vida, tienen que sufrir una metamorfosis apoteósica. Una tendencia muy conveniente para que unos cuantos listos hagan caja.

En nuestro país, solo en 2021, las tiendas de dietética y herbolarios facturaron 520 millones de euros, un 4% más que el año anterior, según el datos del Observatorio Sectorial DBK de INFORMA. Pero negamos la mayor. Nos creemos muy evolucionados y para acallar nuestras conciencias, nos convencemos de que nos hemos liberado de los patrones estéticos establecidos.

La gala de los premios del cine español es cada edición un ejemplo significativo de ello. De vez en cuando, se cuelan en los repartos una persona con discapacidad, o una gorda, y los académicos no dudan en hacer su buena acción del año y suelen darle los premios. Lo malo es que suelen ser flor de un día, una manera como otra cualquiera de cumplir con las cuotas, porque la realidad es que ellos y sus personajes no son lo normal, sino más bien la excepción, en una industria en la que los protagonistas, y sobre todo las protagonistas, son guapas, jóvenes y delgadas.

Que nos genere rechazo ver bajo los focos a cuerpos reales, que representan a una mayoría mucho más extensa que los de esas exiguas ninfas, es un claro detonante de que la propaganda de las partes interesadas ha cumplido con su objetivo. Esas que nos venden que se trata de una cuestión de salud. Que unos kilos de más son nefastos, como si la anorexia o cualquiera de los otros trastornos alimenticios o las dismorfias, en muchos casos causadas por ese bombardeo constante de delgadez por doquier, no existieran.

Debería haber cabida para muchas más Bertas Vázquez, para que se termine la hegemonía de las Penélopes Cruz. Porque cuando dejemos de ver a una como el patito feo y a la otra como el cisne al que aspirar a convertirse, habremos aprendido de verdad a valorar la belleza genuina y la individualalidad. Todo lo demás son cuentos.

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