Entrebancs

Mirando hacia atrás sin ira (Y 3) La democracia bajo sospecha

Antonio Tarabini

Antonio Tarabini

La democracia está (casi) siempre bajo la sospecha de ser incompetente, sobre todo ante situaciones de urgencia y de especial gravedad. El reproche es siempre el mismo: la discusión de los demócratas es una pérdida de tiempo y sólo el liderazgo resolutivo (de los autócratas, pero también el de los técnicos y expertos) puede poner fin a esa pérdida de tiempo y postergar los problemas que caracterizarían a las democracias. Los gobiernos democráticos con excesiva frecuencia han recibido una doble recriminación en sentidos contrapuestos: porque son demasiado débiles o porque son demasiado fuertes.

La acusación de que los gobernantes abusan de su poder, goza de cierta popularidad. No deberíamos perder de vista que la coerción, con la que el legítimo poder político puede dar la respuesta social necesaria para hacer frente a la crisis, está limitada por las protecciones constitucionales de la libertad individual. El desafío de la democracia consiste en desplegar tanto poder como sea necesario, pero no más, para asegurar la libertad de todos.

La otra acusación considera que la democracia es incapaz de reunir el poder necesario para hacer frente a las múltiples crisis. Frente a tales coyunturas el legítimo poder democrático no puede ofrecer un espectáculo de indecisión, contradicciones y confusiones que afectan a la confianza de la población hacia unas medidas adoptadas y presentadas de modo incoherente. La provocada polarización y la crispación política y social puede conducir a que la solución autoritaria, no democrática, sea atractiva para una parte creciente de la población. La desconfianza actúa en una triple dirección: entre la gente y sus representantes; de los representantes hacia la gente; y entre ellos. La ciudadanía desconfía de que sus representantes tengan la competencia que exigen las circunstancias; y determinados actores políticos no desaprovechan ninguna oportunidad para obtener alguna ventaja de su encarnizada confrontación

Expuesto lo cual ¿cuál es la situación de nuestro Estado Democrático inmerso en una profunda crisis (política, económica y social) compartida con matices con el resto de Estados incluidos en la UE? Hay quienes sostienen que en las actuales democracias no hay apenas diferencias entre momentos electorales y la política del «día a día». Pero lo que ahora está en juego es casi todo el reparto de los puestos de poder. A escasos cuatro meses (28 de Mayo) las Elecciones Autonómicas (aunque no en todas las CCAA) y las Municipales. Procesos que algunos consideran como antesala de las Elecciones Generales a celebrar a finales de año, a no ser que se adelanten (circunstancia poco probable). Nos atañe un año decisivo después de una legislatura «peculiar». Tanto por el comportamiento de los grupos políticos, como por la pandemia, la crisis bélica, política y socioeconómica; que han provocado tensiones reflejadas en la Polarización y la Crispación Política y Social, situando a la democracia y a sus Instituciones como «sospechosas».

Sin embargo, una cosa es lo que cabe esperar y otra lo que cabría esperar. Lo primero es un aumento del ruido, proliferación de las encuestas y un protagonismo todavía mayor de los expertos en comunicación política, que aplican a rajatabla su clásico manual de campaña, incapaces de salirse del modelo del «político» maniqueo. Sus rasgos básicos están a la vista. Dado que la desconfianza hacia la clase política no para de crecer y que no hay victoria electoral sin movilizar a las propias huestes, no queda otra que motivar a los tibios creando un punto de referencia negativo respecto del cual poder diferenciarse. Al menos que nos unifique el odio, nuestra común animadversión al de enfrente. Lo prioritario pasa a ser la descalificación del adversario.

Pero otro cantar debería ser la exigencia de un modelo distinto. Su perfil es bien simple; el político que escucha y explica. No el que apela a las emociones primarias que subyacen detrás de las cómodas e interesadas distinciones entre el nosotros y el ellos, sino el que apela a la razón; el que, por tanto, se dirige a los ciudadanos como mayores de edad con capacidad de discernimiento, con capacidad para evaluar las cosas, no como sujetos pasivos a los que encandilar con eslóganes u otros trucos dialécticos electoralistas.

Esto no garantiza una eliminación de divergencias lógicas y necesarias. El que se ve obligado a aportar razones, aunque no convenzan, al menos respeta implícitamente al interlocutor, lo incorpora al diálogo. Y esto es algo bien distinto a sentirse un mero conejillo de indias de espúreas estrategias de engatusamiento partidista. Todas esas proclamas y aspavientos que tan bien conocemos. Puede que aquí resida una de las causas de la desconfianza hacia la clase política, que desprecia la inteligencia del ciudadano.

Quizás a pesar de mi edad todavía soy un ingenuo ¿Por qué no aprovechar este período para hacer un pausado balance de lo ocurrido? Y, de paso, mirar a la cara a los retos del futuro inmediato y a medio plazo.

En esta Crónica mis referentes han sido, entre otros, Daniel Innerarity, Fernando Vallespin, Josep Ramoneda, Ignacio Sánchez Cuenca, y algún sortilegio de cosecha propia.

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