Entrebancs

Mirando hacia atrás sin ira (2): La estrategia de la crispación

Antonio Tarabini

Antonio Tarabini

La crispación es el rasgo más destacado de la situación política española. Se refiere tanto a la aspereza de las formas utilizadas como a la concentración de la agenda en torno a unos temas sobre los que, habitualmente, han existido algún tipo de consenso. Pues bien, dicha crispación está afectando a las relaciones entre el Gobierno y la oposición, a la vida cotidiana de algunas instituciones centrales y a la convivencia entre los ciudadanos, generando una evidente división entre los mismos. Hoy acudo a una reflexión de Joaquín Estefanía (Licenciado en Ciencias Económicas y en Periodismo por la U. Complutense de Madrid; y colaborador en distintos medios) publicada hace cinco años, en 2017.

La existencia de una estrategia de la crispación es un fenómeno anómalo en las democracias maduras. Entendemos por estrategia de la crispación un desacuerdo permanente y sistemático sobre algunas iniciativas del antagonista político, presentadas desde la otra parte como un signo de cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático. Este tipo de estrategia se contrapone a otro esquema de relación más fluida en el que se suceden y/o coexisten momentos de tirantez y de relajación, y en el que predomina la negociación y el intercambio por grandes que sean las diferencias. Mientras que en el caso de la estrategia de la crispación la tensión opera de forma sistemática, incluso sobre cuestiones de mínima significación.

Los protagonistas de la estrategia de la crispación son Vox, desde sus planteamientos de extrema derecha; el PP, a pesar de su pretensión de representar el centro/derecha europeo ; y Cs en fase de probable desaparición del mapa político. ¿Por qué se pone en marcha deliberadamente una estrategia de la crispación? Hay analistas que la identifican directamente con la cercanía de procesos electorales. Sin duda ello es una condición necesaria, pero no la explica del todo.

El funcionamiento normal de la democracia requiere la aceptación y el respeto por parte de los actores de algunas reglas no escritas: a) el que pierde, reconoce su derrota; b) el que gana, respeta al derrotado y no lo persigue; c) para ganar, no todo vale. Tales reglas de juego democrático se basan, por un lado, en el reconocimiento de la elección como procedimiento de selección del Gobierno y, por otro, en el respeto a las minorías como expresión del pluralismo político.

Pero si los partidos que lidera la oposición se instalan en la «estrategia de crispación»: a) renunciarán a rebatir las políticas del Gobierno tratando de deslegitimarlas por todos los medios; b) rechazarán de forma sistemática las iniciativas del Gobierno evitando competir mediante la contraposición de las suyas propias; c) se negarán a aceptar cualquier oferta de acuerdo por parte del Gobierno, inclinándose a invertir los papeles y exigirle acuerdos y compromisos basados en sus contrapropuestas, como si le correspondiera a la oposición la dirección de la política nacional; y d) introducirán en la agenda política asuntos de Estado, vedados por la tradición para la discusión interpartidista. En una palabra, intentará imposibilitar los acuerdos más significativos.

¿En qué modo se ha instalado la estrategia de la crispación en España? En nuestra opinión el PP, líder de la oposición, ha elegido la estrategia de la crispación para hacer política en la legislatura actual. Ello se manifiesta mediante tres características: a) clímax de crispación política y social, porque cree que le beneficia para sus intereses electorales); b) se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta ahora se habían identificado como de Estado (lucha contra el terrorismo en sus dos modalidades, la fundamentalista islámica y la etarra; y en parte en la estructura territorial del Estado) que ocupan el centro de la agenda política, dando lugar a un enfrentamiento completo; y c) tono durísimo en la crítica, que degenera en muchas ocasiones en descalificaciones e insultos. Todo ello conduce a una sensación de estar permanentemente al borde del abismo, como si el país se encontrase en una encrucijada en la que se jugara su propia supervivencia. En definitiva, una percepción artificial de alarma social.

El ambiente que genera un enfrentamiento continuo no es agradable y nadie quiere hacerse responsable del mismo. Por ello, el PP niega la utilización de la crispación como estrategia deliberada para quebrar el voto socialista y ganar así las próximas elecciones generales. La derecha política recuerda la cantidad de asuntos en los que el Gobierno socialista ha recibido su apoyo (la ley de la Dependencia, la de la violencia de género, la aprobación de la Constitución europea, la reforma de algunos estatutos como el de Andalucía o la Comunidad Valenciana...). Lo que le es imposible aceptar al PP es el proyecto radical que dice que el Gobierno está aplicando y que rompe los consensos centrales de la transición. El PP acusa al Gobierno socialista de practicar otra estrategia alternativa: pactar con Independentistas y la extrema izquierda. Esta legislatura, el año que le resta, no lucirá por el entendimiento y el diálogo. Al tener como objeto principal la influencia en el resultado de las próximas elecciones generales, incluidas las autonómicas y municipales, las cuales serán el termómetro definitivo para evaluar si la estrategia de la crispación ha tenido éxito. Pero existe un hecho evidente: sus costes, en términos de calidad de la democracia, ya se han hecho notar, y no para bien.

Continuará.

«La democracia bajo sospecha».

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