En su respuesta a mi artículo "Por un debate realista sobre la educación", el profesor Miquel Rayó dice que el preámbulo del anteproyecto de la LOMCE y yo mismo usamos "buenas palabras". Pero luego asegura que lo importante, más que las buenas palabras, es saber quién las dice y para qué. La respuesta es fácil: un diputado y un Gobierno elegidos democráticamente para intentar mejorar las cosas. Aunque respeto mucho al señor Rayó, y aunque él también se sirve de algunas buenas palabras, es una pena que en su artículo salte la liebre de siempre a la primera de cambio: el autor insinúa que no pueden creerse las buenas palabras de alguien del Partido Popular porque nuestro objetivo es torpedear la educación pública. Pero no es cierto.

En primer lugar, por supuesto que nadie va a resolver los problemas de la educación "en cuatro días"; sabemos tan bien como cualquiera que los cambios educativos son lentos y trabajosos. Pero sí que creemos que apostar por "el incentivo del esfuerzo" o por la "autoridad del profesor" (las comillas las pone el señor Rayó) son requisitos para lograrlo. Dudo que haya un solo modelo educativo de éxito que no se asiente sobre esos pilares. Por ejemplo, el modelo finlandés es muy creativo y moderno, pero si en él la autoridad del profesor no se subraya tanto es porque ya se la reconoce el conjunto de la sociedad, que considera a esos profesionales una elite. Aquí, por desgracia, esto no ocurre siempre. Reconocer legalmente la condición de autoridad al docente es un paso en esa dirección.

El señor Rayó cita los conciertos educativos y las reválidas. Los conciertos son un mecanismo constitucional que garantiza mayor diversidad y libertad de elección. Puedo entender que discutamos cuáles son las mejores fórmulas para usarlos: sin ir más lejos, Martí X. March reclama en el "Anuari de l´educació de les Illes Balears 2012" que haya "más mercado en la escuela pública y más estado en la concertada". Que conste: no cito al señor March para apropiarme de sus palabras, sino como ejemplo de que el debate está vivo y tiene muchas aristas. Pero los conciertos son legítimos, y en este momento de dificultades económicas resultan un complemento más eficaz que nunca. En cuanto a las reválidas, me parecen imprescindibles, y una terminología determinada en un pasaje del anteproyecto de la LOMCE no debería desvirtuar su valor, que es el de garantizar mayor igualdad de criterios.

Sobre el modelo de inmersión lingüística, habría que decir dos cosas: la primera, que aplicar las sentencias del Supremo y el Constitucional, con independencia de que gusten o no, es inherente al estado de derecho. La segunda, que nadie ataca a la lengua catalana; simplemente, se considera que existen otras alternativas a la inmersión. Me alegra que el señor Rayó reconozca la legitimidad de esta discrepancia y quisiera insistir en que compartimos el objetivo final: un alumno escolarizado en Balears tiene que acabar la enseñanza obligatoria dominando el catalán, el castellano y un idioma extranjero, preferentemente el inglés.

Al final, se trata de mejorar los resultados de todo el mundo. Para ello, sin duda, la diversidad cultural, sociológica y económica de nuestra sociedad debe ser tenida en cuenta, flexibilizando el sistema y haciéndolo más eficaz; pero en todos los centros de todas las zonas de nuestra comunidad deberíamos tener el mismo objetivo: la excelencia. Lo contrario es creer que los condicionantes externos pesan más que el esfuerzo del alumno y su profesor. Es decir, resignarse.