Dicen los expertos conocedores de la cuestión etarra que el fin de la violencia terrorista es un hecho, que no hay que albergar temores, que la banda no tiene la menor intención de regresar a la lucha armada, entre otras razones porque está ´militarmente´ exhausta, sin medios ni recursos para intentarlo, etc. Sin embargo, ETA sigue existiendo y, por si fuera insuficiente esta constatación objetiva, mantiene sus delirantes mensajes, que permiten poner en duda su salud intelectual, y por lo tanto su sentido de la responsabilidad y su solvencia a la hora de garantizar decisiones.

ETA, en efecto, se ha dirigido al Estado francés para exigirle conversaciones directas. Y para respaldar tan insólita pretensión, ha acusado a París de practicar una "política represiva" y una "política de venganza contra los presos", así como de estar implicada en una "guerra sucia" y de participar en la "desaparición de militantes" etarras.

Nadie en sus cabales plantearía de este modo un intento de involucrar a ETA en su desenlace. De donde se deduce que, o bien falla su equilibrio intelectual o persiste en su idea de mantener enhiesta su llamativa amenaza. Las dos posibilidades justificarían el mayor de los recelos y que la democracia española mantenga como objetivo preferente la desaparición material de la banda. Por propia iniciativa o por presión policial.