Profesores quemados: "Me encantaba dar clase, pero no podía más"

Un estudio reciente apunta que la mitad del profesorado se plantea abandonar la docencia

Llompart trabaja ahora en la Conselleria.

Llompart trabaja ahora en la Conselleria. / B. Ramon

Mar Ferragut Rámiz

Mar Ferragut Rámiz

Tras más de 23 años dando clase, disfrutando, asumiendo cargos de gestión en el instituto y dedicando las horas que hicieran falta para lograr su objetivo («que los alumnos aprendan»), la profesora de Matemáticas Margalida Llompart ha colgado las botas de la docencia: «Me encantaba, pero no podía más».

El pasado mes de septiembre fue demasiado duro, con «muchísima» ansiedad y frustración, sin poder dormir. En su caso, le ha empujado a marcharse la aplicación de la LOMLOE y el verse obligada a aplicar una metodología, las situaciones de aprendizaje, que considera «una estafa» para sus alumnos: «Es imposible que aprendan Matemáticas así», asegura. Así, se planteó irse al extranjero, pero finalmente ha conseguido una plaza como asesora técnica docente en la conselleria de Educación. Desde que tomó la decisión, ha vuelto a dormir.

Margalida Llompart ha cambiado el aula por las oficinas de la conselleria indignada con la metodología LOMLOE

Margalida Llompart ha cambiado el aula por las oficinas de la conselleria indignada con la metodología LOMLOE / B. RAMON

«Era una cuestión de ética profesional y de coherencia», señala, «si me devolvieran la libertad de cátedra me plantearía volver». Aclara que en ningún caso se va por el alumnado («me encantaba estar con ellos») aunque indica que desde hace tres o cuatro años percibía más carencias y falta de hábitos y que cada vez era más difícil «tirar de ellos».

Lamenta que la LOMLOE que empezó a aplicarse el curso pasado implica «invertir mucho tiempo en burocracia» y quitar horas al verdadero trabajo docente: «Tenía muchísima ansiedad ante la disyuntiva de cumplir la ley y que los alumnos no aprendiesen nada o pasar de la ley y arriesgarme a que Inspección me abriese un expediente».

Como Llompart, tanto a nivel estatal como europeo, según indican diferentes investigaciones sobre el tema, cada vez hay más profesores plantéandose hasta dónde aguanta su vocación.

Su marcha ha coincidido con la publicación del estudio El profesorado en España 2023 de la Fundación SM, que tras realizar 600 entrevistas, concluye que «casi la mitad de encuestados se plantea dejar la profesión». Un 11% asegura que lo haría si tuviera una alternativa de trabajo asegurada. La idea de abandonar las clases ha crecido notablemente desde el anterior informe, que se realizó hace 15 años: en aquel momento solo dos de cada diez docentes se lo planteaba.

Según este estudio, un 40% de los profesores vive su trabajo con «indiferencia y distanciamiento» e idéntico porcentaje dice padecer ansiedad o depresión. Cada vez más profesionales aseguran tener problemas de salud mental. De hecho, para afrontar este creciente problema, en Balears desde este mes de septiembre el Servicio de Prevención de Riesgos Laborales del Personal Docente cuenta con una psicóloga en plantilla.

«Cuando anuncié en la sala de profesores que me iba a la Conselleria, la mayoría de compañeros me pidieron que les avisara si me enteraba de más plazas», relata Llompart, «la gente está muy quemada, aguantarán los que no tengan otra opción».

Cabot está en excedencia y ahora trabaja en una empresa.  | M.A.C.

Cabot está en excedencia y ahora trabaja en una empresa. | M.A.C. / Mar Ferragut

Un grupo de docentes que siempre tiene otra opción (y con condiciones fácilmente más atractivas) son los informáticos (y ahí están las cifras, con una veintena de plazas de profesores de Informática sin cubrir). Miquel Àngel Cabot es un ejemplo.

Fue profesor durante 14 años en FP. Disfrutaba dando clases pero se desesperaba con la burocracia «que lo inunda todo, hasta para comprar un clip» y con otras batallas, como el bajo nivel con el que llegaban algunos alumnos o las presiones de Inspección para subir el número de aprobados.

"Ganar en salud"

Mientras estaba haciendo su doctorado en 'blockchain', le contactó una empresa con una oferta. Pidió un excedencia y ya lleva más de dos años trabajando con una compañía extranjera, muy contento: «Hay pragmatismo y ganas de hacer cosas», valora. Como Llompart, cree que desde que dejó la docencia ha «ganado en salud».

Señala que estos días entre sus grupos de excolegas se está comentado esta crisis de vocaciones, que es más habitual en Secundaria, donde al final los docentes son titulados en diferentes áreas y no maestros con una titulación universitaria centrada en la docencia. Cabot añade otro factor importante que contribuye a quemar profesionales: el ambiente de los centros, algunos con «dinámicas muy tóxicas», y la actitud de algunos docentes. «Hay profesores que van al instituto o colegio como si fueran a la fábrica», lamenta.

Cabot cree que la pandemia, la aplicación improvisada de la enseñanza digital en una comunidad «muy poco preparada» y directrices como la del aprobado general, también torpedearon la vocación del profesorado que realmente cree en la importancia de la educación.

Tras la enseñanza semipresencial, que implicó el doble de trabajo para organizar las clases, llegó, sin un curso de tregua, la aplicación de una nueva ley que supone un cambio de paradigma y metodología total para el que los docentes, según denunciaron varias veces desde los sindicatos, no habían recibido la formación adecuada.

Además del abandono de la docencia, el combo ‘covid-LOMLOE’ también ha propiciado más jubilaciones. Así lo han notado desde el STEI. Hace dos años, se jubilaban unos 250 docentes cada curso. Ahora cada año unos 400 profesionales de la enseñanza piden el retiro en cuanto pueden.

«Cambios constantes de leyes»

Lluís Segura, secretario general de Enseñanza del STEI, razona que «los cambios constantes de normativa, con las rúbricas, los perfiles de salida, los criterios de evaluación...» dificultan que los profesores puedan centrarse en lo fundamental: «Tener tiempo para sentarse y pensar en qué necesita cada niño para aprender». Y eso, en los buenos profesionales que quieren hacer bien su trabajo, frustra y desespera.

A la covid y a la LOMLOE, Segura añade ahora también el estrés del plan de digitalización y la obligada acreditación de esta competencia. «Lo único que hace la Administración es decir al profesorado ‘cambiad, cambiad, cambiad’», lamenta, «mientras que la sociedad culpabiliza a los profesores de que la educación va mal».

Cree que a nivel social el docente ha perdido apoyo, autoridad moral, confianza de las familias y prestigio y eso, apunta, también se nota en las prioridades de lo gobernantes a la hora de decidir la inversión en Educación, que en Balears es del 3,57% del PIB y en España del 4,3, frente al 7% que recomienda la UNESCO.

Esa inversión serviría para abordar los retos a las que se enfrentan los centros educativos, empezando por la heterogeneidad del alumnado y el aumento de niños con necesidades extra de apoyo: «Para eso hay que bajar las ratios», defiende Segura, «y eso son recursos, recursos, recursos».

Además sobre la escuela hoy se depositan las esperanzas para solucionar prácticamente todos los problemas de la sociedad: de la crisis de salud mental de niños y jóvenes a la educación en nuevas tecnologías: «La escuela es un buen lugar para solucionar problemas y cambiar el mundo, pero ha de ser libre para hacerlo y el docente ha de tener herramientas y apoyo: ellos solos no pueden con todo», reflexiona Segura.

Para él es paradigmático el caso de Eivissa. Entre los que viven allí no hay suficiente gente interesada en dedicarse a enseñar y los docentes mallorquines no quieren ir a trabajar porque no pueden permitirse vivir allí, mientras a los profesionales sanitarios les acaban de aprobar un notable plus salarial para ayudarles a afrontar el alojamiento.

El representante concluye: «Antes teníamos un prestigio, ahora tenemos que pedir perdón por tener vacaciones en agosto».

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