Marc Aquino: "Los humanos no estamos en el menú de los tiburones blancos, somos muy huesudos"

El oceanólogo, que ha nadado en más de 30 ocasiones con tiburones blancos, desmitifica su peligro

Marc Aquino acercándose para marcar a un blanco en Baja California (México).

Marc Aquino acercándose para marcar a un blanco en Baja California (México). / P. TIBURÓN BLANCO ISLA GUADALUPE

I. Olaizola

I. Olaizola

«No estamos en el menú del tiburón blanco, no somos parte de su dieta marina, lo que pasa es que al carecer de manos, exploran con su boca. Por eso en ocasiones nos prueban, pero somos muy huesudos y en el 99% de los casos muerden y escupen. Lo que ocurre es que en un ataque de estos sueles perder mucha sangre y es difícil sobrevivir», comienta Marc Aquino, otro oceanólogo catalán que, como Gádor Muntaner, participó en el proyecto científico de estudio del gran blanco en Isla Guadalupe (México) y, casualidades de la vida, ahora se ha afincado como ella en Mallorca.

Aquino, ha perdido la cuenta, ha nadado entre veinte y treinta veces con tiburones blancos marcándoles con lancetas para conocer más sobre ellos: sus movimientos o a qué profundidad y temperaturas prefieren moverse...

Preguntado sobre cuál era su reacción al ser alanceados, responde con humor que son como los seres humanos: «Los hay que se quejan mucho y los que no, tienen diferentes personalidades y comportamientos. Suelen comer cada 11,3 días y cuando acaban de hacerlo ahorran energía porque dependen de su eficiencia energética para su éxito al alimentarse, carecen de supermercados».

En sus múltiples inmersiones, tan solo tuvo un aviso al intentar colocar una cámara en la aleta dorsal de un ejemplar. Y le resta importancia. «Quizá estaba defendiendo un territorio de caza y probablemente me hizo señales que no supe interpretar. Hasta que me abrió la boca y entonces solo me quedó la opción de irme con respeto. Fue un aviso bastante noble», rememora.

Ante un encuentro con un blanco aconseja mantenerle siempre la mirada y estar en posición vertical, alejarte siempre de espaldas sin prisa pero sin pausa y en caso de acercamiento extremo golpearle en ojos, morro o branquias, sus partes más sensibles, o intentar ganar profundidad. «El peligroso no es el tiburón que ves, sino el que no ves», concluye.