El tiburón blanco en Baleares, la presencia invisible

Expertos en la especie revelan que una mordedura de más de treinta y cuatro centímetros de diámetro en un cetáceo varado en la costa mallorquina en el año 2001 confirmaría su presencia en alta mar, probablemente persiguiendo atunes

I. Olaizola

I. Olaizola

Tras un trabajo de más de quince años y con los últimos datos sin analizar, el biólogo marino Gabriel Morey revela que estudiando las mordeduras que presentan los cetáceos muertos varados en las costas de Mallorca se ha constatado que en al menos seis de ellas podría estar detrás el gran tiburón blanco.

«Hay documentadas unas 60 capturas de tiburón blanco en Mallorca entre 1900 y 1976, cuando se produjo la última de un ejemplar enredado en las almadrabas para capturar atunes de la bahía de Pollença. Los atunes son una de sus presas favoritas», recuerda el experto.

Morey señala que comenzó a estudiar los varamientos de cetáceos y tortugas junto a Marineland y Palma Aquarium así como las mordeduras que presentaban. «En la mayoría de los casos es muy difícil averiguar qué está detrás de esas heridas. La mayoría de las mordeduras se producen después de la muerte del animal, cuando flota en el mar, y en ellas intervienen también otros peces e incluso aves marinas. Tampoco ayuda mucho que se varen en un elevado estado de descomposición», detalla la dificultad de estas investigaciones.

No obstante, este biólogo que trabaja en la organización ecologista marina Save The Med sostiene que un 15% de las mordeduras en cetáceos habrían estado causadas por escualos, la mayoría por tintoreras, el tiburón pelágico más abundante en Balears pese a que Morey recuerda que, al igual que la mayoría de los escualos, se encuentran en peligro crítico de extinción.

«Y varias de ellas cabe la posibilidad de que las produjera un blanco. En la más reciente, en un delfín listado varado en Mallorca en 2001, la mordedura tenía 34 centímetros de diámetro y previsiblemente se correspondería con un tiburón blanco de entre 3,5 y 4 metros de longitud», detalla.

Otra evidencia que respaldaría que el gran blanco podría encontrarse millas adentro del mar balear es que, explica Morey, diversos estudios de esta especie demuestran que se encuentra no solo cerca de las costas, sino también en mar abierto. «Uno de los primeros tiburones blanco que se marcó satelitalmente, un ejemplar hembra de Sudáfrica, fue a Australia y volvió en tan solo un año cubriendo una distancia de 20.000 kilómetros y demostrando que no es una especie tan costera ya que se cruzó todo el Índico. También está comprobado que blancos de la costa de California se concentran en una zona de agregación situada entre las costas americanas y las islas Hawái, se cree que para alimentarse. Estos hechos revelan que con esta especie no sirven las medidas de protección locales», añade el biólogo.

Otro dato que avalaría que el tiburón blanco podría vivir en el mar balear es la temperatura del agua. El biólogo de Save The Med explica que en invierno está a 14 o 15 grados pero que en los meses de verano en los que se calienta el mar, por debajo de los cincuenta metros de profundidad la temperatura se situaría en esos mismos valores invernales en los que el organismo de esta especie se encuentra más a gusto.

«Puede nadar en los meses de verano por debajo de la termoclina (capa de agua situada a varios metros de la superficie del mar, en la que la temperatura del agua sufre una bajada drástica) y subir a aguas más superficiales en caso de tener un estímulo como un rastro de una presa, sobre todo los ejemplares adultos más adaptados. Puede ser que antes tuvieran unos hábitos mas costeros y ahora vivan en mar abierto siguiendo y alimentándose de su presa fundamental en el Mediterráneo, los atunes», baraja.

Para Morey, como para el resto de los expertos entrevistados en este reportaje, sería maravilloso que se tuviera la certeza de que este gran depredador está presente en el mar balear porque, subraya, «sería una prueba clara del buen estado de nuestro ecosistema marino porque era el top predator del Mediterráneo».

Gádor Muntaner, oceanóloga experta en tiburones blancos y una de las promotoras del recientemente celebrado Mediterranean Fest, un evento que aglutina todos los esfuerzos en conservación marina que se desarrollan en las islas que tendrá una periodicidad anual, sostiene que «cualquier ecosistema con tiburones muestra un alto grado de salud. Ocupan la cima de la cadena trófica y regulan las poblaciones de especies inferiores, que si no tienen depredadores tienden a sobrecrecer y a romper los equilibrios», apunta recordando que el 50% del oxígeno que respiramos procede del mar, de ahí la importancia de su buen estado.

Marc Aquino acercándose para marcar a un blanco en Baja California (México).

Marc Aquino acercándose para marcar a un blanco en Baja California (México). / Proyecto tiburón blanco Isla Guadalupe

Sobre su mala imagen y su fama de animales «peligrosos», esta experta contrapone que es «más peligroso un mar sin tiburones. Que no me vengan con que amenazarían a los turistas que se bañan en nuestras playas. Ellos están en su casa, somos nosotros los que la estamos invadiendo. Además, la probabilidad de tener una incidencia con un tiburón es ínfima. Mucho menor que tener un accidente haciéndote un selfie o que te caiga un rayo encima. ¿Sabías que cada año mueren 30.000 personas a consecuencia de ataques de perros? Los tiburones causan unas diez muertes al año. ¡Y no salimos corriendo cada vez que nos cruzamos con un perro!», defiende.

«Es cierto que es un gran depredador con el potencial de un león, por ejemplo. Por eso siempre hay que tratarle con respeto», señala esta oceanóloga que sabe lo que es nadar entre grandes blancos en la isla Guadalupe (Baja California, México), uno de los mejores lugares del mundo para verlos de cerca dentro de una jaula con un cebo.

Preguntada si, como ocurre con los leones, un tiburón blanco que haya probado la carne humana debe ser eliminado o seguirá matando al cogerle querencia a su sabor, Muntaner dice que no, que es al contrario. «En la mayoría de los ataques se aprecia una sola mordida. Muerden, comprueban que no les gusta y sueltan a la presa. Es lo que suele ocurrir en los esporádicos ataques que se dan entre los miles de surfistas que practican este deporte en las costas de la inmensa California o en Australia», añade para reforzar su mensaje.

Preguntada cuáles son a su juicio las especies más peligrosas de tiburones, Gádor Muntaner niega la mayor y señala que el blanco, el tiburón tigre o el toro no es que sean más peligrosos que el resto, sino que simplemente merodean la costa para alimentarse y, por ello, interactúan más con el ser humano. «El mako (marrajo) tiene hábitos más pelágicos y por eso no está considerado como una especie peligrosa. Respecto a los otros, es cierto que pertenecen a las especies más grandes y por su fisiología pueden hacer más daño. La mordedura de un blanco es más fuerte que la de un león», concluye la oceanóloga.

Para concluir e intentar acabar con la mala imagen de estos animales, basta decir que solo hay un único ataque documentado de un tiburón a un ser humano en Balears: fue en el año 1920 y al parecer un par de tintoreras se comieron al por entonces gobernador de Cabrera. Según el relato del pescador que le acompañaba en el llaüt que volcó durante una jornada de pesca.

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