Colapso en el tren de Mallorca: «Cada mañana tenemos que oír ‘no cabéis’»

El servicio ferroviario, cuya gratuidad cumple medio año, «se está asumiendo con usuarios que se desmayan, con otros que quieren demandar a SFM y algunos que han vuelto a coger el coche», dice Teresa Sastre

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Redacción

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Son las 6.30 horas en la estación de Inca. Hay menos gente que en un andén de película del Oeste. Un trabajador con chaleco reflectante echa una cabezada en el interior del edificio y un joven madrugador ha entrado con su patinete para dirigirse a la zona de vías. No pasa nada, sólo el abatimiento matutino del trabajador, acaso más llevadero por el olor dulce de la vecina fábrica de Quely. En cinco minutos llega a la estación un grupo de mujeres y más hombres con chalecos reflectantes. Son peones de la construcción. Nadie habla. Caras de sueño frente a las pantallas de móvil. Son las 6.45, las 6.46, las 6.47... Y se escucha el tren: de repente, los pasajeros se multiplican como panes y peces.

Se paran cuatro vagones. En cuestión de dos minutos, su capacidad roza el límite y aún faltan seis paradas hasta Palma. «Vamos como en una lata de sardinas», dice la usuaria Catalina Sans. Esta frecuencia (que parte de Manacor a las 6.17 horas) elude las estaciones comprendidas entre Marratxí y la capital -es el tren semidirecto- «por lo que, pese a ir hasta arriba de gente, es un poco más cómodo que el que marcha de sa Pobla a las 6.51, que hace hasta 19 paradas», recalca Sans. «Además, mucha gente se sube ahora al tren o con su bicicleta o con el patinete, que ocupan bastante espacio», critica. «Esto antes no sucedía». Que hacen falta más trenes es la reivindicación que se repite en el último vagón donde también viaja Diario de Mallorca.

A Mohammed Ajaoud se le ha averiado el coche esta semana. Trabaja en una obra en El Molinar y ha empezado a desplazarse en tren. «Es un buen servicio y una buena medida que sea gratuito, pero va mucha gente», abunda. «Después en plaza de España he de coger el bus para llegar hasta allí». A pesar de gustarle el tren, asegura que pierde tiempo comparado con el coche.

«Muchos días subirse a este tren es un infierno», considera el inquero Jesús Garrido. «Tengo que viajar con él hasta Ciutat, donde luego voy en patinete hasta Astilleros de Mallorca para trabajar», narra. «He visto varios desmayos. La semana pasada una chica no se aguantaba. Le di un zumo. Aquí si tienes claustrofobia no te puedes meter», considera.

El tren frena en la estación de Alaró/Consell. Accede la estudiante Catiana Marí. La cara de Garrido cambia. «Es ella, la que se desmayó», señala con el dedo el usuario que le cedió su zumo. Catiana reconoce que se agobia cuando hay muchísima gente en el vagón. «Si veo que va muy lleno lo dejo pasar y cojo el siguiente», confiesa. Sobre su mareo, «no fue por falta de azúcar. Desayuné bien, pero estaba muy pegada a todo el mundo. Me caí, pero no me hice daño».

Xavier Figuerola sube en la misma estación. «Otra vez a tope», espeta. También fue testigo del vahído. «Pedimos si había algún médico. Vino corriendo una enfermera que es usuaria frecuente y escuchamos que dijo ‘es la tercera esta semana’». Este viajero es instalador de gas. «No se pueden poner más vagones porque no caben en la infraestructura», dice. «Este tren es de cuatro vagones, pero a veces son de tres. Con uno menos, imagínate cómo viajas. Y si encima hay retrasos, como a veces pasa porque el maquinista no llega a tiempo y no hay ningún trabajador para sustituirle, la gente se acumula en la estación y el colapso es total. Se abren las puertas y la gente no puede entrar», asegura. Abunda en esta versión de los hechos, la presidenta de la Associació d’Usuaris del Tren, Teresa Sastre, quien describe la situación con un ejemplo muy ilustrativo: «Cuando los trenes llegan a Marratxí, la gente ya no puede subir. Cada mañana hemos de escuchar ‘no cabéis’». Este panorama está teniendo consecuencias nefastas para algunos usuarios. «Conozco a varios que han desistido y ya no cogen más el tren. Y lo que hacen es turnarse con el coche», explica.

Figuerola incide en otro problema que están teniendo en estos momentos los usuarios de Alaró y Consell. «En la estación hay dos aparcamientos disuasorios que, con este boom de pasajeros por la gratuidad, a las 10 de la mañana ya están colapsados. Mi mujer muchas veces ha tenido que ir al trabajo en coche porque no ha podido aparcar en ellos. Esto sucedería menos si mejorasen las conexiones del bus que hay entre Alaró y Consell para llegar a la estación, que está a cuatro kilómetros», apunta. «Los políticos dicen que no quieren que vayamos en coche. Pero es que o ponen más trenes e invierten en infraestructura, o nada, volveremos a la carretera». Precisamente Catiana Marí ha de esperar en muchas ocasiones más de una hora para ese autobús. «Me llevo libros. Empiezo a las 8 en el instituto en Palma. Cojo el bus de las 6.45 en Alaró y después el tren. Me despierto cada día a las 5.30».

Teresa Sastre considera que debería haber una frecuencia más entre el tren de las 6.17 y el de las 6.48, por ejemplo, «y deben reforzarse las nocturnas y las de fin de semana. «Usuarios de la part forana que trabajan en grandes almacenes acaban de trabajar a las 21 o a las 22 horas y les va muy justo cogerlo. Lo mismo les pasa a trabajadoras de residencias de mayores cuando hacen turnos y salen para regresar a casa», asevera. «El servicio se está asumiendo con gran precariedad y deficiencias, y está dejando también un balance de usuarios que se desmayan, de otros que quieren incluso demandar por las circunstancia y de quienes directamente han dejado de subirse al tren».

Han pasado los 28 minutos del trayecto semidirecto (el Inca-Palma normal dura 34). Las puertas se abren, alivian las costuras del tren y sale la riada humana. La estampa recuerda al metro de Madrid o Barcelona. Sólo que allí pasará un nuevo tren en tres minutos.

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