Pádel

Carlos Radó, el mallorquín que perdió un pie tras arrollarle un coche: «En un segundo sentí que mi vida se iba a la mierda»

El 6 de abril de 2021 fue embestido cuando iba en su moto por un automóvil que se saltó un stop, perdiendo el pie izquierdo en el impacto, siendo la conductora condenada a dos años de cárcel y 680.000 euros de indemnización

Participa en el ‘Inclusive Padel Tour’, un torneo con sede en Italia para deportistas que han sufrido amputaciones

Carlos Radó posa para ete diario con su pala de pádel y la camiseta del IPT.

Carlos Radó posa para ete diario con su pala de pádel y la camiseta del IPT. / Guillem Bosch

Miguel Chacártegui

Miguel Chacártegui

Carlos Radó volvió a nacer el 6 de abril de 2021. Lo que iba a ser una tarde normal yendo a buscar unas piezas para su moto en S’Arenal se convirtió en uno de los peores días de su vida. Un coche, que se dio a la fuga, le embistió al saltarse un stop y le seccionó el pie izquierdo. Un instante que cambió su vida para siempre, pero en la que, gracias al apoyo de su familia y amigos, y un afán constante de superación, supo cómo afrontarlo para salir adelante, apoyándose en el deporte y especialmente en el pádel como método de rehabilitación.

Con 33 años, casado y con dos hijos, Carlos recuerda perfectamente lo que ocurrió en aquel fatídico momento, cuando el reloj marcaba las 17:30 horas. «Vi que un coche, que debía ir a 70 u 80 kilómetros por hora, se saltaba el stop y me reventó. En el suelo, lo primero que hice fue no levantarme, pero sí girarme para gritarle que por qué se iba, pero ya estaba lejos. Y entonces ya me miré y no había pie. Fue un dolor increíble, notaba muchísimo ardor en la zona y había un charco de sangre muy grande», recuerda. Lo que era un día sin más se convirtió en una pesadilla: «En un segundo sentí que mi vida se iba a la mierda. De venir de comer con mi mujer a estar desangrándome en el suelo».

Las siguientes horas fueron las más complicadas. Los transeúntes que había por la zona y conductores rápidamente se pararon para ayudarle. Una mujer, Eli, fue la primera en socorrerle, y junto a todas las personas que le ayudaron en este traumático proceso se encuentra en su cuádriceps, formando parte de un tatuaje con el símbolo de un stop. «Solo gritaba, ni me había quitado el casco, pero fue muy impactante ver que ya no tenía el pie». Joana, amiga de su cuñado y enfermera, llegó al lugar y le hizo un primer torniquete para intentar frenar la hemorragia, ya que se estaba desangrando.

Primeros días en el hospital tras la operación.

Primeros días en el hospital tras la operación. / c.r.

Carlos recuerda, todavía en el suelo, hacer llegar el mensaje a su mujer, Vicky, de que no pasase por esa zona, pues lo iba a hacer con su hija pequeña y no quería que se quedara con esa imagen de por vida: «En la ambulancia me aplicaron un torniquete y creo que fue el dolor más grande de mi vida».

Su único pensamiento en ese momento, mientras era trasladado a Son Espases, era qué posibilidades había de que le reimplantaran el pie, que había sido encontrado a decenas de metros del accidente. Pero el cirujano fue sincero con él, ya que era tal el mal estado del miembro que era imposible, una realidad complicada de aceptar en un primer momento. Esa misma noche fue operado y se decidió amputar a la altura de la tibia, puesto que si solo lo hubiesen hecho en el tobillo habría tenido muchos dolores y problemas en el futuro.

La soledad de la primera noche

El momento de despertar en la sala de reanimación, recuerda, fue uno de los más difíciles. «Sentí una soledad brutal. Entre la medicación y demás, pensaba que era un sueño y que me despertaría con el pie de nuevo», explica.

Dos semanas en el hospital, que las pasó «bien» dentro de lo que cabe, también ayudado por la medicación -«vivía una situación irreal»- fueron los primeros pasos para aceptar la nueva realidad de su vida. El sentimiento de culpabilidad, sin embargo, afloró en él. «Pedía perdón a mi familia porque la moto nunca había sido bien vista en mi casa. Mi padre me dijo de pequeño que prefería que llorase yo a que llorase él… Y ya ves. Pero a mí me gusta ir en moto y la sigo teniendo», comenta.

«Lo que aprendí es que en un momento se acaba todo y hay que disfrutar al máximo. Y valoro la suerte que tuve. Mi familia puede criticar que por qué sigo yendo con la moto. Pero pienso que si he tenido la suerte de seguir viviendo, ¿por qué voy a dejar de hacer las cosas que me hacen feliz? No puedo vivir con miedo porque soy muy joven», añade.

Si algo tuvo claro desde el principio, era la idea de volver a jugar a pádel, su deporte de siempre. Pero había muchos pasos previos que completar. El primero de ellos, adaptarse a lo que iba a ser su pierna izquierda a partir de ahora. «En la primera cura, dije que no quería mirar. El médico que me atendió, en un tono de broma, me dijo que si quería no me lo enseñaba, pero que era lo que iba a tener el resto de mi vida», recuerda, dándole la razón con el paso del tiempo.

El pádel, su gran pasión.

El pádel, su gran pasión. / C.R.

Si hubo una persona fundamental en su camino hacia la recuperación fue su mujer, Vicky, con la que contrajo matrimonio hace pocas semanas: «La verdad es que no lo he dicho mucho, pero a los psicólogos sí. Yo si no hubiese sido por ella y los niños no lo hubiese aguantado. Vicky me apoyaba para irme con la silla, ir a buscar a mi hija a la guardería, a que fuese a pasear, a que me diera el sol e intentar normalizar un poco el tema. Y yo realmente lo único que quería es estar tirado en casa, porque lo primero es que no lo aceptaba y lo segundo es que tenía complejo de salir en silla de ruedas».

Confiar en la ayuda de los profesionales también ayudó a Carlos. Tres sesiones por semana con un psicólogo para intentar recuperar poco a poco la confianza. «Estuve yendo dos meses y medio, iba uno privado y luego iba una vez al mes a Son Espases. Me ayudaron mucho. Yo intentaba ir muy rápido porque yo lo que quería era pasar página, una vez que ya me había estabilizado con la prótesis, para olvidarme de todo», explica.

La bicicleta, primer paso

Las prótesis le han permitido llevar una vida relativamente normal, incluido volver a disfrutar del deporte. Las prisas por regresar cuanto antes a la normalidad le jugaron en su contra, ya que se adelantó en los plazos previstos y la primera de ellas le acabó provocando heridas, llagas y mucha incomodidad. Una vez pasado ese mal trago, pudo centrarse de lleno en el ciclismo y en especial en el pádel. «Durante toda mi rehabilitación me metí de lleno con la bicicleta, de carretera y de montaña, y eso me ayudó poco a poco a perder el miedo a la carretera».

Completar la 312, un gran paso.

Completar la 312, un gran paso. / C.R.

A los seis meses del accidente ya se subió sobre las dos ruedas, probándose más adelante en la SA200 Mallorca, una prueba de mountain bike que no terminó como él deseaba. «Eran 200 kilómetros, pero en el 160 lo dejé porque cuando pasaba por los puntos de control ya no quedaba nadie», lamenta. Una pequeña piedra en el camino que no le impidió completar más adelante la prueba de 167 kilómetros de la Mallorca 312.

No fue hasta los diez meses cuando pudo volver a jugar a pádel, su gran ilusión y reto desde que se recuperaba en la cama del hospital. Adaptarse a la novedad de jugar con una prótesis fue su mayor dificultad. «Sabía que no iba a ser igual de rápido y ágil, así que invertí en un entrenador que me ayudara a ganar técnica. Esa era la película que tenía montada en mi cabeza: crean un balance para estar más o menos como estaba. Y la verdad es que creo que tengo mucho margen de mejora y creo que con los entrenamientos voy a ser mucho mejor», sentencia.

El pádel, su pasión

Y es que el pádel pasó de ser un enemigo en la infancia en pro del fútbol a ser ahora su mayor afición. «De pequeño mis padres pagaban para que fuera a clases y no quería, y ahora invierto dinero en ello». Pero querer volver fue más fácil que hacerlo. «Me daba vergüenza y tenía complejo. De hecho, la primera vez lo hice en pantalón largo». Y es que luchar contra esa sensación, la de sentirse observado, es uno de los retos que ya ha superado en estos más de dos años.

Tal fue su evolución, que un conocido que residía en Ibiza, se puso en contacto con él. LA IPT (Inclusive Padel Tour) buscaba jugadores biónicos –deportistas con prótesis en brazos o piernas–. Una asociación cuyo presidente y fundador fue campeón paralímpico y que tiene sede en Italia. Parejas formadas por un jugador con un miembro amputado y otro que no. Una única regla separa a esta modalidad de pádel, y es que los jugadores amputados pueden dejar botar la pelota dos veces. «Se pusieron en contacto conmigo el año pasado, pero no lo tenía del todo claro. Pero este me decidí a darle una oportunidad, porque el pádel oficial es en silla de ruedas». En su primer torneo, en Milán llegó a semifinales, causando una gran impresión.

«Es un torneo que está creciendo mucho. En cuestión de público no, pero te hacen sentir como una estrella. Y deportistas de la talla de Francesco Totti o el músico e influencer italiano Gianluca Vacchi han prestado su imagen y han colaborado», añade.

A este le siguieron otros dos, venciendo en ambos, y mañana, parte a Dubai a jugar el último torneo de la temporada. Un viaje que también le servirá como luna de miel, ya que la fecha original de la boda era en octubre de 2021 y no pudo celebrarse, entre otras cosas, por su accidente.

Una compensación histórica

Dos años y medio después se ha celebrado el juicio, en el que la conductora, que llegó a pasar de nuevo por el lugar del accidente sin pararse, y se entregó varios días después del accidente, gracias en parte a la presión mediática y la colaboración ciudadana como el grupo de motos T-Max al que pertenece Carlos, ha sido condenada a dos años de cárcel y una indemnización calificada como histórica de 680.000 euros. «En parte estoy contento, pero hay que tener en cuenta que uso tres prótesis distintas, que son muy caras, y que tengo que ir renovando cada 2-3 años por recomendación médica», relata Carlos. 

Dos años complicados, siendo seguido incluso por detectives de la otra parte que le impedían mostrar en público «que era feliz». «No tenía pie, no sé que pruebas más necesitaban», lamenta.

Su siguiente reto, ahora, es volver a trabajar. «En mi antigua profesión me dieron la invalidez total. Pero tengo ganas de volver a trabajar. Llegará un momento que me gustaría volver a estar entretenido, tener una rutina, unas obligaciones, valorar los días libre con la familia, tener vacaciones... De momento no ha podido ser. Me quería dedicar de lleno a mi adaptación y a volver a ser feliz y sabía que si me iba a trabajar, simplemente por estar ocupado, al final no me iba a ayudar para nada», relata.

Con toda la vida por delante, Carlos Radó se ha convertido en un ejemplo para sus familiares y amigos. «Si te pasa algo como a mí, le puedes sacar partido para intentar avanzar y ser un ejemplo para los demás. O simplemente hacerlo por alguien. Creo que en cualquier tipo de lesión o cosa que te pasa en la vida siempre hay un lado bueno, aunque cueste encontrarlo, pero siempre hay un motivo por el que luchar».

Dentro de su optimismo, reconoce que hay ocasiones en las que era más difícil sobrellevar la situación. «El momento más complicado fue pensar en el tiempo que me queda por vivir con solo una pierna. Aunque esté adaptado, al final siempre hay problemas. Pensaba mucho en la vida que me quedaba por delante».

Si hay algo con lo que se queda, es con que la vida le ha dado una segunda oportunidad y quiere aprovecharlo. «Sigo vivo. Mi gran suerte fue volver a nacer».