Confesión voluntaria

El 'sapiens' que esculpió un petroglifo neolítico está vivo

Un artista barcelonés revela, antes de que sea tarde, que él esculpió hace 30 años las piedras que un informe arqueológico oficial atribuye a un artista de como mínimo la Edad de Bronce

Francesc Punsola.

Francesc Punsola. / ÁNGEL GARCÍA

Carles Cols

Entre arqueólogos, geólogos, agentes rurales y autoridades municipales, no eran menos de 10 las personas que en septiembre de 2020 ascendieron el Montpedrós (Santa Coloma de Cervelló, Baix Llobregat) para evaluar lo que entonces fue calificado como “una triste noticia”. En un acto de vandalismo, alguien había destrozado un petroglifo situado cerca de la cima que, según las fichas de patrimonio cultural de la Diputación de Barcelona, había sobrevivido ahí, grabado en una roca, desde la Edad de Bronce o incluso antes, desde el Neolítico. “Es posible que la piedra hubiera sido trabajada a partir de elementos del megalitismo atlántico, con motivos relacionados con el culto al Sol”. Eso se afirma en aquel informe oficial.

Pero la verdad, hasta ahora nunca revelada, es que aquello era solo una obra de Francesc Punsola, un barcelonés con una trayectoria artística salpimentada de desopilantes anécdotas, que allá por los años 90 tenía por costumbre ir de excursión con un martillo y varios cinceles en la mochila. No pretendía entonces engañar a nadie y podría ahora callar, pero le han dicho que hay quien sopesa restaurar con fondos públicos aquella simple piedra. Cree que es hora de revelar la verdad y, de paso, rememorar otros episodios en los que, como se dice vulgarmente, la lio.

Los petroglifos son arte rupestre, muy comunes e incluso idolatradas en Galicia, piedras que antes del descubrimiento de los metales se grababan con el canto de otras piedras y, más tarde, cuando tecnológicamente ya fue posible, con puntas de hierro. Fuera como fuera, lo interesante de los petroglifos, al margen de lo que representan sus formas geométricas o sus representaciones de elementos de la naturaleza, es que confirman que hay en los ‘sapiens’, desde hace miles de años, una pulsión innata por el arte. Y Punsola es un ‘sapiens’. “Sí, aquel petroglifo lo esculpí yo. Parece que soy el único artista vivo del Neolítico”.

Francesc Punsola, hace unos 30 años, en plena intervención artística.

Francesc Punsola, hace unos 30 años, en plena intervención artística.

Formado en la Escola Massana, Francesc Punsola Isard (Barcelona, 1966), hoy, entre otras cosas, diseñador gráfico, exploró en una primera etapa el grafiti, entonces, en los 80, un arte recién llegado a la ciudad, pero el de una versión que llegó a ser muy popular, el elaborado con plantillas. Era uno de los miembros del colectivo Trepax, en su caso, Frank de Trepax, nombre con el que años más tarde firmaría un estupendo trabajo en la fachada de la Universitat Pompeu Fabra, el llamado ‘Punktocràtor’, una suerte de versión canalla de las pinturas de Taüll que atesora el MNAC.

Decidió cerrar aquella fase, la del aerosol, plantilla y pared, cuando la comunidad científica mundial advirtió que uno de los gases que contenían aquellos espráis, los clorofluorocarburos, estaban devorando la capa de ozono de la Tierra. Eso, en cierto modo, le define ideológicamente y permite, ya de paso, imaginarle por senderos de la Catalunya montañosa, como alguien que cree en la comunión con la naturaleza. Pero antes de llegar a esa etapa, conviene hacer un alto en el camino y repescar otra de las aventuras que por unos instantes le pusieron en mitad de la luz los noticiarios. (Es un solo un paréntesis, más que nada por conseguir, si es posible, un ‘crescendo’ narrativo).

Francesc Punsola, sin saberlo, inquietando a los ufólogos.

Francesc Punsola, sin saberlo, inquietando a los ufólogos.

La cosa es que Punsola se descubrió un día a sí mismo jugando con un pequeño jardín zen de aquellos que se venden en las tiendas de regalos, un simple rectángulo lleno de fina arena y un minúsculo rastrillo para arar formas geométricas. Mataba así el aburrimiento. Y, claro, pensó que, ya que entonces vivía en el Maresme, nada mejor que hacerlo a lo grande.

Con herramientas a escala mayúscula que el mismo manufacturó, trasladó ese juego a la arena de la playa los días de invierno, algo muy relajante, hasta que un día se le acercó, entre emocionado y decepcionado, el célebre Grífol, el ufólogo de cabecera de Montserrat, el personaje que organiza periódicas expediciones a esa montaña para avistar ovnis. Al parecer, o eso le dijo, se había desplazado hasta el Maresme porque un medio de comunicación suramericano había informado de la aparición de señales extraterrestres en las playas catalanas. Punsola pensaba que no hacía daño a nadie y, ya ven, sin pretenderlo alimentaba obsesiones más allá del ecuador terrestre.

Uno más de la veintena de petroglifos esculpidos por Punsola.

Uno más de la veintena de petroglifos esculpidos por Punsola.

Su faceta como gaitero escocés, que la tiene, es también muy interesante, pero la noticiable hoy es en la que destaca como hombre del Neolítico. “Nunca me escondí. Caminaba por las montañas y, cuando en una piedra creía ver una imagen, me detenía y la trabajaba. Creo que a eso lo llaman pareidolia”. Era un trabajo paciente. “En casos como el de Santa Coloma de Cervelló necesité tres fines de semana. Cogía el metro hasta plaza España, luego los Ferrocarrils y, tras una caminata, me reencontraba con aquella piedra”.

Algunos excursionistas se detenían. “Conversaba con ellos. Parecían encantados con la idea. No había nada malintencionado en ese esculpido”. La cuestión es que, con el paso de los años y las inclemencias del tiempo, esos trabajos envejecieron, desde luego no 5.000 o más años, pero sí lo suficiente como para que su origen quedara borrado por el tiempo. Hasta que despertaron la curiosidad de alguien y se puso a rodar la rueda de los desatinos.

Francesc Punsola.

Francesc Punsola.

Junto a Moià, en la riera de Passarell, hay, por ejemplo, otra de las obras de Punsola que es causa de no pocas peregrinaciones. Su ubicación y descripción están relatadas con gran entusiasmo en algún blog de excursionistas, sin que, eso sí, se atribuya su factura a alguien que por poco no convivió con los mamuts. “Parece claro que se trata de un grabado bastante reciente”.

Cerca de Ripoll, por contrario, hay otra de sus obras, bautizada como 'la tortuga', que ha inducido a la confusión, como en la ficha arqueológica del petroglifo de Santa Coloma de Cervelló, que da por buena su autenticidad y solo al final del texto, de forma muy sucinta, se sugiere que se podría buscar una segunda opinión para descartar que sea una falsificación contemporánea.

A la izquierda, la firma jeroglífica de Francesc Punsola Isard.

A la izquierda, la firma jeroglífica de Francesc Punsola Isard.

De hecho, el texto que precede a esa puntualización es el propio del de un arqueólogo ante un tesoro. Describe con gran minuciosidad la escena en la que el Sol es transportado por el firmamento en un carro, algo que sin duda conmovería al hombre prehistórico, pero la realidad es más prosaica. Punsola pide la libreta de notas de quien esto escribe. Lo que describe la ficha es en realidad su firma, aunque de forma jeroglífica: la f de su nombre, un punto por ‘pun’, un sol, una A, y como su segundo apellido es Isard (rebeco, en castellano), al lado de la primera f pone otra letra idéntica pero invertida y aquello parece una cornamenta. Eso es todo.

Bueno, en realidad, no. Tan bien quedó el petroglifo que el ayuntamiento, tras descubrir el destrozo, encargó un informe arqueológico a la Generalitat para tener claro cómo proteger los restos aún intactos y, por otra, le pidió a los Mossos d’Esquadra que investigaran el caso, porque a lo mejor hasta sería posible localizar en casa de algún vándalo la parte de la piedra robada. Eso es lo que le quita el sueño a Punsola, que alguien esté dispuesto a gastar fondos públicos para reparar algo que él gustosamente haría de forma gratuita.

Francesc Punsola, por gusto y devoción, encargado del mantenimiento de Escorial 50.

Francesc Punsola, por gusto y devoción, encargado del mantenimiento de Escorial 50. / ÁNGEL GARCÏA

Lo dice de corazón. Como prueba del nueve sirve a la perfección el lugar elegido por él para hacer esta confesión de que él es el supuesto hombre del Neolítico de Santa Coloma de Cervelló. La cita es en el número 50 de la calle Escorial de Barcelona. Ahí se alza un edificio único en la ciudad, un conjunto de viviendas que lleva la firma coral de varios de aquellos arquitectos que cambiaron el desnortado curso de su oficio en los años 50, Bohigas, Martorell Mitjans, Alemany, Perpiñá y Ribas, todo un Premio FAD en 1962.

Él nació y creció allí, todo eso antes de trasladarse al Maresme, pero siente un vínculo emocional con ese inmueble, tanto que un día, preocupado por los achaques del Escorial 50 (así se le conoce en el gremio), pidió permiso a la comunidad para hacerse cargo del mantenimiento. Entonces se viste con el mono de trabajo y es feliz. Y promete no esculpir nada en sus paredes.

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