Entrevista |

José Carlos Llop: «La ironía es constructiva y necesaria en la plaza pública»

«La cultura europea nos ha salvado siempre de lo malo que haya podido generar el continente», dice el escritor sobre su nuevo libro, 'Vladivostok'

José Carlos Llop: “Los personajes de la cultura europea que aparecen en 'Vladivostok' forman parte de nuestro imaginario”

M. Mielniezuk

Raquel Galán

Raquel Galán

Eligió el título de Vladivostok por su «aire novelesco» y porque «fonéticamente es precioso». La ciudad portuaria situada en los confines del continente europeo, última parada del transiberiano, era «refugio de los rusos blancos cuando la Revolución, una ciudad controlada económicamente por una minoría china con mucho poder en ella». Además, cuando José Carlos Llop era niño, quedó impactado por la novela de Julio Verne Miguel Strogoff.

Narra sus aventuras como correo del zar desde Moscú hasta Irkutsk, pero al escritor mallorquín le parecía extraño que no llegase a la última ciudad del Imperio ruso, un lugar que siempre había imaginado «extraterritorial y habitado por razas y culturas distintas, una puerta de Oriente». Por ello, su «novelesco» nombre le vino a la mente al reunir «un diorama de microensayos» entrelazados con el común denominador de una cultura europea que se esfuma «ante nuestros ojos sin apenas resistencia».

El escritor y articulista de este periódico José Carlos Llop publica ‘Vladivostok’. | MANU MIELNIEZUK

El escritor y articulista de este periódico José Carlos Llop publica ‘Vladivostok’. / Manu Mielniezuk

«Es un libro de pensamiento, de memoria y de vida», resume sobre los 30 artículos que publicó en la Tercera del diario ABC entre 2006 y 2017, la prestigiosa página en la que «también escribieron Valle Inclán, Pío Baroja y Ortega y Gasset». Llop incide en que «no son artículos periodísticos», sino publicados en un periódico con «una unidad sobre una cultura que es tal como fue y no como la revisan».

El autor es «de los que creen que la cultura europea nos salva y ha salvado siempre de todo lo malo que haya podido generar el continente y nosotros tenemos la gran suerte de haber nacido en el epicentro de Europa, que es el Mediterráneo: el mundo judío, el mundo helénico y el mundo cristiano. Los tres Mediterráneo puro y origen de Europa».

En un artículo también dice que en este lugar «es siempre la ironía la que nos salva». Para José Carlos Llop, «probablemente es la forma más noble del sentido del humor porque su esencia consiste en saber reírse de uno mismo y, a partir de aquí, vía libre. Además, la ironía es constructiva, algo que considero muy necesario en la plaza pública. El sarcasmo, por el contrario, es corrosivo y no solo no forma, sino que destruye. Es soberbio. La ironía encierra un componente de humildad. Hablo intelectualmente», como añade durante la entrevista.

En otro texto de Vladivostok alude a una sentencia de Sartre cuyo mensaje se repite, de forma similar, en un par de artículos: «Lo importante no es lo que hacen con nosotros, sino lo que nosotros hacemos con lo que han hecho con nosotros». Es una frase que el escritor cita a menudo porque «sirve para vivir, afrontando las cosas desagradables que puedan haberte ocurrido en la vida y que tú no has provocado». Remarca que «si todos nos la aplicáramos, tanto nuestro micromundo como el mundo en general irían mucho mejor de lo que van. Culpar a los demás de las propias carencias o errores es un mal muy extendido y tiene que ver con eso que llaman el cultivo del ego», lamenta.

Y vuelve al humor por encima de todo, o al menos a la sonrisa, porque se le queda corta la frase del especialista en arte Bernard Berenson en la que aseguró que «la sonrisa es imprescindible en la literatura». Llop menciona a su nieta, la actriz Marisa Berenson, que «sonreía muy bien, incluso desde la melancolía, y algo de eso tiene la vida, de saber sonreír incluso desde la melancolía».

En el epílogo, pese a que hable de mantener la «ilusión», hay un poso de pesimismo ante el fin del periodismo como «puerto accesible y de populoso tráfico, adonde llegaban mercancías y pasajeros de todas partes del mundo: como debía ser Vladivostok».

«No sé si es pesimismo o puro realismo ante una época determinada, que es la que nos ha tocado –matiza–. Si los periódicos eran ciudades portuarias abiertas, ahora dan la impresión de ser ciudades cerradas que sirven a los intereses de las empresas y a las que se accede a través de un código que se debe pagar. Este hecho, a diferencia de comprar el diario en el quiosco, establece unas ‘jerarquías’ que son falsas y que vienen dadas por medios como las redes sociales. Quien esté fuera de eso, a pesar de publicar en los mismos diarios, tiene un acceso mucho más complicado a los lectores».

Pero ello no le desanima y, tras 40 años colaborando en prensa, ahora publica un nuevo libro con «piezas que merecen ser salvadas una vez más, al menos de forma metafórica, y quizá así lleguen a lectores a los que de otra manera hubiera sido imposible».

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