Si no quieres caldo, toma dos tazas. A las locuciones proverbiales podría haber recurrido el presidente Rajoy en vez de soltarnos eso de que los viernes, reformas, y el viernes que viene, también, con lo que se imaginó que respondía a los manifestantes. Las frases hechas son más elegantes, más diáfanas y más correctas que los refranes de nueva invención. Pero tirando de la ironía como mecanismo mejor de gobierno –único, en realidad– estamos metidos de nuevo en la sensación de que quien tiene en su mano el poder del Estado nos odia. Le caemos mal. Somos es enemigo al que otra autoridad, valenciana en este caso, dijo que no hay que darle pistas. Si es por eso, tranquilos; el presidente no habla (no vaya a ser que se le entienda). Sus enemigos no nos podremos aprovechar.

No se ha cumplido aún medio año de la victoria contundente que llevó, vencido y desarmado el ejército rojo, a Rajoy hasta la Moncloa y ya existen síntomas de hartazgo. No tanto por parte del presidente, que también, sino de los ciudadanos convertidos de pronto en súbditos cuyo único derecho en vigor es, según parece, el de quedarse callados y en casa. En Italia la política anda tan de capa caída que la figura en auge es la de un cómico que da caña a los partidos desde su blog. Como la alternativa de poner un tecnócrata al mando tampoco es que emocione, a lo mejor podíamos probar aquí la misma fórmula: un Pepito Grillo local que, a falta de mejores opciones, podría encarnarse en el comisario Torrente. Sería como hacer un reality show con lo de Gürtel, el Bigotes y los amigos del alma formando parte del escenario. Respecto del guión, es mejor que lo redacten esos ministros que cambian todos los días de criterio para terminar subiendo el IVA como es costumbre. ¿No eran éstos los enterados que todo lo sabían acerca de cómo sacarnos de la crisis? Podían habernos aclarado a tiempo que el plan B consistía en llevarnos a Guatepeor.

Ante semejante panorama, va a ser cuestión de retomar la práctica tan piadosa de los primeros viernes de mes pero aplicada a todos los viernes que –Rajoy dixit– son el día más peligroso. Como reforma equivale a palo en los lomos, cabe esperar cualquier cosa de la antesala del fin de semana. Aunque, por razones que tienen que ver con el mismo argumento que duda de la viabilidad del crecimiento sostenible, de viernes en viernes nos vamos a encontrar con que no quede nada por reformar. Y ya se sabe: a la reforma de capa caída le siguen la contrarreforma, el concilio de Trento y la negación del alma para las mujeres; un dogma que, traducido a la postmodernidad, se convierte en la pérdida de la cartilla de la seguridad social para todo el que no demuestre pureza de sangre.

Qué tiempos, señor, los que nos ha tocado malvivir. Ganas dan de hacer caso al presidente y encerrarse bajo llave el jueves por la noche, con la televisión y la radio apagadas y sin mirar al día siguiente si ha llegado el periódico no vaya a anticipar la reforma de turno. O sea, el bastonazo en los riñones.