Gent de Ciutat

Sor Pilar Bosch Cladera: «En un convento es muy importante compartir y si no sabes, debes aprender»

Nació en El Terreno

Ha trabajado de enfermera y ha sido Madre General de la orden de las Hermanas de la Caridad

Reside en Son Roca, donde es la superiora del Centro de espiritualidad

Sor Pilar Bosch Cladera

Sor Pilar Bosch Cladera / Pere Estelrich

Pere Estelrich i Massutí

Pere Estelrich i Massutí

Nació en El Terreno, una barriada que ha cambiado mucho con los años.

Sí, ha cambiado como casi todos los barrios de Palma. Nací junto al convento de las monjas de la Caridad.

¿Cómo era su vida en aquellos años?

Tuve una infancia feliz, soy la hermana pequeña de una familia de siete hijos, así que aprendí todo de todos. Mi hermana anterior, que también fue monja de la Caridad y murió joven, era muy tímida y siempre me pedía que hiciera las cosas comprometidas. Y lo hacía sin problema. Diría que no tenía vergüenza; de hecho, me gustaba mucho jugar a ser vendedora. Con un sobrino, al que solamente llevaba ocho años, hacíamos como que él compraba y yo vendía.

Dos hermanas de una misma familia, monjas de la misma congregación.

Pero no fue ella la que me convenció, pues éramos muy diferentes. Me gustaba ir al teatro con mis padres, cantar zarzuela y hacer las travesuras propias de la edad. Fue ver como actuaban y cómo eran de felices las hermanas de la Caridad de El Terreno lo que me destapó la vocación.

Y de aquí, al convento.

No, eso fue muy posterior. Mi idea era ser enfermera, pues las personas enfermas me llamaban la atención, así, de muy joven y como que en Palma no existían los estudios de enfermería y mis padres no tenían posibilidades de mandarme fuera, entré a trabajar en la clínica de Don Juan Femenía, que estaba en El Terreno, después de haber hecho un curso de auxiliar de clínica en la Cruz Roja, aunque luego la realidad era que hacíamos de todo, pinchábamos, organizábamos los medicamentos, incluso asistíamos a quirófano, y todo sin tener un día libre. Pero trabajábamos muy a gusto.

Una adolescencia entre pandilla y trabajo.

Sí. A los dieciséis años fue cuando les pedí a mis padres que me dejaran entrar como monja en el convento. Y ellos me contestaron que era demasiado joven para tenerlo claro, que debía madurar la decisión. Seguí trabajando, saliendo con amigas, aunque mi decisión no cambio, quería ser monja de la Caridad. Y fue cuando, a punto de cumplir los veintiún años cuando volví a insistir y mis padres me dejaron.

Y entró como novicia y luego ya pasó a profesar.

Así fue. Conocía la vida de convento porque allí empecé mis estudios de primaria, después de dejar la escuela nacional en la que aprendí a leer y a escribir. Veía las monjas muy felices y contentas con lo que hacían: dar clases y ayudar a los enfermos.

Mi primer destino fue Manacor, un año, pues como tenía experiencia con el trato de enfermos, me mandaron a una clínica en Barcelona para gente muy necesitada. Allí pasé otro año, entre trabajo y añoranza. Sí, echaba mucho de menos Mallorca y la superiora general lo resolvió haciendo que regresara y estudiara de enfermera profesional, ATS se decía entonces, unos estudios que ya se habían creado en Palma, en Son Dureta.

Un hospital del que llegó a tener cierto mando.

Bueno, fui jefa de enfermeras durante cinco años. Luego renuncié al ver la injusticia con la que se trataba a las monjas enfermeras, por parte del régimen de Franco, pues no se nos daba la plaza en propiedad, mientras que a las enfermeras seglares sí. Después de mi renuncia hubo una cierta revolución, un cierto movimiento reivindicativo para denunciar esa desproporción. Así que nos concentramos en el edificio del entonces Instituto Nacional de Previsión en Madrid y unas cuantas nos encerramos, hasta que vino la policía y nos obligó a desalojar el edificio, sin conseguir la equiparación.

Volví a Palma, me asignaron a una planta de medicina interna y tiempo después, a través del delegado del Instituto, don Gabriel Morell, conseguimos nuestras peticiones y obtuvimos la plaza en propiedad. Hay que decir que las monjas enfermeras vivíamos en el mismo Son Dureta, hasta que se nos pidió que pasáramos a vivir en el convento y fuéramos al hospital a trabajar.

Una monja reivindicativa y abierta a la realidad.

Mi objetivo era y es todavía hoy, luchar por la justicia y por la igualdad en todos los campos. De ahí pasé primero a ser miembro del Consejo de trabajadores, después del Sindicato vertical y finalmente pertenecí a USO. Y le diré más: cuando estaba de jefa de enfermería, me las tenía que arreglar para que nos mandaran substitutas cuando las trabajadoras tomaban vacaciones. No era nada fácil, pues no había enfermeras suficientes.

Y lo de abierta, pues va con la orden misma, pues Caridad implica abrir los brazos hacia todos. Así que una monja cerrada, que vive fuera de la realidad, no puede ser caritativa con todo el mundo.

Y de Son Dureta a dirigir la orden.

Bueno, primero entré como miembro del Consejo General de las monjas, cosa que me obligó a dejar el Hospital. Luego pasé a consejera de la Superiora General y luego sí, durante dieciséis años fui Superiora General, cosa que me obligó a viajar mucho, visitando las casas que teníamos en América latina, Murcia, Barcelona, Valencia...

Y Roma.

En Roma las Hermanas de la Caridad estuvimos poco tiempo, pues nos encargábamos de una clínica pensada más para dar beneficios a una familia que ayuda a los necesitados, cosa que va en contra de nuestros principios fundacionales. Así que dejamos de tener casa cerca del Vaticano.

¿Cuál es el lema que resume la orden de la Caridad?

Ser del pueblo y para el pueblo, ayudando a las mujeres y a los enfermos, haciendo más felices a los feligreses. Así se definió la congregación cuando nació en Felanitx hace más de doscientos años.

¿Cuántas monjas hay en la orden ahora mismo?

Unas ciento trece, aunque llegamos a ser más de setecientas. La vida religiosa hoy no se entiende. Falta compromiso y ser religiosa es estar comprometida, con Jesús, pero también con tus superioras. No tienes casa propia, pueden mandarte a cualquier pueblo.

¿De quién dependen?

Directamente no dependemos del obispado, aunque nos conviene tener buena relación. El Papa nos cae un poco lejos. Así que seguimos unas reglas establecidas. Solamente para que una monja deje la orden es necesario tener una dispensa vaticana.

¿Cómo es el día a día en un convento?

Me levanto muy temprano, tomo un café, me aseo y voy a la capilla. Allí, con las demás, rezamos las primeras oraciones, Laudes. Desayunamos, atendemos a los visitantes o a las personas que vienen a las charlas, organizamos las compras, coordinamos los trabajos de cocina y limpieza... Bueno, a mis más de ochenta años no paro en todo el día.

Y vivir en comunidad ¿cómo es?

En un convento es muy importante compartir y si no sabes hacerlo, lo debes aprender. Nada es de nadie y todo es de todas.

¿Cómo fue pasar del hábito al vestido seglar?

Ni para mí ni para mis compañeras fue nada traumático. Piense que algunas monjas trabajábamos como enfermeras y otras trabajaban como camareras de hotel. Y el hábito no se utilizaba para nada.

¿Cómo ve el papel de la mujer en la Iglesia?

La mujer está muy atrás en la jerarquía de la Iglesia y debería estar en primera fila. Ha llegado la hora de poder ejercer como ministras de la Iglesia, con todo lo que ello supone. Por edad no lo haría, pero por interés me gustaría poder consagrar y decir misa.

Cuándo reza, a quién y para quien lo hace?

Pido directamente a Dios, a Jesús, sin intermediarios. Y le pido por la paz y para que ese mundo en el que domina el dinero, el egoísmo y la violencia de género, cambie.

¿Le gustará al Papa esa entrevista?

Y si no le gusta, pues no pasa nada, he dicho lo que pienso.

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