Opinión

Medusa Beach Club, símbolo de la letalidad de los excesos

Cuatro muertos y dieciséis heridos son veinte razones inapelables para esclarecer la verdad hasta las últimas consecuencias

La tragedia del Medusa Beach Club nunca debió ocurrir. Cuatro muertos y dieciséis heridos por el desplome de su terraza recién inaugurada en primera línea de la Platja de Palma son veinte razones inapelables para esclarecer la verdad hasta las últimas consecuencias. No cabe recurrir a la fatalidad de «estas cosas pasan» ni refugiarse en la resignación ante lo inevitable porque el daño causado no es consecuencia del infortunio. Se podía haber evitado. Hubo alarmas desatendidas que hay que rastrear. No es momento de silencios cómplices ni de encubrimientos interesados. Los primeros indicios de la investigación apuntan al sobrepeso, a un «colapso progresivo» por exceso de carga sobre la estructura de un edificio antiguo, que acumula varias transformaciones y un largo historial de indisciplinas en los archivos municipales, además de inscripciones de uso en el catastro y en el registro de actividades y establecimientos turísticos del Consell de Mallorca que no se ajustan a la realidad. La inspección técnica de 2017 concluyó que la cubierta, habilitada como terraza, «no era transitable». Según testimonios de los vecinos, las obras se han sucedido hasta fechas recientes. El establecimiento promocionaba en redes sociales un lugar renovado para la diversión y el disfrute, convertido hoy en símbolo de la letalidad de excesos que pueden acabar dirimiéndose por vía judicial.

La magnitud del drama desencadenado exige actuaciones firmes y diligentes, más allá de lutos y minutos de silencio. Se han truncado cuatro vidas jóvenes, dos turistas alemanas de 20 y 30 años, y dos vecinos de Mallorca de ascendencia senegalesa, carismáticos e integrados en la isla. Abdoulaye Diop, de 44 años, portero de un local próximo, fue condecorado por haber salvado a un hombre que se ahogaba en la playa. «Un diez de persona», subrayaban entre los policías. Duele su perdida, como la de Maryama Syll, de 23 años, camarera del Medusa, que destacaba por su carácter afable y vitalista allí donde iba, desde Pollença a este periódico, donde fue becaria en el departamento de eventos. Además del dolor de los allegados y de la comunidad senegalesa que ayer les rindió homenaje, la tragedia ha conmocionado al mundo entero. Horror, caos. Son los términos destacados en la noticia del derrumbe mortal que abría las webs de los grandes tabloides internacionales, desde The Guardian al Bild. También ha causado indignación en el sector hotelero, el primer interesado en acotar las responsabilidades para evitar un descrédito colectivo en un momento de hartazgo social por la masificación. No ha ocurrido en un lúgubre sótano de una recóndita calle trasera, ha pasado en primera línea de Platja de Palma, icono de una Mallorca que se desploma como referente de «destino turístico seguro».