Opinión | TRIBUNA

De bigotes

Siempre he pensado que el depilarse es un suplicio y un aburrimiento, sea cual sea la metodología que se aplique. Para mí, una imposición estética, un sinsentido

Ilustración: De bigotes

Ilustración: De bigotes / Freepik

Frivolidad, dirán, lo de hablar de la depilación. Sin embargo, esta práctica arrancavellos es sólo un pretexto para hablar de si en realidad somos tan libres cuando tomamos decisiones previamente moldeadas.

Siempre he pensado que el depilarse es un suplicio y un aburrimiento, sea cual sea la metodología que se aplique. Para mí, una imposición estética, un sinsentido al que la mayoría de mujeres nos sometemos y ya también, algunos hombres para no convertirnos en la versión barbilampiña de Chewbacca. Todo ese ritual periódico (a no ser que se opte por soluciones más definitivas) para poder cumplir de manera consciente o quizás inconsciente, podría tener su origen en los cánones y en imposiciones estéticas, culturales y también patriarcales. Me he visto algunas veces con otras mujeres debatir lo del depilarse y a menudo la cuestión pivota sobre dos conceptos: uno hace referencia a la idea de la propia belleza o femineidad y el otro a la de ser feminista. Sorprendentemente hay quien los incompatibiliza.

No entraré en analizar las posturas, ni los conceptos, porque en realidad no importa y cualquier opción que las demás hagan desde la libre elección me parece estupendo. Sólo explicarles que esta que aquí les escribe (y riámonos un poco), que se considera estar aún en edad de merecer, no ha sido jamás capaz de rebelarse ante el hecho en sí, porque imaginarme por un segundo exponer mis axilas frondosas ante un público heterosexual masculino, supone un auténtico ataque de pánico y una agresión absoluta hacia mi autoimagen. Y es que creo que soy una cobardica, de hecho siempre he admirado a las féminas que con un par se han lanzado al mundo del «no me depilo y punto».

Cuando pienso en todo esto, me viene a la memoria una frase conocida por todas que viene al pelo (ese no depilado), cuando se dice que «para presumir hay que sufrir», y es que todavía algunas metodologías son aún molestas y en otros casos caras. Una frase algo perversa que nos atrapa en un procedimiento del que salimos orgullosas con nuestras inflamaciones y rojeces varias, además de lindísimas y contentas. ¡Wow!

El caso es que ante esta práctica estética siempre hay opciones en cuanto a la actitud a tomar, si es que nos ponemos muy reflexivas. Por ejemplo, mi tía, tan solo 14 años mayor que yo, fue una de esas valientes que hizo siempre lo que le dio la gana y eso incluía el no depilarse. Jamás entró en ninguna conversación acalorada para justificar su elección y de hecho le parecía estupendo las que sí lo hacíamos. Tampoco lo defendía desde ningún precepto o teoría. No se depilaba porque no estaba dispuesta a la irritación posterior y porque se sentía bien tal cual, con su propio vello, sin artificios.

Yo la observaba adolescentilmente y pensaba en el valor que le echaba (ya les he confesado mi cobardía). Aguantaba los comentarios inquisitoriales muchas veces de otras mujeres, formulados en tono dulzón pero de bouquet amargo o con preguntas cuya respuesta ya sabían: «¿no te depilas el bigote?» o bien, «cuando has alzado el brazo creo que te han mirado». Esa oveja salida del rebaño nos mostraba otra posibilidad y eso no podía ser. Defendía que era natural tener pelo y además, como hacía ella, siempre podemos echar mano del sentido del humor, ya que ante las opiniones invasivas de los demás sobre el propio incumplimiento de lo estético, que si gorda, no depilada, etc., siempre podemos decir para salir del paso, con ese tono suyo contundente, alegre y limpio al mismo tiempo: «¡la mujer bigotuda, desde lejos se saluda!».