Opinión | TRIBUNA

...Y el Mallorca me hizo más futbolera

Los futbolistas del Mallorca agradecieron el apoyo de la afición.

Los futbolistas del Mallorca agradecieron el apoyo de la afición. / RCDM

Es posible que para los seres que no somos muy amantes del fútbol, el sábado 6 de abril por la tarde y por la noche, se presentara como una amalgama de posibilidades indefinidas y extrañas. No sabíamos muy bien cuál iba a ser el plan en caso de salir a tomar algo. ¿Habría gente yendo de cervezas a esas horas o más tarde a cenar?, ¿estarían abiertos los locales?, ¿tendrían puesta alguna televisión gigantesca a todo volumen con el partido en carne viva?, ¿qué ambiente habría?

Toda esa incertidumbre más otras cuestiones personales de mis amistades que no sería de recibo explicarles, hizo que se concretara otro plan en casa de una amiga. Así que sin darme cuenta y pasadas las 20 horas, ya estaba montada en el coche en el que me vinieron a buscar, no sin antes mirar de soslayo el habitualmente concurrido bar de abajo: casi vacío. Sentí una inusitada sensación de deslealtad; seguramente muchos de mis conciudadanos ya se comenzaban a preparar para ver el partido en compañía y en algún lugar. Fiel a aquello de «a mí, no me entusiasma el fútbol» y contradictoria en esencia porque sabía que algún partido me había apasionado desde la punta del dedo gordo del pie hasta los lóbulos occipitales, proseguimos la ruta hacia el lugar donde nos esperaban unas copas de vino blanco y conversación. Apenas vimos movimiento en la carretera y en algunas calles. Puede que la culpabilidad me preparara la visión para percibirlo así, como la desolación de espacios que han sido abandonados por acudir al evento abrumadoramente entusiasta de la final de la Copa del Rey.

Una vez allí, transcurrido un delicioso tiempo entre confesiones, sonrisas y lágrimas, anduve atenta a los petardos: nada se oía. Pero entonces obró Whatsapp y empezaron a caernos los mensajes. Mi amigo fiel al Mallorca, que no puede ver los partidos en compañía de nadie por lo nervioso que se pone, hizo una foto panorámica y con una perspectiva digna de premio, de hombres y mujeres acudiendo a la Plaza de la Reina, con sus bufandas y camisetas de rojo y negro, para ver el partido. La emoción se palpaba.

Más tarde el Mallorca marcó y volvieron a sonar los móviles. El hermano de una lo celebraba por todo lo alto y lo más inesperado de todo: mi familia paterna de origen andaluz de Jaén, se manifestaba a través del Wthasapp de grupo de primos y primas, apoyando «a muerte» al Mallorca. Ya se me saltaban las lágrimas, cuando uno confesó que iba con nuestro equipo pese a que les convenía que ganara el rival ya que favorecía al Betis para poder ir a Europa. Cosas del fútbol. Todo eso ocurría, mientras la no futbolera aún no había visto un minuto del partido. Incapaz de revelar mi mísero secreto, continué aplaudiendo las felicitaciones, haciendo de orgullosa anfitriona insular. Prácticamente, estaba cometiendo un acto de felonía.

Finalmente, la gota que colmó el vaso fue la celebración de otra (teóricamente) no futbolera desde Roma cuya alegría traspasaba fronteras. Después de pasar un buen rato fui capaz de confesar a las allí presentes que igual al regresar a casa vería lo que quedara del partido, del que minutos más tarde ya sabía que se resolvería con los penaltis. Llegué a casa desbocada, encendí la tele y pude ver justo cuando empezaron a tirar a puerta.

El Mallorca me había ganado la partida y estoy deseando que esto continúe. De hecho, será así, porque dentro de unos meses el Mallorca disputará la Supercopa. Quién sabe, quizás acabe comprándome una bufanda, bermellona, por supuesto.