Opinión

El estado de Kate Middleton

Nos creemos con derecho a entrometernos en lo más privado de la vida de los demás, tal vez porque nuestra vida ya nos satisface poco

Kate Middleton, en un instante del vídeo que divulgó el viernes

Kate Middleton, en un instante del vídeo que divulgó el viernes / EP

Hasta la difusión de su vídeo explicando el tratamiento por cáncer, las incógnitas sobre el estado de Kate Middleton, princesa de Gales, han provocado una loca mutación del sensacionalismo, de la mano de la inteligencia artificial y de la psicosis de cotilleo. Nadie sabe adónde pueden llevar los prodigios más recientes del marketing viral y la posverdad. El emocionalismo y el cotilleo global tuvieron su big bang con la muerte de Lady Di, pero ahora, en una semana, las especulaciones sobre la supuesta desaparición de Kate Middleton han llevado la imaginación friki de los cibernautas a superar todas las tropelías practicadas históricamente por la prensa amarilla. Su mal merece un respeto, tanto como su familia.

Es evidente que la familia real británica a veces queda atascada en el déficit de estrategia informativa, pero ¿de verdad estamos hablando del derecho a estar informados o es el síndrome de patio de vecindad a escala global? El tripulante de submarino nuclear, el esquimal en su iglú y el bereber en el oasis reciben la misma información y al mismo tiempo que la recibimos nosotros. Ser cotilla retroalimenta.

Vivimos en sociedades con lapsos de cotilleo cada vez más intensos. Nos creemos con derecho a entrometernos en lo más privado de la vida de los demás, tal vez porque nuestra vida ya nos satisface poco. Los poderes digitales ganan terreno a un ritmo inaudito, con la masificación del clic y del «pásalo». No importan las grandes potencialidades de la inteligencia artificial tanto como aplicarla al chismorreo integral. Que alguien diga que sería mejor dejar tranquila a la princesa de Gales suena a muy antiguo, a sentimientos y respetos que caducaron hace años como tratarse de usted, llevar sombrero o respetar los días de ayuno y abstinencia. Todo eso es solo vintage, como los sifones o las medias con costura.

La princesa Diana comenzó manejando a su antojo las filtraciones a la prensa amarilla, a sus biógrafos y confidentes de la prensa. Murió al chocar el automóvil que la llevaba por las calles de París, huyendo de los fotógrafos. Con su muerte y la reacción estólida de la familia real, Tony Blair —un experto en emocionalismo político— aconsejó a la Reina escenificar la proximidad. Es decir: cambiar el modo estoico tradicional por una gestualidad emotiva, puesto que la gente consideraba inhumano el silencio de Buckingham Palace sobre —según Blair— «la princesa del pueblo». Entonces algo cambió. Ahora entendemos hasta qué punto en España, durante los buenos años, la revista Hola ha sido uno de los diques de contención del amarillismo. Sus lectores accedían a la vida de famosos y realeza pero con respeto a su vida privada.

A la muerte de Diana también circularon teorías de la conspiración —los servicios secretos británicos o el propio duque de Edimburgo—, pero las especulaciones sobre Kate Middleton corresponden a otra época, a una intensidad nueva. Sin ninguna consideración por su persona, que Kate Middelton haya pasado de ser una figura de la prensa del corazón a estar bajo la gran lupa impune puede irse confirmando como un mal del siglo XXI.

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