Opinión

Los jardines mustios del intervencionismo

La baja en exportaciones europeas de música, programas televisivos y películas es constante. Se salvan ligeramente los libros 

Que la cultura esté en manos de individuos y de la sociedad acaba activando creatividad y uso libre. Con una buena ley de fundaciones y mecenazgo —es decir, incentivos fiscales— saldríamos ganando, especialmente después constatar los frutos tan mustios del intervencionismo cultural del pujolismo, cuyo objetivo fue siempre la cantidad por encima de la calidad, con propensión al monopolio. Habrá que ver cuáles son los milagros de Sumar en el Ministerio de Cultura. En la Unión Europea, de vez en cuando, aparece algún amago de ingeniería social con el propósito de definir una cultura de Europa. Como André Malraux —gran escritor y ministro de Cultura con De Gaulle— solo hay uno. Los siguientes brujos de la cultura francesa —Jack Lang, por ejemplo—, imitados por concejales de capital de provincia, también han mustiado la vitalidad de una de culturas más vivaces del mundo.

Al hablar de cultura vale la pena distinguir entre lo que es la UE y Europa. Una cosa es un proyecto supranacional de integración institucional y otra un devenir de siglos. Construir una cultura europea en la jerga actual es un juego de niños comparado con la profunda complejidad de la cultura de Europa, nutrida de diversidades, confrontaciones, errores y grandezas. Una cosa es redactar directivas sobre patrimonio arquitectónico y otra, desentrañar lo que va del Quijote a Fausto, de Mozart a Stravinski. La realidad virtual no puede suplantar un paseo por la Viena de los Strauss.

Mientras algo permanezca, los cambios son saludables. Hace años, en el ensayo Cultura Mainstream, Frédéric Martel cuantificaba la producción cinematográfica del Bollywood hindú o los culebrones televisivos del Ramadán en el mundo musulmán y los comparaba con el potencial audiovisual de una Europa tan diversa y prismática. Por mucho que la Europa comunitaria haya tenido un segundo puesto en exportación de contenidos culturales, lo cierto es que importa más que exporta, sobre todo de EE UU. Las políticas de excepcionalidad casi siempre acaban siendo frustrantes. La baja en exportaciones de música, programas televisivos y películas es constante. Se salvan ligeramente los libros. Ahora, del videojuego a las simulaciones de la inteligencia artificial nadie sabe en qué paradigma estamos viviendo.

En cuanto a cultura mainstream —cultura de masas, para jóvenes—, no puede hablarse de una cultura «común» de la Unión Europea. Los estados-nación que conforman la UE tienen su capacidad creativa, pero para consumo nacional, porque la industria del entretenimiento toma sus decisiones en Nueva York o en Mumbai, antes que en las capitales europeas. Como espacio de civilización, la vuelta a Europa que pareció prenunciar la caída del muro de Berlín no se está produciendo. A lo sumo, Londres y París tienen cierto control de la producción musical africana. Martel firmó un comentario bastante crudo: «Recuperar la cultura europea es como reconstruir los pescados a partir de la sopa de pescado». Más intervencionismo por chip y dron.

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