Opinión

Necesidad de la política

Resulta que la idea de sociedad civil es mucho más frágil de lo que posiblemente suponíamos. Requiere de un contrato de confianza y ahí están de más los émulos de Koldo y la antipolítica

El hemiciclo guarda un minuto de silenio por el 11M durante una sesión plenaria.

El hemiciclo guarda un minuto de silenio por el 11M durante una sesión plenaria. / EFE / Eduardo Parra

Por enturbiada que esté la vida pública no hay que programarla de urgencia para quirófano pero un poco de oxígeno, honestidad, luz y taquígrafos, papel de lija, regeneracionismo, B12 y sentido común hacen mucha falta. Necesitamos de la política, aunque solo fuera para no ceder el paso a la antipolítica que subestima la dignidad civil de las personas. Esa antipolítica es para quienes conciben las urnas ya como un estado fósil de la vida pública, como algo superfluo, anacrónico, caduco y por tanto corruptible. Niega la voluntad de vivir en la libertad y al mismo tiempo ignorar la decepción posible. Lleva a la democracia iliberal, que viene a ser un sucedáneo tóxico, la quinta vía que acaba en Estado fallido.

Fácilmente se entiende que la tolerancia y el pluralismo solo sobrevivirán en la tan traqueteada democracia constitucional y representativa. Y, si es así, será gracias a la política, una política reformada, agilizada, depurada de tanta corrupción. La política como acción, viva, adaptable, flexible y conciliadora. La política como ambición política que se legitima por la contribución del ciudadano a un sentido del bien común. En el antípoda, sobran los modelos, leves y duros, con Putin en un extremo totalitario y Trump en la hiper-demagogia. Según la Fundación Bertelsmann, rigen hoy 63 democracias y 74 autocracias. Por ahí andan Maduro y otros tantos. Han destruido la política para preservar el poder contra el Estado de Derecho. En Colombia, Gustavo Petro se esmera en días alternos.

La partitocracia genera compartimentos estancos, zonas tabú, distritos de excepcionalidad donde abunda una baja política, caduca y desacreditada, la política que por sistema promete y no cumple. Lo politiza todo: el sistema judicial, el periodismo, la relación entre política y poder económico y, finalmente, lo rocía todo con el falso perfume de la corrupción.

Aun así, más allá del rigor de la ley, no es justo exigirle a la política el esfuerzo exclusivo de una ejemplaridad moral que la sociedad, tan desvinculada, prácticamente rechaza como valor en común, con la embriaguez de la sondeo-manía. ¿Es eso una sociedad civil o una sociedad de cada vez más inarticulada, inconexa? ¿Cómo configurar formas de pensar y de recordar a la vez que se desintegran vínculos, pertenencias, valores? Resulta que la idea de sociedad civil es mucho más frágil de lo que posiblemente suponíamos. Requiere de un contrato de confianza y ahí están de más los émulos de Koldo y la antipolítica.

Desafortunadamente, asumimos con facilidad las ideologías «soft» y damos demasiado por hecho que el Estado tiene que asumir nuestras responsabilidades, como sistema providencial. El esfuerzo por informarse para opinar no marca tendencia y la mala política lo sabe. Nos vamos a dormir después de echarle el último vistazo a la pantalla del IPhone y al despertar el primer cuidado es para el IPhone, objeto y sujeto ya entre los más íntimos. Hacer clic a todas horas nos lleva a exigir instantaneidad en todo, ignorando las grandes continuidades. Por lo que se ve, la política de calidad da muchísima pereza.

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