Opinión

‘Baumgartner’

Paul Auster se ha consagrado a la literatura como muy pocos y representa él solo una auténtica anomalía al no haber recibido, todavía, el premio Nobel

Paul Auster, ‘Baumgartner’

Paul Auster, ‘Baumgartner’ / DM

«Vivir con miedo al dolor es negarse a vivir». Así ha regresado Paul Auster a la novela. Sin abandonar la línea habitual de su universo narrativo. El protagonista está sumido en el dolor por la pérdida de su gran amor, Anna, que nueve años atrás se pierde entre las olas, la personalidad a prueba de bomba se queda con su vida. El destino siempre está ahí en los mecanismos austerianos, Baumgartner se decidirá a seguir adelante. Azar y memoria. Cómo afrontar el duelo planea en el libro como la idea ante cualquier tipo del mismo. Regresa el mejor Auster con guiños a la memoria familiar propia, a sus orígenes y a la memoria histórica europea y mundial. Pues claro que sí, todavía más hoy buscando sus ancestros en el corazón de la castigada Ucrania. Comprobará la mínima población judía que quedó en esa región de Europa. En el siglo de la estupidez disecciona la realidad describiendo aquello que aparentemente es indescriptible. Este nuevo trabajo recupera su línea narrativa más apreciada por el gran público, ensancha el ciclo austeriano al que sus lectores estamos acostumbrados.

Los protagonistas vencen una vez juntos a la muerte, pero no dos. Esta irá ganando terreno, pero el miedo desaparecerá por arte de magia a medida que el jubilado profesor vaya aceptando la derrota del tiempo. Envolverá al lector incluso en estos tramos que de costumbre, y aparentemente, no nos llevan a ninguna parte. Sucedió igual en Mr. Vértigo.

Paul Auster ha trabajado todos los géneros: novelas, ensayos, traducciones, poemas, obras de teatro, canciones y colaboraciones en otras disciplinas como los guiones cinematográficos. Es un autor al que 17 editoriales neoyorquinas rechazaron con el manuscrito de Ciudad de cristal, pero Sun and Moon Press, una pequeña editorial de San Francisco, publicó la primera novela de la Trilogía de Nueva York, tenía treinta y ocho años y desde ese título prácticamente publicó casi un libro al año. Escritor que se ha consagrado a la literatura como muy pocos y que representa él solo una auténtica anomalía al no haber recibido, todavía, el premio Nobel.

En 1980 publicó un poema en prosa titulado Espacios blancos, pero marcó el comienzo de su carrera con La Trilogía… Había trabajado en un petrolero y se buscaba la vida como traductor. Siempre aseguró que escribe a mano: «los teclados siempre me han intimidado», dijo en el año 2003. «Una pluma es algo más primitivo como si las palabras salieran de tu propio cuerpo y fueras grabando en papel», «escribir es una experiencia física». Para Auster que luego pasaba a máquina en su ya famosa Olympia, máquina que tiene desde 1974, había una frontera, había hecho acopio de «entre sesenta y setenta cintas en mi oficina» por miedo a que se acabasen. Tenía muy claro que en el momento que llegara a utilizar la última y pasase al ordenador entraría definitivamente en el S.XXI, este siglo que ha dado el Nobel a Bob Dylan que utiliza el seudónimo del poeta borrachín Dylan Thomas y que a pesar de la genial obra poética no llega a las rodillas al autor de New Jersey. Siglo de estupidez institucionalizada. Hoy puede que haya cruzado esa frontera, o no, pero visto el resultado y la solidez en su continuidad más genuina, el detalle resulta irrelevante.