Presidente del Consejo Europeo

Limón & vinagre | Charles Michel: El belga que lo tenía (casi) todo controlado

Será el primer presidente del Consejo Europeo que dimitirá para presentarse a las elecciones al Parlamento comunitario, lo que ha creado mucho alboroto en las instituciones

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en un congreso reciente de su partido, Movimiento Reformista.

El presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, en un congreso reciente de su partido, Movimiento Reformista. / EFE / Sierrakowski

Josep Maria Fonalleras

Josep Maria Fonalleras

En 2019, poco después de ser elegido como nuevo presidente del Consejo Europeo, Charles Michel avisó de que reunía las condiciones necesarias para ocupar un cargo tan importante. Dijo que venía de Bélgica (de Valonia y, en concreto, de Namur, la capital de la región de lengua francesa), «un país que tiene seis gobiernos, siete parlamentos, tres lenguas nacionales y más de mil cervezas». Es decir, un guirigay que le otorgaba pedigrí para estar al frente del mando europeo, un guirigay similar, pero con más parlamentos y más cervezas. Podía aducir Michel que había sido primer ministro del reino de los belgas durante más de cuatro años, un serial que nos habla de su talante conciliador, negociador y, por supuesto, ambicioso. Llegó al cargo después de cinco meses sin gobierno y a partir de una coalición que fue calificada como «kamikaze», porque reunía fuerzas políticas antagónicas, como su partido liberal (Movimiento Reformista, MR) y los irredentos de la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), los independentistas radicales de Flandes.

El invento reventó, como era de prever, pero Michel, pese a haber presentado su dimisión, continuó como primer ministro en funciones a petición del rey. Corría el año 2019. Poco después, llegó un encuentro maratoniano de los presidentes y jefes de Estado de los países europeos y, gracias al impulso de Angela Merkel y Emmanuel Macron, accedió al lugar más preeminente de la cúpula continental. Aquí deberíamos hacer una advertencia. De hecho, desde entonces y hasta la fecha, la política que se hace desde Bruselas tiene dos cabezas visibles: Michel y Ursula Von der Leyen, nombrada como presidenta de la Comisión Europea en el mismo encuentro maratoniano. Pero esta es una historia de enfrentamientos que trataremos más adelante.

Si algo tiene Michel es la capacidad de batir récords. Fue (y sigue siendo) el presidente del Consejo más joven (43 años) de la historia; fue (y sigue siendo) el ministro belga más joven (32 años) de la historia; y también fue (y sigue siendo) el primer ministro más joven (39 años) de todos los primeros ministros belgas. Esto quiere decir que su actividad pública empezó muy temprano y que, con discreción y con esta pose simpática y apacible de personaje de Tintín (tiene un cierto aire a Néstor, el mayordomo de Moulinsart), ha ido configurando una trayectoria ascendente. Ha superado obstáculos notables, notabilísimos (todo hay que decirlo), como hacer frente a una colosal pandemia con un acuerdo (también maratoniano, como suelen ser este tipo de reuniones europeas) de un fondo de cooperación por valor de 750.000 millones de euros.

El periodista Oliver Mouton, que ha escrito libros sobre fútbol y sobre Bélgica, publicó una biografía de Charles Michel (Le jeune Premier) en la que se explica la fascinación por Charles de Gaulle, la fascinación y los enfrentamientos con el padre (Louis Michel, también político, también ministro belga y también mandatario europeo), y su capacidad de cálculo estratégico. Dice que Michel «siempre ha querido ser el primero en todo lo que hace». Parece que lo ha logrado. También será el primer presidente del Consejo Europeo que dimitirá para presentarse a las elecciones al Parlamento comunitario, lo que ha creado mucho alboroto en las instituciones. Lo seguro es que Michel, que dejó de sentirse belga para convertirse en europeo convencido a raíz de una estancia de Erasmus en Ámsterdam, lo tiene todo pensado.

Quizás no pensó, sin embargo, en el revuelo que provocaría aquella reunión de abril de 2021 en Ankara. Los representantes de Europa se encontraban con Erdogan. En la sala, cargada de decoración dorada y con mesillas, jarrones y cuadros de mal gusto, dos butacas presidenciales. Michel y Ursula Von der Leyen llegan a la reunión y durante unos segundos se genera un silencio criminal que la presidenta de la Comisión rompe con una manifiesta incomodidad. Las butacas doradas son para los dos hombres. Ella debe sentarse en un sofá, a una altura inferior. Michel no reacciona a la humillación protocolaria. Al cabo de unos días, Michel se disculpa, pero el daño ya está hecho. La escena recibe el nombre de crisis del sofá-gate y es el punto culminante de las desavenencias entre ambos. En Namur, el pueblo natal, existe una milenaria tradición de torneos con zancos. Dos equipos se apalean a codazos y a base de maniobras subterráneas para derribar a los contrincantes. En Bruselas, en los últimos años, se ha practicado este «deporte» con un renovado entusiasmo.

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