TRIBUNA

El intendente Mascaró

Jaume Pla Forteza

Jaume Pla Forteza

Guillermo Mascaró Ferrer ha sido designado para ocupar la jefatura del Cuerpo. Policía local con más de treinta años de experiencia, sorteando más de una zancadilla, ha ascendido escalonadamente desde la base, hasta la categoría máxima de intendente. Su itinerario profesional incluye una época de técnico en la Escuela Municipal de Formación, y Coordinador General de Seguridad Ciudadana con el alcalde Isern.

Persona apreciada, sabe mandar y obedecer. El polivalente bagaje académico y profesional, se suma a su bonhomía y capacidad de liderazgo. Su acertada elección es una buena noticia, para él, la plantilla y la ciudad. El nuevo intendente es una excepción al principio de Peter que, como es sabido, sitúa los ascensos en el límite de la incompetencia.

Mascaró, llega en el momento justo para triunfar. La policía palmesana ha sido tan maltratada por unos y por otros que, por resumir, se halla en horas muy bajas y solo cabe mejorar. Precisamente por ello, una buena gestión se evidenciará en mayor medida (si hay que limpiar un coche, cuanto más sucio esté más se verá el resultado). Hasta aquí, tenemos un escenario y un líder, de modo que son necesarios dos componentes más para triunfar: el apoyo del alcalde Jaime Martínez y sobre todo financiación adecuada. Con el nombramiento de Mascaró y las declaraciones políticas, podemos deducir que la policía local va a entrar en una nueva era.

Aunque su nombramiento sea muy bien recibido por la plantilla en general, el camino no será fácil. Además de «muy tocado» el colectivo adolece de un sesgo competencial que prima, en cuerpo y espíritu, funciones ajenas en detrimento de las propias. Lucen mucho, son legales y policialmente más atractivas; van desde antidrogas a antidisturbios. Cierto que son tareas estatales imprescindibles, el problema surge cuando las, también imprescindibles, tareas municipales padecen el trasvase de efectivos, y nadie las aborda. Esa ignorancia afecta a su vez a la seguridad, especialmente la vial. Una muestra es el peligro que supone la invasión de patinetes circulando por nuestras aceras. Ni un solo agente en los parques colonizados por perros sueltos intimidando familias con niños, sería otro exponente de la cotidiana «violencia ambiental» que padecemos, impotentes, en Palma. En medio, tenemos la desatención general de las ordenanzas municipales, que son las normas en las que se basa la convivencia. La persecución del incivismo resulta poco alentadora. Para ello, la policía local debe recuperar su propio espacio en la calle, eso es, «pateándola» proactivamente fomentando la proximidad y la accesibilidad en los barrios, considerando los vehículos como instrumentos de transporte, y no métodos de patrullaje.

Revertir la motivación de los agentes que desarrollan esas funciones, mal llamadas «más policiales», será muy complicado, máxime cuando las instituciones estatales receptoras de esos beneficios —a coste cero— están malacostumbradas, y también se resistirán. Probablemente, la alternativa que equilibre la impropia gestión heredada, pase por destinar las prometidas nuevas hornadas de agentes, a desarrollar las competencias específicas desatendidas. Revisar las condiciones laborales de la plantilla, recuperando más horas de trabajo a cambio del aumento proporcional de salario, sería otra forma de incrementar efectivos. La policía, como todo servicio público debe centrarse en satisfacer necesidades ajenas, no en las propias. No es excusa realizar muy bien tareas voluntarias, incumpliendo al unísono las obligatorias. Además de recuperar el prestigio, esperemos que, en esta nueva etapa, el espíritu de servicio se centre en aquellas necesidades de la ciudadanía, cuyo cuidado está atribuido exclusiva y legalmente a la policía local.