Oblicuidad

Estrecharle la mano a Hitler

Philippe Pétain le estrecha o no la mano a Hitler.

Philippe Pétain le estrecha o no la mano a Hitler. / BUNDESARCHIV

Matías Vallés

Matías Vallés

El mariscal Philippe Pétain le estrechó la mano a Hitler. O tal vez no, pese a las fotos que atestiguan el apretón. En todo caso, la escena del 24 de octubre de 1940 solo sirve como anzuelo para plantear un dilema existencial, ¿se debe saludar afectuosamente al tirano que tiende sus garras imperativo, en una encerrona vigilada de cerca por el traductor?

Pétain, y tal vez todos los seres humanos que le han sucedido, sabía que nunca debió someterse al contacto corporal, en tanto Jefe de Estado de la Francia ocupada. A sus 84 años, el héroe de Verdún en la Primera Guerra Mundial era consciente de que el régimen nazi exhibiría la imagen como un trofeo, en su campaña propagandística para escenificar la ruptura del frente aliado. De hecho, Hitler había perdido la batalla de Inglaterra, el primer tropezón en su marcha triunfal.

Consciente de su error, el mariscal octogenario alegó que se vio forzado a responder con educación al arranque gestual de Hitler. En su tímida defensa, Pétain se escudó en que el tirano que oprimía a su país «me tendió la mano, y solo le cogí los dedos». La extensión del apretón llegó a las más altas instancias, porque la fotografía fue ampliada para desentrañarla, durante el juicio contra el militar francés que siguió a la liberación de Francia.

Pétain es testigo y protagonista, pero cuesta encontrar un enfoque de la escena «donde solo le cogí los dedos». El dilema fue afrontado con excusas delirantes por la víctima del apretón. En otra ocasión admitió que se vio forzado a responder a la mano tendida «porque no podía escupirle», alegando que tenía en su mente al millón de franceses prisioneros en Francia. Este apunte melodramático acentúa la naturaleza del dilema. ¿Hay que escupir, abofetear o desatar de alguna manera la ira del déspota que ofrece un saludo?

Las excusas no le perdonaron el destierro a Pétain. Los coquetos franceses casi depositaron mayor atención en la vestimenta inapropiada de jefe de estación del tirano, con un desmesurado sombrero que le confería una estampa de líder de majorettes. Estos apuntes dalinianos son relevantes, cuando se recuerda que el lujoso tren privado del líder nazi procedía de Hendaya, donde se había entrevistado con otro colega llamado Francisco Franco. Y que después del mariscal, le tocaba intercambiar opiniones con Benito Mussolini.

Las diez horas con Franco fueron tan amargas para Hitler que bastarían para justificar sus posteriores descalabros. Según le confesó a Mussolini, «preferiría que me sacaran tres o cuatro dientes, antes de volver a sufrir ese tormento». Sin embargo, las imágenes atestiguan que el Generalitísimo no se limitó a devolver el saludo, sino que envolvió la mano hitleriana entre las dos suyas enguantadas en blanco. Tal vez la solución diplomática al dilema sea responder con desmesurado celo hipócrita a los tiranos excesivos.

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